El sonido del arma resonó como un trueno en el callejón silencioso. Valentina y Tomás giraron lentamente, con el corazón en la garganta.
Allí estaba.
Un hombre alto, vestido completamente de negro, con el rostro cubierto por una máscara táctica que dejaba ver solo sus ojos: fríos, calculadores, inhumanos.
El cañón del arma apuntaba directo al pecho de Tomás.
—Bajen las manos y no hagan preguntas —ordenó con voz metálica, distorsionada por un modulador. Ni grave ni aguda, imposible de identificar.
Valentina alzó las manos despacio, manteniendo la mirada fija en el extraño.
—¿Quién eres? —preguntó con firmeza, a pesar del miedo que le recorría la espalda.
El hombre ladeó la cabeza, casi divertido por su valentía.
—Algunos me llaman El Sombra. Pero eso es irrelevante. Solo deben saber que estoy aquí para cerrar bocas.
Tomás dio un paso hacia adelante, desafiante.
—¿Trabajas para Reyes?
El Sombra rió suavemente, un sonido seco que erizó la piel de Valentina.
—Reyes es un peón