Olvidando a un Bianchi: La esposa rebelde
Olvidando a un Bianchi: La esposa rebelde
Por: Adrianex Avila
Cap. 1¿Cuál Bárbara?

Ella abrió los ojos lentamente. La luz le molestaba y estaba un poco confundida, pero poco a poco se fue acostumbrando a la claridad. Su tía Felicia se percató de que la hermosa joven estaba despierta, así que decidió hablar con ella para ver si realmente estaba consciente.

—Dayana, mi amorcito, ¿puedes oírme? ¿Cómo te sientes? —dijo Felicia con amor y preocupación. Su sobrina era su tesoro más querido, era la amada hija de su hermana mayor y la cuidaba como tal hasta que Dayana/ella decidió tomar un rumbo desfavorable.

La hermosa rubia parpadeó varias veces y miró a su tía, desconcertada.

—Tía, ¿qué pasó? ¿Por qué estoy en un hospital? —preguntó Dayana con la voz un poco ronca.

—No lo sé bien. Tu suegra me dijo que caíste, pero no dijo nada más. Anda por ahí sin querer aclarar nada —dijo Felicia mientras apretaba el botoncito para llamar al médico o a las enfermeras.

Dayana frunció el ceño sin entender. Aún confundida, decidió preguntar por ese tema tan extraño.

—Tía, ¿cuál suegra? Yo no tengo suegra. No estoy casada y no tengo novio —aseguró ella, tratando de encontrarle el chiste, pero al ver la cara de su tía, se le terminó las ganas de buscarle la gracia.

—Dayana, tu suegra, Bárbara. La madre de tu esposo, Ares. Ares Bianchi —dijo Felicia, pero la cara de desconcierto de su sobrina la asustó aún más.

—¿Cuál Bárbara? No conozco a nadie con ese nombre, y menos a ese hombre del que me hablas, tía. Solamente tengo 18 años, ¿cómo podría estar casada? Si me gradué del colegio recién hace unos días —dijo ella, bastante desconcertada, mientras Felicia casi se desmayaba. ¿Acaso ella…?

Pero la realidad era otra: Dayana tiene 25 años y lleva casada con Ares Bianchi hace 3. Al menos, ella había estado locamente enamorada de ese hombre guapo, sensual y peligroso. 

Pero las cosas no habían ido tan bien como todos creían. Ese matrimonio no era para nada lo que debió ser, y Dayana era extremadamente complaciente con su marido y le daba demasiado poder a su suegra y cuñadas.

—Dayana, mi vida, ¿no recuerdas a tus cuñadas, las gemelas Bianchi? —preguntó Felicia, sin poder entender cómo era que su sobrina había perdido los recuerdos de esa gente, justo de todo lo sucedido desde el momento antes de que conociera a Ares y su familia.

Dayana negó con la cabeza, aún más perdida. Fue en ese momento que un guapo doctor entró en la habitación y vio a la preciosa mujer en la cama, más repuesta, pero ciertamente con cara de desconcierto.

—Hola, Dayana. ¿Me recuerdas? —dijo el Dr. Mario, a lo que ella se encogió de hombros, ignorando al galeno.

Mario se asustó de inmediato. Dayana no era una actriz, bajo ningún concepto, así que debía analizar la situación.

—Dayana, te golpeaste la cabeza. ¿Recuerdas cómo pasó eso? —dijo Mario mientras proyectaba una luz en sus ojos para ver el reflejo de sus pupilas.

 —No, la verdad no recuerdo. Solo sé que mañana es mi fiesta de graduación y de ahí a la universidad —dijo Dayana, sonriente, mientras Mario terminaba de revisarla.

El joven doctor miró a Felicia, sorprendido, hasta que la mujer de mediana edad intervino:

—No sé qué pasa, pero parece que no recuerda nada después de haberse graduado del colegio. Ni a Ares ni a su familia.

Mario se sobresaltó. Esto sí que era un problema; uno enorme. Y no solo por su amigo, sino por cómo lo tomaría la familia Bianchi.

—¿Quién es ese Ares? No lo conozco, su nombre no me suena para nada. Además, yo no estoy casada —protestó Dayana, cruzándose de brazos. Se sentía como si estuviera atrapada en un episodio de The Twilight Zone.

—Dayana, mi vida, no te enojes. Es que te golpeaste fuerte. Creo que olvidaste siete años de tu vida. Ya no tienes 18, tienes 25. Te comprometiste con Ares a los 21 y un año después se casaron. Llevas tres años de casada —explicó Felicia con dulzura.

Dayana se señaló a sí misma, incrédula.

—No te creo. ¿Cómo que no recuerdo siete años? Recuerdo que mi fiesta sería esa noche, debía recoger mi vestido de la modista y, de repente… ya estoy aquí. Como si nada —dijo, tratando de no reírse de lo absurdo de la situación. Era demasiado estúpido para ser verdad.

Mientras, Mario envió un mensaje urgente a su amigo:

«Tu esposa ha perdido la memoria.»

Esperaba que esto no trajera más problemas a un matrimonio que de por sí ya era… complicado.

La respuesta fue inmediata y gélida:

«Ella está fingiendo.»

Mario palideció.

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