La sala del tribunal estaba más llena de lo habitual. Cámaras, micrófonos y flashes aguardaban en la entrada como depredadores hambrientos. Dentro, el aire estaba denso, cargado de murmullos y el inconfundible olor a café barato que los periodistas tomaban para sobrevivir a las largas horas.
Isabel entró puntual, con su habitual traje impecable y esa sonrisa afilada que usaba como armadura. Sin embargo, a Valentina no le pasó desapercibido el leve temblor en sus manos al ajustar el cuello de la chaqueta.
Sebastián, sentado unos metros detrás de ella, observaba cada gesto con la frialdad de un estratega. No era momento de celebrar, pero sí de reconocer que la grieta estaba ahí.
El fiscal tomó la palabra. —Señoría, hoy presentaremos pruebas documentales que no solo vinculan a la acusada con la red de corrupción, sino que demuestran su participación directa en operaciones de blanqueo de capitales.
Un murmullo recorrió la sala como una corriente eléctrica. Isabel mantuvo la postura, pero