Capítulo: Luna robada
Isabella corrió sin pensar en otra cosa que no fuera sus cachorros.

La transformación en loba fue un acto de urgencia y de pura necesidad: sus patas golpearon la tierra, su respiración se volvió vapor en la noche y su mente se llenó de una única imagen que la quemaba por dentro —los ojos pequeños de sus crías, frágiles, asustados—. Nada importaba más que alcanzarlos, tocarlos, asegurar que estuvieran vivos.

Entró en la zona donde la batalla aún resonaba; el olor a sangre y a temor flotaba en el aire como una niebla pesada.

Sus músculos se tensaron, sus colmillos se mostraron, y atacó con una ferocidad que no reconocía en sí misma cuando era humana.

Acabó con el primero, luego con otro; su furia era una marea que barría todo a su paso. Cada golpe era un rugido que venía desde lo más profundo de su garganta. Fue hermosa y terrible, una Luna que defendía su manada con la fuerza de la antigua ley.

Pero la escena cambió en un instante.

La cantidad de enemigos —lobos salvajes, ojos encendido
Luna Ro

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