Capítulo: Mate

Kaen salió de la casa y llevó consigo a Isabella. El aire estaba impregnado de un olor fresco a pinos y tierra húmeda, propio del bosque que rodeaba la mansión.

Un auto negro esperaba al pie de las escaleras, con el chofer de pie, rígido como una estatua.

Isabella, aun con los nervios a flor de piel por lo que acababa de pasar y el cansancio de la boda, no dijo nada, se limitó a ser guiada por el hombre, fingiendo a la perfección su ceguera.

Dentro del auto, no cruzaron palabra. El silencio fue tan denso que casi se podía escuchar solo sus respiraciones, e Isabella creyó que podían escuchar su corazón latir violento.

El chofer arrancó y la noche se tragó el sonido del motor, alejándolos de la mansión, de los invitados, de la celebración… y acercándolos a un destino desconocido.

Kaen miraba por la ventana, absorto, con el ceño fruncido y el lobo dentro de él agitado, como si quisiera hablar, como si quisiera escapar.

Isabella, agotada, dejó que sus párpados pesaran.

Poco a poco, vencida por el sueño, su cabeza cayó suavemente sobre el hombro de Kaen.

Él se tensó al sentir el contacto, pero luego, con un gesto casi instintivo, la acomodó en su regazo.

La observó en silencio.

Su respiración era tranquila, casi inocente, y en ese instante, tan frágil y serena, parecía imposible que esa mujer pudiera representar un peligro.

Sus labios se entreabrieron un poco, su cabello caía como una cortina de seda oscura sobre su rostro.

Kaen tragó saliva, intentando alejar el calor que sentía en el pecho.

Pero entonces, como una daga que atraviesa la calma, un recuerdo lo golpeó.

"Yo era el heredero de un clan noble…"

Sus pensamientos comenzaron a arder en su mente, trayendo consigo el eco del pasado.

"Los Grey, los lobos oscuros del Norte. Mi gente era temida y respetada, fuertes como las montañas que defendíamos. Yo iba a ser el gran Alfa, el líder que llevaría nuestro nombre a la eternidad. Mi familia, mis padres, mi pueblo… eran todo para mí. Y lo tenía todo, hasta que llegó la traición."

Kaen cerró los ojos, recordando las llamas que devoraban los hogares, los aullidos de dolor, la sangre derramada en la nieve.

"Nuestra Gamma… aquel en quien más confiábamos, nos vendió. Fue él quien abrió la puerta al enemigo. Vi con mis propios ojos cómo mis padres morían, cómo los guerreros màs leales y fuertes eran destrozados. Y lo peor… nuestra piedra de poder, el corazón de nuestra manada fue robada.

Sin ella, todo lo que éramos se desmoronó. Mi clan fue borrado de la historia. Todos… menos yo."

Un escalofrío recorrió su espalda.

"Sobreviví. Me oculté. Me convertí en un fantasma. Y juré que un día, el nombre de Dante, el maldito responsable, sería destruido. Me escondí en esa mansión, porque al final, el lugar más peligroso es el más seguro

Pasé años esperando, observando desde las sombras, aprendiendo a soportar humillaciones, trabajando como un sirviente mudo en la manada enemiga. 

Todo para estar más cerca del momento de mi venganza."

Kaen apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.

"Y ahora, estaba listo. He esperado diez largos años. Diez años de odio, de hambre, de noches en vela planeando cómo acabar con ellos. Estaba tan cerca… pero ella… Isabella se interpuso..."

Su mirada volvió hacia la joven dormida sobre su pecho.

"Su olor… su voz… la manera en que mi lobo se agita solo con sentirla, justo cuando mi único propósito era la venganza. Pero, no me rendiré, hice un juramento de venganza, y voy a cumplirlo, haré pagar a quien destruyó a mi sangre"

El chofer detuvo el auto, interrumpiendo sus pensamientos.

—Hemos llegado —anunció con voz grave.

Kaen, con movimientos calculados, acomodó a Isabella para que siguiera durmiendo y bajó del vehículo.

El aire nocturno lo golpeó de lleno, trayendo consigo el olor familiar de los pinos y algo más… lobos.

Salió del auto.

Caminó en silencio, siguiendo el sendero que el chofer le indicó.

Y entonces, los vio. Una docena de figuras lo esperaba en un claro iluminado por la luna.

Al verlo, todos inclinaron la cabeza en señal de respeto.

—¡Gran Alfa! —exclamó uno de ellos, con voz firme. —Estamos listos. Hemos reunido un ejército más grande que el de la manada Luna Nueva. Solo denos su orden, y los exterminaremos.

Los ojos de todos ardían con fervor, esperando la chispa de la guerra.

Pero Kaen levantó una mano y los detuvo.

—Aún no.

Un murmullo de desconcierto recorrió al grupo. No esperaban esa respuesta.

—¿Cuánto tiempo más esperarás, Gran Alfa? —preguntó uno de sus lobos más leales. —Tus enemigos aún respiran, y nuestra gente clama justicia.

Kaen clavó su mirada en ellos, dura como el acero.

—Yo les diré el momento. Les juro que Dante y todos los que lo siguen pagarán. Pero no ahora.

Hubo un silencio tenso. Finalmente, todos asintieron. Confiaban en él, aunque no comprendieran su decisión.

Uno de los guerreros, habló de nuevo:

—Gran Alfa… ¿Tenías que casarte? Esa mujer es peligrosa. Aléjate de ella antes de que sea tarde.

Kaen sintió que algo se agitaba dentro de él.

Su lobo rugió en su interior, y con voz baja pero firme respondió:

—No puedo.

El aire se volvió pesado, los guerreros se miraron entre sí con preocupación.

Kaen alzó la cabeza, sus ojos brillando con un fulgor dorado.

—No puedo… porque ella es mi mate. 

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