La lluvia caía sobre la ciudad como un telón gris que parecía engullir los ruidos del tráfico. Afuera del tribunal, el ambiente seguía cargado de titulares urgentes y flashes que no daban tregua.
Valentina caminó junto a Sebastián hacia el vehículo blindado que los esperaba. Los escoltas mantenían a raya a la prensa, pero eso no impidió que las preguntas llovieran sobre ellos.
—¿Doctora Duarte, cree que la grabación presentada hoy garantiza una condena?
—¿Qué papel jugará usted en la reconfiguración política tras el juicio?
Ella respondió con frases medidas, pero cada palabra estaba cuidadosamente calibrada para proyectar autoridad. Sebastián la observaba con una media sonrisa: era consciente de que, aun en medio de una guerra, Valentina ya jugaba como una figura nacional.
En el interior del vehículo, el silencio fue interrumpido por el sonido del teléfono de Valentina. En la pantalla, un número desconocido. Dudó un instante antes de contestar.
—Doctora Duarte —saludó una voz grave,