Mundo de ficçãoIniciar sessãoDayana despierta de un fuerte golpe en la cabeza. Pero en su mente, ella tiene 18 años, libre y aguerrida, pero resulta, que la realidad es otra. Dayana tiene 25 años, casada, en un matrimonio difícil, con una suegra manipuladora y malvada, sus cuñadas son insoportables y una mujer que dice estar embarazada de su marido, lo peor es que ella se entera de que su actuación en este drama es de la esposa sumisa que lo aguanta todo. Pero su pérdida de memoria desencadena un cataclismo, quiere divorciarse de ese traidor, alejarse de esa familia venenosa. Pero cuanto más busca recordar, más misterios la rodean, y las cosas se ponen más difícil, Ares Bianchi, su marido, ¿es un villano o el amor de su vida?
Ler maisElla abrió los ojos lentamente. La luz le molestaba y estaba un poco confundida, pero poco a poco se fue acostumbrando a la claridad. Su tía Felicia se percató de que la hermosa joven estaba despierta, así que decidió hablar con ella para ver si realmente estaba consciente.
—Dayana, mi amorcito, ¿puedes oírme? ¿Cómo te sientes? —dijo Felicia con amor y preocupación. Su sobrina era su tesoro más querido, era la amada hija de su hermana mayor y la cuidaba como tal hasta que Dayana/ella decidió tomar un rumbo desfavorable.
La hermosa rubia parpadeó varias veces y miró a su tía, desconcertada.
—Tía, ¿qué pasó? ¿Por qué estoy en un hospital? —preguntó Dayana con la voz un poco ronca.
—No lo sé bien. Tu suegra me dijo que caíste, pero no dijo nada más. Anda por ahí sin querer aclarar nada —dijo Felicia mientras apretaba el botoncito para llamar al médico o a las enfermeras.
Dayana frunció el ceño sin entender. Aún confundida, decidió preguntar por ese tema tan extraño.
—Tía, ¿cuál suegra? Yo no tengo suegra. No estoy casada y no tengo novio —aseguró ella, tratando de encontrarle el chiste, pero al ver la cara de su tía, se le terminó las ganas de buscarle la gracia.—Dayana, tu suegra, Bárbara. La madre de tu esposo, Ares. Ares Bianchi —dijo Felicia, pero la cara de desconcierto de su sobrina la asustó aún más.
—¿Cuál Bárbara? No conozco a nadie con ese nombre, y menos a ese hombre del que me hablas, tía. Solamente tengo 18 años, ¿cómo podría estar casada? Si me gradué del colegio recién hace unos días —dijo ella, bastante desconcertada, mientras Felicia casi se desmayaba. ¿Acaso ella…?
Pero la realidad era otra: Dayana tiene 25 años y lleva casada con Ares Bianchi hace 3. Al menos, ella había estado locamente enamorada de ese hombre guapo, sensual y peligroso.
Pero las cosas no habían ido tan bien como todos creían. Ese matrimonio no era para nada lo que debió ser, y Dayana era extremadamente complaciente con su marido y le daba demasiado poder a su suegra y cuñadas.
—Dayana, mi vida, ¿no recuerdas a tus cuñadas, las gemelas Bianchi? —preguntó Felicia, sin poder entender cómo era que su sobrina había perdido los recuerdos de esa gente, justo de todo lo sucedido desde el momento antes de que conociera a Ares y su familia.
Dayana negó con la cabeza, aún más perdida. Fue en ese momento que un guapo doctor entró en la habitación y vio a la preciosa mujer en la cama, más repuesta, pero ciertamente con cara de desconcierto.
—Hola, Dayana. ¿Me recuerdas? —dijo el Dr. Mario, a lo que ella se encogió de hombros, ignorando al galeno.
Mario se asustó de inmediato. Dayana no era una actriz, bajo ningún concepto, así que debía analizar la situación.
—Dayana, te golpeaste la cabeza. ¿Recuerdas cómo pasó eso? —dijo Mario mientras proyectaba una luz en sus ojos para ver el reflejo de sus pupilas.—No, la verdad no recuerdo. Solo sé que mañana es mi fiesta de graduación y de ahí a la universidad —dijo Dayana, sonriente, mientras Mario terminaba de revisarla.
El joven doctor miró a Felicia, sorprendido, hasta que la mujer de mediana edad intervino:
—No sé qué pasa, pero parece que no recuerda nada después de haberse graduado del colegio. Ni a Ares ni a su familia.Mario se sobresaltó. Esto sí que era un problema; uno enorme. Y no solo por su amigo, sino por cómo lo tomaría la familia Bianchi.
—¿Quién es ese Ares? No lo conozco, su nombre no me suena para nada. Además, yo no estoy casada —protestó Dayana, cruzándose de brazos. Se sentía como si estuviera atrapada en un episodio de The Twilight Zone.—Dayana, mi vida, no te enojes. Es que te golpeaste fuerte. Creo que olvidaste siete años de tu vida. Ya no tienes 18, tienes 25. Te comprometiste con Ares a los 21 y un año después se casaron. Llevas tres años de casada —explicó Felicia con dulzura.
Dayana se señaló a sí misma, incrédula.
—No te creo. ¿Cómo que no recuerdo siete años? Recuerdo que mi fiesta sería esa noche, debía recoger mi vestido de la modista y, de repente… ya estoy aquí. Como si nada —dijo, tratando de no reírse de lo absurdo de la situación. Era demasiado estúpido para ser verdad.Mientras, Mario envió un mensaje urgente a su amigo:
«Tu esposa ha perdido la memoria.»Esperaba que esto no trajera más problemas a un matrimonio que de por sí ya era… complicado.La respuesta fue inmediata y gélida:«Ella está fingiendo.»Mario palideció.Ares resopló después de considerar ese ultimátum.—Ninguna de las dos —respondió Ares, su voz grave como el basalto.—Te propongo una Opción C.Dayana contuvo la respiración. Él nunca aceptaba los términos ajenos; siempre imponía los suyos.—Yo mismo te llevo a casa de tu tía —continuó él.—Me quedo en el auto. Tienes una hora exacta con ellas. A cambio… —hizo una pausa estratégica— tú accedes a una sesión real, de buena fe, con el neurólogo especialista que Mario recomienda. Sin sarcasmos. Sin resistencia. Sin la máscara de la "Dayana rebelde".Su tono se volvió ligeramente irónico, pero no burlón.—Sería un gesto de buena fe, para compensar mi… arresto domiciliario de lujo, como tan gráficamente lo llamaste.La línea permaneció en silencio un segundo, cargada del peso de la propuesta.—¿Aceptas? —preguntó, finalmente—. O seguimos en este punto muerto. Y déjame decirte algo, Dayana: los puntos muertos desgastan. Y a ti, en tu estado, te desgastan mucho más que a mí.—Una hora —replic
Frente al bosque de micrófonos y el destello de los flashes, Ares Bianchi se transformó. La furia contenida se solidificó en una máscara de autoridad imperturbable. No era un marido acorralado; era el Presidente del Consejo ejerciendo el control absoluto.Alzó una mano, y el murmullo cesó de golpe.—Escúchenme con atención, porque solo lo diré una vez —comenzó, con una voz que no alzaba el tono, pero que resonaba con el peso del acero.—Dayana de Bianchi es mi única esposa. Legal, legítima y amada. Nunca hemos hablado de divorcio, ni lo haremos.Hizo una pausa calculada, dejando que esa declaración se clavara como una estaca.—En cuanto al asunto de la señorita Dulce Lenz… es un tema personal y delicado que aclararemos en su debido momento y de manera privada. Lo que sí aclararé hoy es que estas acusaciones amañadas y este circo mediático serán investigados a fondo. No toleraré que se use a los medios para una campaña de desprestigio.Entonces, bajó ligeramente la cabeza, y su tono a
La reunión fue breve y letal. Dulce, desesperada y con el embarazo avanzado, había exigido ver a Ares. Su elegancia habitual se había resquebrajado, dejando al descubierto el pánico.—Ares, todo lo he hecho por ti —suplicó, con lágrimas de rabia.—El bebé. Quedarme callada. Aguantar el desprecio de todos. Me dijiste que te divorciarías de Dayana, que solo esperabas a que estuviera menos frágil después de la pérdida… Pero ahora es mi hijo el que está en peligro. ¡Nuestro hijo!Ares la observó con una calma que era más aterradora que cualquier grito. No ofreció un consuelo, ni una caricia. Era un ejecutivo evaluando una queja.—Dulce, el niño va a estar a salvo. Eso te lo garantizo —dijo, con una voz tan plana que heló la sangre.—Y ahora, con la condición de Dayana, el divorcio es imposible. Dejemos que nazca el bebé. Ya aclararemos todo… después.El "después" sonó a un abismo. Dulce palideció. En ese momento, todas sus inseguridades, todos los susurros de su corazón, convergieron en u
Al día siguiente, en la torre de Bianchi Tech, Dayana no fue tratada como la esposa decorativa. Ares la puso en una sala de conferencias con pantallas que mostraban flujos de dinero, contratos y comunicaciones internas.—Esto —dijo, señalando una cascada de transferencias a una fundación con el nombre de Bárbara— es a lo que mi madre llama "filantropía". Y esto —cambiando a unos emails entre abogados— es el "acuerdo" que tienen para declararte incapaz si firmas esos papeles de conciliación. Tu primer trabajo es encontrar la inconsistencia. Buena suerte.Por las noches, en casa de Felicia, el "Cuartel General de la Resistencia" funcionaba a toda máquina. Con la información que Dayana obtenía, Elsa y Valeria Stern cruzaban datos.—Si lo que dice Ares es verdad, y tú no retiraste la denuncia, solo la congelaron —dijo Valeria, sus ojos brillando—, tenemos un caso. Pero necesitamos un testigo de lo que pasó ese día, aparte de ti. ¿Una empleada? ¿El conductor? Piensa, Dayana.En su segundo
Hizo una pausa, acercándose un poco. Su mirada ya no era la del magnate impasible, sino la de un estratega observando a un oponente valioso.—Pero te voy a decir una cosa, y te lo aseguro yo, Ares Bianchi: yo soy el menor de tus problemas ahora. Ahora que has decidido ser esta… pequeña salvaje y rebelde, Dayana, lo entiendo. —Una sonrisa casi imperceptible, no de burla, sino de reconocimiento, se dibujó en sus labios—. Así que, debes hacerlo lo mejor que puedas. Debes luchar, Dayana. Incluso contra mí.El mundo de Dayana se detuvo.¿Incluso contra él?¿Acaso le estaba diciendo… que podía derribarlo? ¿Que tenía la fuerza, el permiso, incluso la obligación de intentarlo?Era un contrasentido total. No cuadraba con nada. ¿Cómo podía ser, después de todo lo que le habían contado? Después de la imagen que todos pintaban de ella: la esposa pusilánime, la animé sumisa que seguía ciegamente a su marido. La que no parecía importarle tener a una amante embarazada bajo su mismo techo. La que p
El auto no se dirigió a la ciudad. Tomó la carretera hacia las colinas, hasta un moderno y aislado Penthouse que Dayana no reconocía. Era la "cabaña" de Ares, su guarida personal. Cuando despertó, estaba sola en una habitación minimalista con vistas al vacío. Una nota en la mesilla, escrita con la letra firme de Ares, decía: "Aquí nadie te molestará. Aquí podrás recordar en paz. O aprender de nuevo. Yo decidiré cuál."Dayana despertó removiéndose entre las sábanas. Miró a su alrededor: la habitación era amplia, moderna, con tonos neutros y una luz tenue que se filtraba por unas persianas. Todo le era totalmente ajeno, y, sin embargo, una paz infinita y extraña la envolvía. Dio varios suspiros, tratando de incorporarse, pero la cama era un nido de suavidad que parecía abrazarla y hundirla en una nube de confort.Se sentía suspendida. Miró al techo, sin saber qué hacer o qué pensar. ¿Conocía ese lugar? Su mente daba vueltas en un bucle: no, sí, no, tal vez. Estaba tan alejada de la re





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