LA SUSTITUTA ROTA

LA SUSTITUTA ROTAES

Romance
Última actualización: 2025-09-04
CINVAN   Recién actualizado
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Resumen
Índice

Mila lo perdió todo en una sola noche: el amor, la confianza y la inocencia. Traicionada por Javier Rodríguez —el hombre al que entregó su vida—, cayó en un abismo del que solo pudo levantarse con un propósito: vengarse de quienes la convirtieron en cenizas. Pero el destino le tenía reservada una jugada aún más cruel. En su camino se cruza Nicolás, el medio hermano de Javier, un hombre tan enigmático como peligroso, marcado por secretos familiares que esconden heridas imposibles de cicatrizar. Entre ellos surge una atracción prohibida, alimentada por el odio, el deseo y la necesidad de destruir a un enemigo en común. Mientras Mila libra su propia batalla contra Lola, la mujer que le arrebató a su familia, Nicolás lucha contra los fantasmas de su madre y la sombra de Martín Rodríguez, el hombre que lo negó como hijo y lo condenó al silencio. Ambos están unidos por la venganza, pero también por un pasado que amenaza con arrastrarlos hacia un destino fatal. ¿Hasta dónde se puede llegar cuando el dolor se convierte en combustible? ¿Qué precio estás dispuesto a pagar por la verdad, cuando esa verdad puede matarte? En un juego de lealtades quebradas, secretos mortales y pasiones que arden al borde de la locura, Mila descubrirá que para renacer primero debe romperse… y que la mujer que un día fue, ya no existe. Ahora solo queda La Sustituta Rota.

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Capítulo 1

CAPITULO 1.

POV - MILA

El consultorio era tan callado que podía oír cada latido de mi corazón resonando en mí. El doctor me sonrió y pronunció lo que había esperado escuchar durante tres años de matrimonio:

—Felicidades, señora Rodríguez. Va a ser madre.

Sentí que todo a mi alrededor brillaba. Llené mis pulmones de aire, como si volviera a nacer. Coloqué mis manos en mi abdomen y, por primera vez, me visualicé completa: yo, Javier y nuestro pequeño. Una verdadera familia, no una simulación en la casa donde siempre me sentí fuera de lugar.

Salí del hospital sintiéndome ligera. Temblaba de alegría. Tomé el teléfono y marqué el número de mi esposo. Deseaba oír su voz llena de alegría, quería que me abrazara tan fuerte que las dudas acumuladas durante tres años desaparecieran de inmediato.

Sin embargo, cuando sonó el segundo tono, alguien más respondió.

—Hola —dijo una voz femenina, suave y alegre, con demasiada confianza—. Javier está en la ducha. Soy Lola. Si es urgente, puedo ayudar. . .  o puede llamar más tarde.

Me quedé en silencio. El mundo se desmoronó a mí alrededor. Mis labios se movieron, pero no salieron palabras. Esa mujer sabía exactamente quién era yo. Su tono burlón lo dejaba claro.

—¿Hola? ¿Me escucha? —preguntó con falsa inocencia.

Colgué.

Me deje envolver por los recuerdos.

Caminaba por el campus de la universidad, distraída, enredada en mis propios pensamientos. Estaba en mi último año de Administración cuando lo conocí: Javier. También él cursaba su último año, el chico más apuesto de la facultad de Finanzas y su novia la más popular de toda la universidad, eran la pareja más envidiada, él parecía inalcanzable para todas… y mucho más para mí. Jamás imaginé que se fijaría en alguien como yo, pero lo hizo. Me pidió ayuda con un trabajo, siempre fue la mejor en el área de informática, y así, casi sin darme cuenta, comenzamos a salir.

Por sugerencia de mi padre ocultaba mi verdadera identidad. Para todos no era más que la becada nerd, esa que vivía pegada a la computadora y parecía no tener amigos. Siempre supe que él estaba enamorado de su novia, no hablaba de otra cosa, pero aun así decidí arriesgarme. Me bastaba con ser su amiga, con recibir las migajas de su atención.

Cuando ella lo abandonó, yo me quedé a su lado. Fui quien lo sostuvo en medio de la depresión, y contra todo pronóstico, terminamos casándonos. Mis padres se opusieron, claro. Aún puedo escuchar la voz de mi padre esa tarde, dura, sentenciándome: “Cásate si quieres, pero nunca le digas que eres una rica heredera… veremos cuánto dura entonces.”

Yo sabía que no me amaba. Que, aunque ella lo había dejado cruelmente, seguía pensando en ella. Aun así, me aferré a ese amor, soporté el peso de sus silencios, que dijera su nombre en sueños y mientras me hacia el amor, aprendí a vivir con el eco constante de una sombra que nunca fue mía.

El teléfono me quemaba en la mano. Mi respiración se volvió entrecortada. Lola. Ese nombre que nunca había pronunciado, pero que estaba presente como una sombra en mi cama, las noches en que Javier se daba vuelta a la pared. La sombra que siempre había estado a mi lado, acababa de responder mi llamada.  Conduje sin prestar atención a la carretera. Solo podía oír en mi mente un eco repetitivo: Estoy embarazada. Estoy embarazada. Como si esa sola noticia pudiera rescatarme del infierno que se había abierto bajo mis pies.

En el pasado ella tenia su amor, ahora yo era su esposa y madre de su hijo, una ventaja que podría aprovechar, para que Lola no me lo quitara, acaricie mi abdomen aun plano, este bebe me ayudaría a rescatar mi matrimonio.

Sin embargo, la realidad estaba esperando por mí.

Un ciclista apareció de pronto. Frené. El volante me impactó en el abdomen, la bolsa de aire se activó en mi rostro. Un dolor intenso me atravesó el vientre. Y luego, sentí la humedad entre mis piernas.

Bajé la mano. Sangre.

—No. . .  no, por favor —murmuré en un susurro entrecortado.

Con manos temblorosas volví a marcar a Javier. Una vez. Dos. Tres. Nadie. Finalmente, contestó.

—¿Mila? —su voz sonaba jadeante, ansiosa, impaciente.

—Ayúdame. . .  tuve un accidente. . .  el bebé. . .  —logré decir antes de ser devorada por la oscuridad.

Lo último que oí fondo en esa corta llamada fueron los gemidos de una mujer. Gemidos de placer.

Abrí los ojos en una sala blanca. El olor a antiséptico me inundó.  Tenía una venda apretando mi frente. Intenté moverme, pero el dolor me ancló en la cama. El doctor apareció con su bata blanca y una voz neutra que no olvidaré jamás:

—Lo siento. No pudimos salvar al bebé. Pero usted está fuera de peligro.

No pude llorar. No pude gritar. El vacío era tan inmenso que ni el sufrimiento que sentía pudo salir. Mi hijo. Nuestro hijo. Se fue antes de tener la oportunidad de llegar. Y él… él no estaba allí.

—¿Mi esposo? —pregunté con la poca voz que me quedaba.

—No ha llegado. Fue un buen samaritano quien la trajo.

No. No. No. No podía ser. Cerré los ojos y hundí mi cara en la almohada. Lo sabía: no estaba aquí porque estaba con ella. Con Lola.

Las horas pasaron como cuchilladas lentas. En la cama cercana, una mujer que se estaba recuperando reía mientras su esposo la alimentaba con amabilidad. Yo solo oía el sonido de mi respiración quebrada.

Al llegar la noche, una enfermera entró y me habló de forma directa:

—Señora, debe pagar los gastos del hospital. Si no lo hace hoy, liberaremos la cama.

La ira me consumió. Javier ni siquiera había venido a ver si seguía viva. Yo, que había soportado la desaprobación de su madre, los silencios de su padre y las humillaciones de tres años. Yo, la esposa que no existía.

Me levanté tambaleándome. Cada paso era un recuerdo de que mi vientre estaba vacío. Caminé hacia la ventanilla de pagos y cubrí la cuenta con mi tarjeta. Firmé con una mano temblorosa. Nadie lo haría por mí.

Salí al pasillo con el cuerpo destrozado y el alma aún peor. Y entonces los vi.

En la entrada del hospital, bajo las luces frías, Javier avanzaba con una mujer a su lado. Vestido rojo, labios como sangre, un perfume que llenaba el aire. Lola.

Él la sostenía con cuidado, como si fuera de cristal. Y ella sonreía, segura y ganadora.

Sentí cómo mi rabia oprimía al dolor. Mis piernas se movieron solas, ignorando las punzadas en mis heridas.

—Javier… —mi voz fue apenas un susurro.

Él giró la cabeza. Me miró como si me hubiera encontrado en un lugar equivocado. Pero no dejó ir a Lola. Ni un poco.

Entonces la vi de frente. Y mi corazón se detuvo.

Era como verme en un espejo. Su rostro, sus rasgos, hasta la curva de sus labios. Lola era… yo.

No era solo una mujer. Era la original. Yo no era su esposa. Yo era la imitación.

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Capítulo 7.
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Capítulo 9.
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