El silencio entre ellos era como una bomba sin detonar. Valentina no sabía si abrazarlo, golpearlo o gritarle todas las preguntas que se habían acumulado en su pecho durante cinco años. Tomás, en cambio, se mostraba tranquilo, como si su desaparición hubiera sido solo una larga siesta.
—¿Vas a decirme qué carajos pasó? —escupió ella, con los ojos encendidos de furia. —No aquí —respondió él, dando un trago a su whisky—. Este no es un lugar seguro. Valentina se rió sin humor. —¿Y qué lugar lo es ahora? ¿La oficina de Sebastián Reyes? El nombre lo hizo tensarse. Tomás dejó el vaso sobre la mesa con un golpe sordo. —Ten cuidado con ese hombre, Valentina. Ella lo fulminó con la mirada. —¿Tú me vas a advertir? ¿Después de desaparecer como un cobarde y dejarme pensando que estabas muerto? ¿Ahora vienes a jugar al hermano protector? Tomás apretó los labios. La culpa se reflejó en sus ojos por un breve segundo. —No quería arrastrarte conmigo. No entendías lo que estaba en juego. —¡Claro que no entendía! Porque nunca dijiste nada. Un día estabas, al otro desapareciste. Sin explicación. Sin despedida. Sin nada. ¿Sabes lo que fue buscarte en cada rincón de esta ciudad? ¿Soñar todas las noches con encontrar tu cuerpo en una zanja? Él bajó la mirada, visiblemente afectado. Pero antes de que pudiera responder, una voz los interrumpió desde las sombras. —Qué conmovedor. Valentina giró en seco. Su corazón se detuvo un segundo. Sebastián Reyes estaba allí. De pie, en la entrada del bar, con el rostro a medias cubierto por la sombra y una expresión tan fría que erizaba la piel. —¿Cómo... cómo llegaste aquí? —preguntó ella, retrocediendo un paso. —No suelo dejar que mis inversiones caminen solas por el fuego —respondió él, entrando lentamente—. Y tú, Valentina, estás más cerca de arder que nunca. Sus ojos se dirigieron a Tomás con un brillo que no era sorpresa. Era reconocimiento. —Hola, Tomás. Tiempo sin vernos. Valentina los miró, desconcertada. —¿Ustedes se conocen? Tomás se puso de pie. Su mandíbula tensa, su cuerpo en alerta. —Más de lo que debería. —Trabajamos juntos durante un tiempo —dijo Sebastián, sin apartar la vista de Valentina—. Antes de que tu hermano decidiera desaparecer con información que no le pertenecía. El mundo pareció girar en cámara lenta. Valentina sintió como si le hubieran vaciado un balde de agua helada en el pecho. —¿Qué tipo de información? Tomás miró a su hermana, con la sinceridad repentina de un hombre que sabe que no puede huir más. —La que podía destruir a Reyes Industries desde adentro. Sebastián sonrió, sin humor. —Y también la que podía matarte, si lo hacías mal. Valentina dio un paso atrás. Se sentía atrapada en una escena que no entendía del todo. Una traición velada, una amenaza implícita, y su corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra. —¿Por qué estás aquí, Sebastián? Él la miró. Sus ojos, oscuros como un pozo sin fondo, parecían cargar el peso de verdades que no podía —o no quería— compartir. —Porque si vas a seguir cavando, quiero estar allí cuando encuentres lo que buscas. —¿Y qué es lo que voy a encontrar? Él se acercó hasta quedar a centímetros de su rostro. Su voz fue un susurro gélido. —Algo que podría costarte más que tu carrera. ------------------------------------------- La lluvia comenzó a caer con violencia sobre el tejado del bar, como si el cielo también supiera que esa noche, el pasado, el deseo y el peligro se habían sentado juntos a la mesa. Y nadie saldría ileso.