Elsa la siguió, pero el universo, aparentemente, no había terminado de repartir sorpresas.

Justo cuando iban a pagar, la directora del spa se acercó con una sonrisa nerviosa.

—Srta. Bianchi, su suegra, la Sra. Bárbara, ha pagado toda su cuenta y la de su amiga. Ha dejado esto para usted.

Era un sobre de papel pergamino. Dentro, una nota escrita con una letra elegante:

"Querida Dayana, sé que los últimos días han sido difíciles. Espero que este pequeño gesto te ayude a reflexionar sobre dónde está tu verdadero lugar. La familia siempre perdona. Te esperamos a cenar. Con cariño, Bárbara."

Era un mensaje claro: te vigilo, te controlo y te compro. Y Dayana sintió que el spa entero se convertía en otra jaula dorada.

Salió más furiosa, Elsa corría tras ella, y fue cuando lo vio.

Estacionado justo frente a la salida, con el motor de su deportivo negro roncando suavemente, estaba Ares. Bajó la ventana y la miró con esos ojos impenetrables.

—Pensé que necesitarías un taxi—dijo, como si fuera