Mundo ficciónIniciar sesiónIsabella es la hija del difunto Alfa del clan Luna Nueva, por la tanto es la futura heredera, sin embargo, finge ser ciega para salvarse de la maldad de su tío, quien es el Alfa regente de la manada, y quiere deshacerse de ella, antes de que le pueda robar su lugar. Cuando Isabella se entera de que será obligada a un matrimonio con un anciano poderoso de otra manada, decide tejer una trampa para no irse. Así, planea una noche de pasión con un sirviente que es de su elección, para tener que casarse con él y quedarse en la manada. Isabella elige a Kaen, un sirviente mudo que parece leal y dócil, lo que ella no sabe, es que Kaen oculta secretos que podrían hacer tambalear todo su mundo. Ahora ambos deberán unirse en matrimonio, ella fingiendo ser ciega, él mudo, sin embargo, ambos ocultan grandes secretos que podrían separarlos o unirlos para siempre, mientras una pasión irresistible nace entre los dos.
Leer másIsabella caminaba en silencio por los pasillos de la mansión, el bastón golpeando suavemente contra el suelo, el ritmo lento y calculado de quien parece perdida en la oscuridad eterna.
Nadie sospechaba. Todos, la creían ciega desde niña, una inútil que apenas podía sostenerse por sí misma. Y así lo quería. Fingir aquella debilidad era la única forma de seguir viva en la guarida de bestias que era su propia familia.
Ese día había logrado algo arriesgado: perderse de la vigilancia asfixiante de Emma, la doncella que más que servidora era espía de su prima Claire.
Isabella había esperado el momento exacto en que Emma se distrajo para escurrirse hasta la biblioteca privada. Allí, su tío Dante solía reunirse con hombres poderosos, sus cómplices.
Desde la penumbra del umbral, Isabella escuchó con atención. Solía escuchar a escondidas todo el tiempo, buscando algo que la hiciera dejar a esa horrible familia o vengarse de ellos. Hoy había tenido suerte de estar ahí, cerró los párpados apenas entrecerrados para mantener la ilusión de vacío en su mirada.
—¡Casaré a Isabella con el viejo Artey de la manada del Sur! —bramó Dante, seguido de carcajadas de los demás.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Se llevó una mano al estómago, como si con ese gesto pudiera contener la náusea que la consumía. Aquello no era un matrimonio, era una condena a muerte.
—Pero, Alfa Dante —se atrevió a hablar uno de los hombres—, ¿y si los sabios se oponen? Isabella es la heredera de sangre del antiguo Alfa. Tal vez no acepten esa unión.
—¡Calla! —la voz de Dante estalló como un trueno—. Casarla con ese anciano será mi victoria. Llevo demasiado tiempo soportando a esa inservible. Si no fuera porque es ciega, ya estaría muerta.
La rabia amenazó con delatarla. Su tío hablaba de matarla con la misma facilidad con la que otros discuten del clima.
Isabella apretó el bastón entre sus dedos, obligándose a mantener la calma.
Cada músculo de su cuerpo quería gritar que no era ciega, que podía ver cada uno de sus rostros repugnantes.
Pero se contuvo. Mostrar la verdad sería firmar su sentencia de muerte.
Se giró despacio, caminando con pasos medidos, fingiendo inseguridad.
Salió al jardín sin demostrar emoción alguna. Solo su corazón delataba la tormenta en su interior, golpeando contra su pecho con desesperación.
Al llegar a la escalinata, se detuvo. Con aparente concentración, comenzó a “contar” los escalones, como si dependiera de ello para no caer.
En realidad, los conocía de memoria; los había subido y bajado en silencio decenas de veces, con la mirada fija en cada grieta y cada piedra.
—¡Señorita Isabella, cuidado con los escalones! —la voz aguda de Emma rompió la calma.
Isabella se giró apenas, esbozando una sonrisa cortés.
—Daré un paseo por el jardín, Emma.
La doncella la siguió, como una sombra que respiraba en su nuca. Isabella lo sabía.
Cada palabra, cada paso suyo sería contado y transmitido a Claire y Dante. La traición corría en las venas de aquella familia.
Cuando Emma se distrajo, Isabella se alejó rápidamente.
Los gritos rompieron el aire. Isabella se tensó, siguiendo el sonido hasta un claro del jardín.
Un grupo de hombres rodeaba a un sirviente arrodillado.
Lo reconoció: era el mudo que llevaba años trabajando en la mansión, casi invisible, siempre en silencio.
—¡Has robado carne de la cocina del Alfa! —vociferó uno.
Un cuchillo brilló en el aire. El agresor se lanzó contra él, pero el sirviente esquivó con una rapidez sorprendente. Isabella contuvo el aire. No eran movimientos torpes de un criado cualquiera; había destreza, fuerza contenida, algo oculto.
—Caballeros… —la voz de Isabella sonó clara, firme.
Los hombres se congelaron al instante.
A pesar de todo, seguía siendo la sobrina del Alfa, y su palabra tenía peso.
—Señorita, ¿qué hace aquí sola? —preguntó uno, nervioso.
Retrocedió un paso como si perdiera el equilibrio.
Tal como esperaba, el sirviente mudo corrió hacia ella y la sostuvo antes de que cayera.
Sus manos eran firmes, cálidas, diferentes. Por un instante, sus miradas se cruzaron. Isabella fingió desviar los ojos al vacío, pero en realidad lo observó con detalle: la fuerza de su mandíbula, la intensidad en su mirada, sus facciones.
Él, en cambio, quedó petrificado. Sus ojos buscaban los de ella como si pudieran encontrar un brillo imposible.
«¿Acaso… puede verme?», pensó, confundido.
—Gracias —susurró Isabella, inhalando su aroma. Bajo el sudor y el cuero, había algo más. Ese no era el olor de un simple sirviente. Era muy diferente, un aroma demasiado penetrante.
Se apartó despacio, retomando su papel.
Con el bastón delante, continuó su camino como si nada hubiera pasado. Pero su corazón latía con una fuerza indomable.
Él la siguió con la mirada hasta perderla de vista, con un presentimiento extraño creciendo en su pecho.
***
Esa noche, en su habitación, Isabella se dejó caer en la cama.
El recuerdo de las palabras de Dante aún resonaba como cuchillos en su mente. Artey… ese anciano había enterrado a cinco esposas. Y ahora, ella sería la sexta.
La puerta se abrió de golpe, se sentó en la cama, con la mirada en la nada.
Dante entró con la arrogancia que lo caracterizaba.
Se acercó a ella, y la tomó de la mejilla, pellizcándola, acercándose tanto, que ella pudo sentir su aliento sobre ella, eso la asqueó, no era novedad, Dante, su tío, solía actuar así, parecía que disfrutaba de tener el control sobre ella, siempre maltratándola o burlándose de su supuesta ceguera.
Como si tuviera el control total sobre ella y su cuerpo.
Dante sonrió, ella era casi una copia fiel de su madre, la mujer que él deseó para sí, pero su hermano le robó, si no fuese porque era ciega, podría decir que su amada había vuelto a nacer en Isabella.
—Isabella, está decidido. Te casarás con Artey. Es un hombre que te dará estabilidad y seguridad.
Ella apretó las sábanas entre sus dedos.
—Tío… ese hombre es un asesino.
Él rio, condescendiente.
—Solo son rumores. Te casarás porque lo ordeno. Y no olvides que yo soy quien decide si vives o mueres.
La amenaza quedó suspendida en el aire incluso después de que se marchó. Isabella cerró los ojos, respirando hondo.
Por dentro, su loba rugió.
Durante años había permanecido en silencio, reprimida bajo la máscara de la debilidad. Pero ahora la bestia clamaba por salir.
Isabella no era una víctima. No lo había sido nunca. Había fingido la ceguera para sobrevivir, para ocultar que veía todo: la corrupción, las mentiras, la sangre derramada por su tío.
Su tío salió y una idea vino a su mente, pensó en el sirviente mudo.
«Es mi única salvación», pensó ideando un plan para escapar del destino fatal.
Kaen rugió con furia cuando vio a los enemigos rodeando a su manada.Sus ojos brillaban con un rojo intenso, y el aire se llenó del olor a hierro y sangre. A su alrededor, los suyos luchaban con fiereza, pero era evidente que los Iktar habían planeado ese ataque con precisión.Isabella, acorralada entre los restos de la batalla, apenas podía respirar.Su cuerpo temblaba.Veía a Kaen pelear como una bestia invencible, y aun así, el miedo le oprimía el pecho.Los gruñidos se mezclaban con gritos de agonía, el suelo cubierto de sangre y tierra.Kaen, transformado en su forma de lobo, era un torbellino de fuerza y furia. Se lanzó sobre el gran Alfa enemigo, un monstruo de pelaje negro como la noche.Los dos se enfrentaron con brutalidad: dientes, garras, y rugidos que estremecían la tierra. Isabella cerró los ojos, rezando en silencio a la Diosa Luna.Un último golpe, un rugido desgarrador, y el cuerpo del Alfa Iktar cayó sin vida. El silencio se extendió entre los sobrevivientes.Los lobo
Isabella corrió sin pensar en otra cosa que no fuera sus cachorros.La transformación en loba fue un acto de urgencia y de pura necesidad: sus patas golpearon la tierra, su respiración se volvió vapor en la noche y su mente se llenó de una única imagen que la quemaba por dentro —los ojos pequeños de sus crías, frágiles, asustados—. Nada importaba más que alcanzarlos, tocarlos, asegurar que estuvieran vivos.Entró en la zona donde la batalla aún resonaba; el olor a sangre y a temor flotaba en el aire como una niebla pesada.Sus músculos se tensaron, sus colmillos se mostraron, y atacó con una ferocidad que no reconocía en sí misma cuando era humana.Acabó con el primero, luego con otro; su furia era una marea que barría todo a su paso. Cada golpe era un rugido que venía desde lo más profundo de su garganta. Fue hermosa y terrible, una Luna que defendía su manada con la fuerza de la antigua ley.Pero la escena cambió en un instante.La cantidad de enemigos —lobos salvajes, ojos encendido
El viento helado del amanecer se filtraba por los ventanales del gran salón, levantando las cortinas como si fueran alas de humo.Isabella permanecía de pie frente a Kaen, la mirada firme, los labios temblando entre la ira y la tristeza. En su interior, su loba rugía con fuerza, deseando correr hacia él… pero el orgullo era más fuerte que el instinto.—No puedo echarte del palacio, ni de la manada, Kaen —dijo con voz quebrada, aunque trató de sonar firme—. Puedes quedarte, puedes ser el Alfa si eso es lo que deseas. Supongo que no querrás irte…Kaen bajó la mirada, mudo. Los músculos de su mandíbula se tensaron, como si luchara por contener el dolor que lo atravesaba.—Mi loba —continuó Isabella, apretando los puños—, mi loba no puede rechazarte. No puede hacerlo, aunque lo intente. Pero yo… yo no puedo estar junto a ti. Quédate o vete, pero no vuelvas a provocarme, Kaen. Me hiciste tanto daño que ya no puedo creer en ti.Las palabras, aunque dichas con serenidad, eran cuchillas.El e
Los ojos de Isabella eran feroces, destilando una rabia que ardía como el fuego en su interior.—¡Kaen! ¿Cómo te atreves? —su voz resonó en la penumbra de la ceremonia, donde las sombras danzaban al ritmo de la celebración de su manada.Él la miró con una intensidad que desafiaba su furia.—Me atrevo porque así será —respondió con firmeza, su voz profunda y cargada de determinación.La ceremonia llegó a su fin, y mientras los demás lobos continuaban festejando, Isabella se alejó, sintiendo cómo el dolor y la rabia se entrelazaban en su corazón.No podía comprender cómo Kaen había tenido el valor de presentarse allí, de desafiarla en un momento tan crucial. Su loba estaba agitada, inquieta, como si presintiera la tormenta que se avecinaba.Al entrar a la mansión, Isabella se dirigió rápidamente a ver a sus cachorros.Al verlos dormir con ternura y paz, sintió un dolor punzante en su corazón. Era un recordatorio de lo que estaba en juego, de lo que podría perder.—No sé si soy valiente c
La noche había caído sobre el bosque como un manto denso y plateado.El aire olía a tierra húmeda, a luna llena y a presagio. Desde la cima del risco, podía verse el resplandor de las antorchas que iluminaban el círculo sagrado.Era la noche que todos temían.Isabella, vestida con un manto blanco, aguardaba en el centro del claro.Sus manos temblaban apenas, pero su postura era erguida, digna de una Luna.El viento jugaba con los mechones sueltos de su cabello oscuro, y la luz plateada de la diosa caía sobre su piel como si quisiera bendecirla o advertirle.El consejo de ancianos estaba reunido. Los lobos más viejos, los guardianes del equilibrio, observaban con miradas graves. Ninguno aprobaba del todo la ceremonia. Rechazar a un mate era desafiar las leyes del vínculo sagrado.Romper el lazo era romper algo más profundo que el amor: era quebrar un pacto con la Diosa Luna.Sin embargo, Isabella había decidido hacerlo. Había llorado, había suplicado al destino por otra salida, pero no
El aire de la montaña olía a lluvia y tierra húmeda cuando Isabella regresó a su territorio.Las nubes grises se abrían paso entre los pinos como fantasmas antiguos, y el sonido de los pasos de su escolta resonaba como un trueno contenido.Hiran, el general de su ejército, marchaba a su lado. Era un guerrero imponente, con cicatrices en los brazos y una mirada fría que no perdía detalle.Él y sus hombres rodeaban a Isabella con una mezcla de respeto y cautela.Temían que aquella visita fuese una trampa, una maniobra del Alfa Kaen para volver a tenerla bajo su dominio.Pero Isabella no temía. Su loba interior rugía con fuerza, feliz de volver al hogar que una vez fue suyo, al territorio donde había nacido la hija del Alfa y donde había aprendido a ser fuerte. Cuando la vieron llegar, los miembros de la manada comenzaron a reunirse.Machos y hembras salieron de sus casas, de las tiendas, del bosque. Sus ojos brillaban con reverencia.Algunos aullaron, otros aplaudieron, y cuando Isabel
Último capítulo