C6: Si te conviertes en mi amante.

Nadia regresó a la casa y la familia de Jared estaba allí. Indira, que debía estar celebrando su noche de bodas, también estaba allí, pero sin su marido, quien había abandonado la celebración muy enojado.

—¡Tú! ¡Todo es gracias a ti! —gritó Indira—. ¡Hiciste un gran escándalo, arruinaste mi fiesta y mi marido desapareció! Ya estarás contenta, ¿no?

—Yo solo estaba pintando —dijo Nadia, bajando la vista—. Luego tuve hambre y fui por algo de comer. No hice nada más.

Una bofetada se estrelló contra la mejilla de Nadia con la violencia de una tormenta sin aviso. Fue un golpe feroz, tan fuerte que la huella de una mano comenzó a dibujarse con dolorosa claridad sobre su piel pálida.

La cabeza de la muchacha giró hacia un costado, arrastrada por la fuerza de aquel acto cargado de desdén, como si el mismo desprecio hubiera querido torcerle el cuello. Un ardor punzante le invadió la carne; la mejilla palpitaba, viva, como si la sangre misma gritara desde debajo de la piel.

—¡Eres una malagradecida! —escupió Hazel—. Después de todo lo que tu tío y yo hemos hecho por ti, lo mínimo que podrías hacer es complacernos, ¡mocosa malcriada! Sé que te encanta perder el tiempo pintando cuadros, garabateando sin sentido en esos lienzos inútiles, así que yo solo te pedí que pintes uno para nuestra hija. Sería un regalo de bodas de tu parte, y así todos los invitados verían lo felices y unidos que somos. Una gran familia ejemplar, eso es lo que verían. Una familia digna de admirar. Pero, como siempre, ¡haces lo que se te viene en gana!

Nadia alzó lentamente la mano hasta su mejilla herida. El calor seguía allí, como si el odio de su tía hubiera quedado impreso en su piel.

La mirada que le dirigió a Hazel no fue de miedo. Fue de rabia, una rabia silente que bullía en sus ojos grandes de color avellana.

—Hazel… —articuló Jared, aproximándose a Nadia—. Ya te he dicho lo que pienso acerca de los golpes.

La frase, aunque dicha con suavidad, cortó el ambiente como una advertencia. Luego, Jared acarició amorosamente el rostro de Nadia.

—Qué rostro más bonito —murmuró, haciendo que Nadia experimentara un escalofrío—. Si se lastima de nuevo por tu culpa, te castigaré, Hazel —declaró.

Hazel encogió el cuello al oír esto y detuvo a Indira que estaba a punto de refutar. La señora se quedó mirando a su marido y sintió que aquella idea, que en su mente parecía poco realista, podría ser cierto. La idea de que Jared deseaba a Nadia, era simplemente aterradora.

Finalmente, todos se marcharon, a lo que Jared buscó a Nadia, quien se había recluido en su habitación. Ella estaba observando el anillo de Rowan, pero cuando percibió que su tío se detuvo en su puerta, la escondió en su palma y la cerró en un puño.

Entonces, Jared la llamó para que se acercara.

Nadia vaciló, pero no tenía otra opción. Se aproximó a él y se colocó delante suyo, a lo que Jared la contempló con intensidad.

—Lucías muy hermosa esta noche —halagó—. Estoy orgulloso de que hayas usado el vestido que te regalé.

Nadia no dijo nada y también le costaba mirarlo a los ojos, así que mantenía la mirada en cualquier punto, menos en su rostro.

—¿Sabes… cómo está mi abuela? —preguntó de repente. Quería cambiar el rumbo de la conversación, pero también estaba preocupada por su abuela, quien había enfermado y tuvo que ser internada en el hospital.

Jared se quedó callado, para luego sonreír.

—¿Te gustaría verla? —articuló—. Puedo llevarte.

—¿E-en serio? —a Nadia se le iluminaron los ojos por un momento. Sin embargo, después de la siguiente propuesta, perdería aquel brillo en cuestión de segundos.

—Lo haré… si te conviertes en mi amante.

El estómago de Nadia se revolvió al instante. Sintió un nudo subirle por la garganta, como si fuera a vomitar. Dio un paso atrás sin pensarlo, como si Jared fuera una amenaza. Y lo era, de hecho. Lo miró con ojos abiertos, incrédula, pero también asqueada. La sonrisa de él le pareció repulsiva y enfermiza.

Nadia apretó el anillo escondido en la palma de su mano y respondió con frialdad.

—Eso nunca.

Jared se quedó callado, contemplándola con intensidad.

—Una pena. No quieres tanto a tu abuela como dices —replicó—. Si no estás dispuesta a retribuir los favores que te hago, tampoco mereces que pierda mi tiempo en ti.

Fue lo último que dijo, para luego retirarse.

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