La ciudad parecía contener el aliento. Las noticias sobre la inminente apertura del juicio contra Isabel Montenegro no solo habían tomado las portadas, sino que se habían incrustado en las conversaciones de cafés, taxis, oficinas y hasta en las colas de los supermercados. El país entero esperaba ver cómo la mujer que por años había manejado las sombras y el poder enfrentaría, por fin, la luz de la justicia.
En medio de esa tensión nacional, Valentina sentía que su vida estaba atravesando un cambio tan profundo que apenas podía procesarlo. Ya no estaba huyendo, ya no vivía pendiente de una amenaza constante, y por primera vez en mucho tiempo, tenía el control… o al menos, la ilusión de él.
Sebastián entró a la sala con dos tazas de café. —¿Sigues leyendo los reportes? —preguntó, dejando una taza frente a ella.
—No me acostumbro a ver mi nombre en informes oficiales que no sean amenazas —respondió con una media sonrisa, pasando las páginas.
Sebastián se sentó frente a ella, estudian