El edificio del Palacio de Justicia amaneció cercado por un cordón de seguridad como pocas veces se había visto. Las calles estaban cerradas, las aceras repletas de periodistas con cámaras listas, y a lo lejos se escuchaban cánticos de manifestantes divididos entre quienes pedían justicia y quienes defendían a Isabel Montenegro. La tensión se podía cortar con un cuchillo.
A pesar del blindaje, el aire estaba cargado de un nerviosismo palpable. Era el primer día del juicio que los medios ya llamaban “El proceso del siglo”. No solo porque en el banquillo estaba una de las empresarias más influyentes y temidas del país, sino porque las revelaciones que podrían salir a la luz amenazaban con sacudir las bases mismas del poder político.
Valentina observaba todo desde la escalinata, vestida con un traje sobrio pero elegante, cada pliegue de la tela pensado para proyectar fuerza. A su lado, Sebastián mantenía las manos en los bolsillos, evaluando cada rostro en la multitud como si buscara p