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Pecado Capital
Pecado Capital
Por: Bejarano M.
Capítulo 1: El lobo en traje

La ciudad no dormía. Ni siquiera pestañeaba. A través del ventanal del piso 35, Valentina Duarte observaba las luces de los edificios parpadeando como si fueran testigos mudos del caos financiero que estaba a punto de estallar. Cerró su laptop con un chasquido seco, su paciencia agotada tras horas de revisar contratos turbios, evasiones fiscales y movimientos de dinero más sucios que el río que atravesaba la ciudad.

Suspiró, se alisó la blusa blanca y se preparó mentalmente para la reunión que venía. Nueva junta directiva. Nuevos tiburones con corbata. Más de lo mismo.

—Otra manada de inútiles intentando jugar a ser dioses —murmuró para sí misma, justo cuando la puerta de la sala de juntas se abrió con un golpe preciso.

Y ahí estaba. Como si el infierno le hubiera enviado su propio emisario.

Sebastián Reyes.

Alto, impecablemente vestido con un traje azul oscuro que parecía hecho a medida de su pecado. Su presencia llenó el salón antes de que su voz lo hiciera. Todos los asistentes se pusieron tensos, como si el aire se hubiese vuelto más denso de repente.

—Lamento el retraso, señores —dijo, dejando caer su maletín de cuero sobre la mesa con un golpe sutil, pero dominante—. Estaba ocupado salvando esta empresa del agujero financiero en el que ustedes la metieron.

Su tono era elegante, pero afilado como una hoja. Algunos directivos tragaron saliva, otros bajaron la mirada. Valentina, en cambio, sostuvo su copa de sarcasmo hasta el fondo.

—Tranquilo, Reyes, el ego también necesita su tiempo para maquillarse frente al espejo —disparó, cruzando lentamente las piernas mientras lo miraba sin miedo.

Un silencio incómodo se instaló como un fantasma en la sala. Él ladeó la cabeza, intrigado por la osadía de aquella mujer que no solo no temía enfrentarlo, sino que parecía disfrutarlo.

—Tú debes ser la abogada que tanto molesta a los peces gordos —dijo con una media sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Me advirtieron que eras… problemática.

—No me pagan por ser simpática, Reyes. Me pagan por proteger esta empresa. Incluso de ti.

Ahí estaba. La chispa. Ese instante en que dos depredadores se reconocen. No amigos. No aliados. Pero sí iguales. Y eso, en cierto modo, era aún más peligroso.

Él se acercó un poco más, desafiando la distancia profesional que dictaba el protocolo.

—Entonces, veremos quién muerde primero, doctora Duarte.

El calor bajo su piel fue inmediato, incómodo y adictivo.

Valentina sostuvo su mirada sin pestañear, aunque por dentro una alarma silenciosa se disparó.

Él era peligroso. No solo como empresario, sino como hombre. Y lo peor de todo es que una parte de ella... lo disfrutaba.

Horas más tarde, sola en su oficina, Valentina repasó los informes financieros. Movimientos de dinero inexplicables, cuentas en paraísos fiscales, empresas fantasma.

Y allí, como una daga, apareció su nombre.

Sebastián Reyes.

—Perfecto —susurró, irónica, mientras se servía un whisky—. El enemigo duerme bajo el mismo techo.

Lo que no sabía aún… era que el techo estaba a punto de caerse sobre ambos.

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