De repente, un estruendo irrumpió en la quietud de la casa, un ruido potente que parecía venir del vestíbulo, como si algo pesado se hubiera derrumbado. Jared se detuvo en seco, inmóvil durante varios segundos, intentando comprender lo que ocurría.
De pronto, unos ecos de pasos apresurados y voces mezcladas llegaban cada vez más claros, y un ceño fruncido marcaba su frente mientras trataba de discernir el origen de aquel alboroto. Murmuró para sí mismo, con un hilo de incredulidad.
—¿Qué demonios está pasando? —y permaneció allí, con la mente corriendo a mil por hora.
Nadia permanecía sobre la cama, con el cuerpo temblándole y los ojos llenos de lágrimas. El susto la paralizaba, pero al mismo tiempo sentía un alivio tenue: Jared se había detenido. Su corazón aún latía con fuerza y el miedo le recorría cada extremidad, pero había una chispa de esperanza, un hilo que la mantenía consciente de la situación, alerta a cada sonido y movimiento que llegaba desde afuera.
Jared finalmente se i