Nadia Bennet perdió a sus padres cuando apenas tenía catorce años, y tras la tragedia, fue enviada a vivir con su tío, un hombre respetado en apariencia, pero enfermo de una obsesión tan retorcida como antigua. Siempre amó a la madre de Nadia, y cuando ella murió, desvió su deseo hacia la joven, su viva imagen. Desde entonces, la vida de Nadia se convirtió en una prisión disfrazada de familia: encerrada, humillada y acosada constantemente. Su única protección era una abuela anciana que lentamente se apagaba. Hasta que en la boda de su prima, un cuadro pintado con rabia llamó la atención de Rowan Kohler, el hombre a quien se entregó esa misma noche. Pero cuando los secretos, las mentiras y la traición se cruzan en su camino, Nadia tendrá que decidir si confiar de nuevo... o enfrentarse sola al infierno del que creía haber huido.
Leer másLa casa entera bullía en una inquietud silente. Había un murmullo que parecía recorrer los muros, como si las paredes mismas supieran que se aproximaba algo importante, algo que debía lucir perfecto, aunque por dentro estuviera podrido.
En medio de todo ese esfuerzo y esa pulcritud impuesta, Nadia se movía sin cesar, con los dedos enrojecidos por los productos de limpieza, con el cabello recogido de prisa, con los ojos cansados y el cuerpo pesado de tanto inclinarse, tanto fregar, tanto sostenerse en pie.
Era ella quien se encargaba de que cada rincón de la casa estuviera impecable para la llegada de los decoradores, quienes transformarían aquel lugar en el escenario de una celebración que a ella ni siquiera le pertenecía. La boda, por supuesto, tendría lugar en una iglesia, en un templo que Nadia no había visto, ni pisaría. Se celebraría la boda de la hija de Hazel, Indira.
Había pasado horas en silencio, concentrada en su tarea, cuando sintió una presencia detrás de ella. Se giró con la respiración entrecortada, y allí estaba él. Jared, su tío.
—Nadia —llamó él con ternura, como si su nombre fuera una flor que no debía marchitarse, así que debía hablarle bonito.
La joven se quedó callada por un instante.
—¿Sí? —soltó ella, percatándose de que Jared sostenía una caja rectangular entre sus manos.
—Ven conmigo un momento —dijo él, con una media sonrisa que parecía invitar a un secreto—. Quiero mostrarte algo.
Sin decir más, Jared se alejó por el pasillo. Nadia dudó al principio, pero no tenía otra opción, así que siguió sus pasos, notando que se dirigía hacia su pequeña habitación. Las recámaras de los demás estaban arriba, subiendo una escalera, pero la de ella quedaba abajo, junto a la cocina, apartada del resto, como un recordatorio de su condición en aquella casa.
Era una pieza modesta, de paredes pálidas y aire estancado, un cuarto destinado al servicio. Nada en ella hablaba de hogar.
Jared esperó a que Nadia entrara primero. Aunque ella vaciló unos segundos más en la entrada, al final decidió cruzar el umbral.
Después de haber ingresado, escuchó el sonido del picaporte cerrarse a sus espaldas. Jared se acercó con parsimonia y depositó la caja sobre la cama, como si se tratara de un tesoro.
—Es para ti —señaló con esa voz serena.
—¿Cómo? —preguntó Nadia, en lo que su mirada iba del rostro de su tío a la caja—. ¿Qué es?
—Ábrela —le respondió él y sus labios se curvaron en una sonrisa leve.
Con las manos aún temblorosas por todo el trabajo, Nadia se acercó a la caja. Levantó con cuidado la tapa y entonces lo vio: un vestido. No cualquier vestido, sino una prenda de ensueño color crema, de tela suave y caída elegante, como si hubiera sido cosido con hilos de gracia. Era largo, de escote delicado, espalda descubierta, una obra de belleza sutil, pensada para alguien que jamás se sintió protagonista de nada.
—¿Este vestido es… para mí? —cuestionó, sosteniéndolo frente a sí.
—Es para que lo uses esta noche, en la celebración —dijo Jared, avanzando un paso—. Sé que no tienes ropa adecuada para una ocasión así. Este vestido te quedará muy bien.
Nadia bajó la mirada al vestido, sintiendo cómo la tela parecía ajena en sus manos, como si no mereciera un objeto así.
—Dudo mucho que a mi tía y a su hija les agrade la idea de que tú me regales algo.
—Ellas no tienen por qué saberlo —replicó Jared, en un susurro que rozaba la complicidad—. Si te piden explicaciones, solo diles que es ropa vieja de tu madre. Nada más.
Nadia alzó la mirada, buscando en su rostro alguna señal de ironía, pero no la encontró.
—Gracias, tío... pero no puedo aceptarlo.
Jared frunció el ceño.
—No tienes otra ropa, Nadia. Tendrás que ponértelo. No puedes presentarte en la celebración con lo primero que encuentres en el armario. Es un evento importante.
Ella apretó los labios, sin saber cómo explicar lo que sentía. No era solo por el vestido. Era por lo que significaba estar entre esas personas, como una presencia que incomoda.
—Creo que mi prima preferiría que no estuviera presente…
Jared no dejó que terminara.
—Tú no puedes faltar, Nadia. Es un día importante para la familia y tú formas parte de ella. Este momento no estará completo si tú no estás ahí.
Y como si esa última frase hubiese cerrado toda resistencia, Nadia supo que no podría negarse.
—Gracias… tío.
Él sonrió con dulzura, con una expresión que parecía decir más de lo que se atrevía a poner en palabras.
—Quiero que te lo pruebes ahora, quiero ver cómo te queda —expuso de repente.
Ella lo miró con sorpresa, aun sosteniendo el vestido frente a su pecho.
—Pero… esta noche me verás con él, de todos modos...
—Quiero ser el primero —esclareció Jared—. Digo, el primero en verte vestida así.
Nadia alzó la mirada hacia Jared. Sus dedos, delgados y temblorosos por el peso del momento, acariciaban el borde de la tela del vestido como si al hacerlo pudiera encontrar en ella una respuesta clara. La verdad era que se sentía desnuda sin haberse despojado aún de nada.
—Está bien —accedió, más por obligación que por gusto—. ¿Podrías salir un momento para que me cambie?
—No será necesario —dijo él, girándose lentamente—. Solo me daré la vuelta. Cámbiate tranquila.
Jared le dio la espalda y colocó sus manos cruzadas detrás del cuerpo, como si su presencia pudiera disolverse simplemente por mirar hacia otro lado. Pero a Nadia aquello no le bastaba.
Permaneció unos segundos inmóvil, como si el silencio le pidiera reconsiderar. No le agradaba la idea de tenerlo allí, aunque no la estuviera mirando. Aun así, ella sabía que no tenía muchas opciones.
Fue hacia un rincón y, con manos torpes, comenzó a quitarse la ropa con la prisa de quien teme ser interrumpida. El vestido subió por sus piernas como un susurro, suave y fresco, envolviéndola con una elegancia que contrastaba dolorosamente con el moño descuidado de su cabello y las manchas aún visibles de haber estado limpiando toda la mañana. Respiró profundo y dio el aviso.
—Ya… estoy —indicó.
Jared giró con lentitud, y cuando sus ojos se posaron en ella, un brillo distinto le cruzó la mirada. Sus pupilas se dilataron inevitablemente, como si acabara de contemplar algo que no esperaba.
Sus ojos recorrieron su figura desde el suelo hasta sus hombros, deteniéndose en cada curva, en cada pliegue del vestido que parecía haber sido hecho a medida para ella. A pesar de su corte largo y elegante, el vestido acentuaba sin esfuerzo su figura: sus caderas, su espalda desnuda, el escote discreto pero certero, como si supiera exactamente dónde debía posar la atención.
—Date la vuelta —pidió Jared con voz baja.
Nadia se quedó callada y sin moverse por unos segundos.
—Tío, no creo que deba…
—Hazlo.
A Nadia no le quedó más opción que obedecer y tenía la intención de girar con rapidez, deseando acabar con aquello lo antes posible.
—Más despacio… —impuso Jared—. Quiero verte bien.
Ella redujo el ritmo, más por resignación que por deseo. Y entonces giró lentamente, con la delicadeza de una hoja mecida por el viento. Jared la contempló en silencio, recorriendo con la mirada su nuca, su espalda desnuda, la caída natural del vestido sobre su piel clara, la curva precisa de sus omóplatos, el contraste del cabello oscuro atado con descuido. Y, por un instante, su respiración pareció detenerse.
—Te queda perfecto… —dijo finalmente, dando unos pasos hacia ella—. Eres idéntica a tu madre. No solo heredaste su talento… también su belleza. Con este vestido, hasta podría confundirte con ella.
Jared dio otro paso, acortando la distancia entre ambos, hasta quedar frente a ella. Con lentitud alzó las manos y sus dedos rozaron el rostro de Nadia, como si temiera que se deshiciera al contacto. Le sostuvo la cara con ambas palmas, y luego acercó su frente a la de ella, hasta que ambas pieles se encontraron en un punto de calor tibio.
—Tío… —susurró ella, incómoda por la cercanía, intentando retroceder. Pero Jared no se lo permitió.
—Shh… No digas nada. Estás… demasiado hermosa.
La caricia de su mejilla contra la de ella fue lenta. Luego fue su nariz, y después la otra mejilla. Había algo solemne en sus gestos, pero también algo que rozaba el límite de lo permitido.
Jared no era como Hazel ni como su hija, que despreciaban a Nadia con crueldad abierta. Él era distinto. Él no la golpeaba, no la insultaba, no la humillaba. Pero había en él una herida vieja que lo impulsaba a confundir el afecto con la posesión.
Jared había amado a Natalia en secreto durante toda su vida, la madre de Nadia. Fue el primero en conocerla, el primero en escucharla hablar de arte, en ver sus cuadros, en contemplarla con ojos de hombre que no podía confesar su amor. Pero ella eligió a Danilo, el hermano menor de Jared y padre de Nadia. Y Jared solo pudo quedarse al margen, como una sombra.
Debido a un terrible accidente, sus padres murieron cuando Nadia tenía diez años. Huérfana y sin sostén, fue Jared quien la acogió en su casa, como una forma silenciosa de redimirse con el pasado. Pero el tiempo, la ausencia y los recuerdos habían tejido una red oscura entre ambos. Una red que, en ese momento, frente al espejo de la sangre y la memoria, comenzaba a tensarse peligrosamente.
Nadia no respondió al instante. Se quedó quieta, como si no hubiera escuchado la pregunta de Jared. Sin embargo, él insistió.—Te estoy haciendo una pregunta, Nadia. ¿A dónde fuiste? ¿De dónde vienes?Ella alzó ligeramente la mirada, con una especie de neutralidad cansada.—Solo me salí un momento —respondió, indiferente.Jared frunció el ceño, claramente insatisfecho con esa respuesta.—¿A dónde? —repitió—. ¿Por qué evitas responderme? Además, llegaste muy tarde.Volvió a escrutarla de arriba a abajo, enfocándose en su ropa distinta.—¿Y porqué vienes vestida así? —agregó—.¿De dónde sacaste esas prendas? Estoy seguro de que no tienes nada como eso en tu armario.—¿Esto? —Nadia se miró a sí misma—. Me lo regaló alguien.—¿Quién? —entrecerró los ojos con suspicacia—. ¿Acaso te has conseguido un novio? ¿Estás saliendo con alguien?Sus palabras eran duras, pero no disimulaban su frustración, celos y la necesidad de control que se escondía tras ellas. Parecía más molesto por la posibilida
Cuando Nadia abrió la puerta de la casa, lo primero que percibió fue una atmósfera pesada. El silencio no era completo: había voces apagadas, susurros llenos de reproche, y al fondo, sollozos. Avanzó unos pasos, con el corazón apretado por la curiosidad y el presentimiento, y al asomarse a la sala, se encontró con una escena incómoda.Indira estaba sentada en el sofá, con los ojos hinchados y rojos, y el maquillaje corrido por las lágrimas. Apretaba un pañuelo en la mano con fuerza, como si con eso pudiera contener el dolor que claramente la desbordaba. Tenía la espalda encorvada y un temblor constante en los labios mientras hablaba.—No puedo creer —decía entre lágrimas— cómo Elian fue capaz de decir esas cosas de mí, de insultarme de esa manera. Me trata como si fuera una loca cada vez que no puede controlar la situación, como si yo fuera el problema. ¡Pero él…! ¡Él no es ningún santo! Tiene tanto o más que callar que yo, pero claro… es más fácil hacerme pasar por inestable que asum
Rowan se incorporó ligeramente, sin que Nadia dejara de estar encima de él. La rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí, besando su cuello con una intensidad que la hizo estremecerse. Nadia entrecerró los ojos al sentir la calidez de sus labios en su piel, mientras seguía moviéndose con ritmo, montándolo con una pasión que solo parecía aumentar con cada caricia, con cada beso que él dejaba en su clavícula, su hombro y la base de su garganta.El deseo entre ambos se volvió más y más evidente, como si sus cuerpos se hubieran sincronizado completamente. Rowan la sostenía con seguridad, guiándola suavemente con sus manos en su cintura, disfrutando del sonido entrecortado de su respiración y el temblor suave en sus piernas cada vez que el placer la recorría.Entonces, con un movimiento decidido, la tomó de la espalda baja y la guió hacia atrás. Ella entendió y se dejó caer suavemente sobre el colchón. Rowan se acomodó encima, sin dejar de besarla. La mirada que le dedicó fue intensa, y si
Ambos subieron al auto. Nadia se acomodó en el asiento del acompañante, pero no tardó en buscar la cercanía de Rowan. Mientras él conducía con una mano en el volante, ella le tomó la mano libre con suavidad, entrelazando sus dedos con los de él. Ese gesto, tan simple pero íntimo, le provocó a Rowan una leve sonrisa. Le gustaba sentir la calidez de ella allí, tan cerca, tan suya.Nadia no se conformó con solo eso. Se inclinó hacia él, apoyó la cabeza en su hombro y lo abrazó del brazo, como si no quisiera soltarlo jamás. Su perfume, ese aroma suave y dulce, llenaba el auto. Rowan lo inhalaba con gusto, encantado con esa proximidad, con esa necesidad de ella de estar tan pegada a él. El trayecto entero se dio envuelto en ese ambiente íntimo, con caricias discretas, miradas silenciosas y esa pasión que crecía con cada minuto.Al llegar al hotel, Rowan no escatimó. Elegante, ostentoso y exclusivo, un lugar donde cada detalle gritaba lujo. Por supuesto, pidió la habitación más cara, sin pr
Rowan no llevó a Nadia simplemente a pasear sin rumbo. Él tenía un propósito muy claro en mente: deseaba que ella se sintiera mejor, no solo por dentro, sino también en su exterior. Quería verla radiante, cómoda, con ropa que le hiciera justicia a su elegancia natural. Por esa razón la llevó a una boutique selecta, donde la atención era personalizada y cada prenda parecía diseñada para realzar la belleza de quien la usara.En un principio, Nadia se mostró reacia. Frunció ligeramente el ceño al comprender lo que Rowan pretendía, y con tono firme le dijo que no necesitaba nada, que no era necesario que gastara dinero en ella. Pero Rowan, que ya la conocía bien, no se dejó intimidar por su negativa. Con su carácter seguro y su mirada decidida, le hizo entender que no aceptaría un "no" por respuesta. Aquello no era una petición: era una decisión tomada.Nadia, finalmente, comprendió que resistirse sería inútil y cedió con un suspiro resignado, aunque en el fondo, agradecida. Eligió entonc
Nadia frunció ligeramente el ceño, visiblemente confundida.—No comprendo ese repentino interés tuyo —resaltó.—Aunque te parezca extraño, tus obras me agradaron mucho —expresó Elian.—Entonces ya las viste —agregó ella.—Sí, sí. Ya las vi. Pero quería que tí misma me los mostraras —justificó Elian—. Es verdad que no siguen la misma línea que la mayoría de las piezas expuestas aquí, pero tienen algo... un matiz honesto y profundo. Se nota que pusiste mucho de ti en cada trazo, en cada color, y eso se valora. Estoy seguro de que, si continúas, tus futuras obras superarán incluso a estas. Créeme, estoy deseando ver más de tu arte.Elian entonces se inclinó levemente hacia ella, tomándole con suavidad una de las manos. Con galantería, llevó el dorso a sus labios y depositó un beso.—Espero que disfrutes del resto de la noche, y si en algún momento deseas conversar o simplemente no quieres estar sola, puedes buscarme. Estaré por aquí, paseando.Dicho esto, le dedicó una última mirada y se
Último capítulo