Cap. 4 Voy a la casa de mi tía
Dayana no esperó a su reacción. Cruzó la habitación y abrió sin ceremonias el armario. Vació cajones y tomó puñados de ropa, no la que él le compró (sedas impersonales, negros y beiges), sino las pocas prendas viejas que reconocía: unos jeans gastados, una sudadera de su universidad, unas botas. Los arrojó a una maleta abierta sobre la cama.—Voy a la casa de mi tía —declaró, sin mirarlo.—Mañana a las 9 a.m., mi abogada, la Sra. Valeria Stern (una leyenda en divorcios de alto perfil), estará en tu oficina con los papeles. Si no estás, los presentaremos directamente ante un juez junto con una orden de restricción por el incidente de hace un rato. Considera esto tu única advertencia.La cólera de Ares fue un vendaval ciego. Quería atrapar a Dayana, encerrarla, forzarla a escuchar, a entender, a recordar... a ser la de antes. Pero en ese instante, Mario irrumpió en la habitación, corriendo como un poseso, y se interpuso. Sujetó a Ares con la fuerza desesperada de quien contiene a un leó
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