Isabella cayó en los brazos de Kaen, exhausta. Sentía el temblor en sus piernas, la respiración agitada y el latido de su corazón como un tambor dentro de su pecho.
Mantuvo los ojos cerrados con fuerza, casi como si aquello pudiera protegerla del mundo.
Kaen la sostuvo con fuerza, sus brazos eran un refugio inesperado.
—Estás a salvo —le murmuró con un tono firme, casi como si quisiera convencerse también a sí mismo.
Ella sintió cuando la bajó despacio, hasta que sus pies tocaron la tierra húmeda.
El frío de la madrugada se le metió en los huesos, pero en ese instante se permitió algo raro: sentirse protegida.
—Gracias —dijo en voz baja, con una sinceridad que apenas dejaba espacio a su desconfianza.
Él tomó su mano con decisión, pero de inmediato sus oídos captaron un ruido extraño entre los árboles.
Su instinto de guerrero se encendió.
—¡Hay que huir! —exclamó, tensando la mandíbula.
***
Corrieron a toda prisa entre las sombras del bosque.
El aire helado golpeaba los rostros, y el su