C4: Ven conmigo.

Rowan se quedó atónito. No entendía si hablaba en serio o se trataba de una "broma" de su parte. No pudo evitar recordar a la joven que fue obediente y sumisa ante la orden de Hazel, pero que fue a tirar el cuadro hacia el balcón, armando una escena caótica, y ahora estaba frente a él, sugiriendo un encuentro sexual sin pelos en la lengua.

¿Quién demonios era esta chica?

Al ver que Rowan no respondía, Nadia desvió la mirada.

—Olvídalo —soltó, cambiando de dirección para alejarse de él. Fue en ese momento que sintió una mano rodear su muñeca.

Nadia se giró para mirarlo, pues Rowan había decidido detenerla.

—Solo confírmame que tu petición no se trata de alguna broma tonta.

—No lo es —aseveró Nadia.

—Entonces, ven conmigo.

La celebración en el jardín era un caos por culpa de la pintura que había caído del cielo. El marido de Indira abandonó el lugar bastante enfadado, e Indira juró convertir la vida de Nadia en un infierno.

Mientras tanto, Rowan sacó a Nadia de la casa y la llevó a su Rolls-Royce. El Cullinan era espacioso y el ligero aroma del perfume hizo que Nadia se relajara.

Ambos se acomodaron en el asiento trasero. Se quedaron mirándose mutuamente por unos minutos, hasta que, de repente, Nadia lo besó, acariciando su rostro con ambas manos.

Aunque su inexperiencia asomaba como un viento torpe entre las ramas de su deseo, había una fuerza indomable detrás de cada roce. Besaba como quien no sabe, pero también como quien necesita. Como quien entiende que ese momento era su única puerta de salida.

Nadia nunca antes había tenido un novio. No sabía besar, no sabía cómo sostener el cuerpo ajeno en medio del deseo, pero lo hacía con la desesperación de quien intenta salvarse, como si sus labios pudieran construir una barrera contra el horror que intuía acercarse, como si su cuerpo, entregado así, pudiera arrebatarle a Jared algo que no pensaba dejarle.

Era su manera de gritar sin alzar la voz, de luchar sin empuñar un arma, de resistir con la única herramienta que aún le quedaba: su voluntad. Era la única vez que podía decidir algo por sí misma, y a pesar de lo extraña de la situación y que estaba a punto de entregarse a un hombre desconocido, se sentía libre.

—Oye, espera… —murmuró Rowan, con la frente fruncida, mirándola como si intentara descifrar un enigma que se resistía a ser pronunciado. Se quedó contemplando su rostro por unos segundos. Su piel, la voz, su mirada, todo indicaba que apenas era una chiquilla—. ¿Tú… cuántos años tienes?

Nadia lo observó en silencio. El hombre parecía de unos treinta años, así que, si le decía que tenía diecinueve, ¿se negaría a estar con ella?

—Tengo veintiuno —una vez más, se inclinó hacia el rostro del hombre y lo besó.

Y entonces, Rowan correspondió al besó.

Sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez él tomó el control. La besó con más profundidad y la sostuvo por la cintura, como si tuviera miedo de que se le deshiciera entre los brazos. Sus labios se deslizaron por su cuello, dejando una línea de fuego lento, y sus manos buscaron la espalda del vestido. Allí estaba el cierre, alineado con precisión, marcando el umbral.

Con cuidado, comenzó a deslizarlo.

Los dedos masculinos rozaban la piel desnuda, suave y cálida, que se iba revelando con el vestido que se abría paso. Nadia, por su parte, cerró los ojos. No había temor en su rostro, como si cada caricia la alejara un poco más del mundo del que venía, de esa casa, de ese jardín, de Jared, de todo. Cada roce era una cuerda que la liberaba de una prisión invisible.

A pesar de lo extraño de las circunstancias, aquello fue felicidad para Nadia.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP