C5: Te lo regalo.

Jared era un veneno que se filtraba por las venas de Nadia sin permiso, una amenaza constante que no necesitaba palabras. Su presencia lo contaminaba todo: el aire, las paredes, y los pasillos de esa casa en la que vivía sin derecho a nada. El simple hecho de pensar que él pudiera tocarla, que pudiera hacerla suya sin su consentimiento, le provocaba arcadas que se tragaba en silencio, con los dientes apretados y el pecho encogido.

A veces se despertaba en medio de la noche con el corazón galopando en la garganta, sintiendo su sombra respirándole en la nuca. Jared la deseaba como un cazador hambriento, no por amor, no por ternura, sino por el puro placer de destruir algo que aún se mantenía limpio, y por querer hacer realidad un amor que nunca pudo ser.

Cada vez que él la miraba, sentía que no era una persona, sino un cuerpo que alguien estaba esperando abrir y usar. Esa certeza se le clavaba como una astilla en el estómago. Lo peor era que no podía confiar en nadie, no podía contarle a nadie lo que sentía. Tenía que comportarse, tenía que obedecer, mientras por dentro se deshacía lentamente.

Si Jared la tomaba, si alguna vez lograba encerrarla con él sin que pudiera escapar, si lograba imponerle sus manos, su aliento, su voluntad, entonces todo habría terminado. Ella no sería ella, no volvería a reconocerse. Prefería morir, prefería arrancarse la piel antes que vivir sabiendo que él había sido el primero.

Por eso Rowan, sin entender por qué lo había elegido, era un refugio, una última puerta antes del abismo porque, aunque no hubiese amor, aunque no hubiese promesas, al menos él no era Jared. Y eso, para Nadia, ya lo volvía infinitamente más digno.

Habían permanecido allí, envueltos en un silencio íntimo, por más de una hora. El ambiente estaba impregnado de sus esencias entrelazadas, como si sus pieles, al tocarse, hubiesen destilado una fragancia nueva, única e irrepetible.

Rowan se había mostrado inusualmente tierno, más allá de lo que las circunstancias podrían haber requerido. Nadia no le había confesado que era su primera vez, pero algo en ella —quizá su juventud evidente, o la fragilidad con que sus manos se aferraban a él— había despertado en Rowan una dulzura instintiva. Ella era tan delicada que temía que, con solo un movimiento brusco, pudiera quebrarse entre sus brazos.

Nunca antes había estado con alguien así. Ella no necesitaba hablar para expresar que le gustaba lo que hacían. Su lenguaje era el de la entrega, el de la piel. Cada estremecimiento, cada estremecer silencioso, cada roce que buscaba más, hablaba con una claridad que lo dejó hechizado. Fue un momento hermoso, físico, pero también espiritual. Una comunión de cuerpos y almas que parecía elevarlos por encima del mundo.

Cuando, por fin, los cuerpos se calmaron y el instante de pasión halló su reposo, quedaron juntos y respirando en la misma frecuencia. Nadia yacía recostada sobre su pecho y él la rodeaba con su brazo, manteniéndola cerca como si aún temiera que se desvaneciera. Apoyó la mejilla en su cabeza y dejó que el perfume de ella lo invadiera con dulzura. Su cabello era como un río oscuro que lo acariciaba en la piel, y él se aferraba a esa cercanía con la silenciosa certeza de que no quería olvidarla nunca.

De pronto, Nadia levantó el dedo de Rowan y fingió examinar el anillo casualmente.

—¿Te gusta? —preguntó él, a lo que ella asintió.

—El patrón de este anillo es muy especial y hermoso —comentó.

Su cabello rozó el cuello de Rowan, picándole, como si le hiciera cosquillas en lo profundo del corazón.

—Te lo regalo —después de decir eso, se quitó el anillo y se lo puso a Nadia en la mano, pero los dedos de Nadia eran demasiado delgados, por lo que el anillo, que debería haber sido usado en su dedo índice, solo podía usarse en su pulgar.

Esta vez fue el turno de Nadia de sorprenderse. ¿Estaba bien que ella lo tuviera? ¿Todavía se fabricaban anillos como ese? ¿Era algo que cualquiera podía tener?

—La noche es tan hermosa —señaló Rowan—. Compraré una botella de vino. Espérame aquí. No vuelvas a la boda —indicó, y también pensó en que debía comprar algo de comer, ya que escuchó que Hazel le había ordenado a la chica que no comiera nada hasta que terminara de pintar el cuadro.

Nadia asintió con una sonrisa, y Rowan se vistió para luego salir del coche. Nadia empezó a vestirse, mientras reflexionaba que no le había dicho siquiera su nombre. Rowan no tenía idea de quién era ella.

Minutos después, cuando Rowan regresó al vehículo, la chica ya no estaba. Se había marchado.

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