Kaen rugió con furia cuando vio a los enemigos rodeando a su manada.
Sus ojos brillaban con un rojo intenso, y el aire se llenó del olor a hierro y sangre. A su alrededor, los suyos luchaban con fiereza, pero era evidente que los Iktar habían planeado ese ataque con precisión.
Isabella, acorralada entre los restos de la batalla, apenas podía respirar.
Su cuerpo temblaba.
Veía a Kaen pelear como una bestia invencible, y aun así, el miedo le oprimía el pecho.
Los gruñidos se mezclaban con gritos de agonía, el suelo cubierto de sangre y tierra.
Kaen, transformado en su forma de lobo, era un torbellino de fuerza y furia. Se lanzó sobre el gran Alfa enemigo, un monstruo de pelaje negro como la noche.
Los dos se enfrentaron con brutalidad: dientes, garras, y rugidos que estremecían la tierra. Isabella cerró los ojos, rezando en silencio a la Diosa Luna.
Un último golpe, un rugido desgarrador, y el cuerpo del Alfa Iktar cayó sin vida. El silencio se extendió entre los sobrevivientes.
Los lobo