Mundo ficciónIniciar sesiónAnya Monroe lo tenía todo: una carrera brillante, un matrimonio perfecto, una familia. Hasta que descubrió la doble vida de su marido. Huyó con su hijo, pero el destino fue cruel: cayó gravemente enfermo. Desesperada y sin recursos, su única salvación fue Lía: —Puedo salvarlo, pero debes fingir que eres una de ellos. Una loba. Así, Anya fue entregada a Rowan Blackwood, el Alfa de la manada de los Cazadores. Un hombre frío y letal, cuya simple presencia despertó algo salvaje en lo más profundo de ella. Poco a poco, la farsa se volvió realidad y ya no actúa como una loba; sino que se ha convertido en una y con ella la obsesión de su alfa, por eso la advertencia de Rowan es clara: —No soy tan tonto como para creer que una loba nueva no busca consuelo. Pero si te descubro con otro… —sus dedos se cerraron sobre su cuello —…te convertiré en carne para mis lobos. Pero Anya ya no teme. Desea. Porque en la oscuridad, ha encontrado su verdadero hogar. Y lo aterrador no es haber perdido su humanidad... es no querer recuperarla jamás.
Leer másC1 –VIVIENDO UNA MENTIRA.
~*~
Anya, era médica en el hospital más prestigioso de Chicago y en ese momento estaba inclinada sobre Mateo, un niño con dolor de estómago. Le presionaba el abdomen con cuidado mientras lo guiaba para que respirara con ella.
—Respira profundo —susurró.
El niño apenas alcanzó a asentir cuando, de pronto, las puertas se abrieron de golpe. Dos paramédicos entraron empujando una camilla y sobre ella, una mujer embarazada gritaba de dolor.
—¡Anya, prepárala! ¡Ya viene el bebé! —ordenó el doctor de guardia.
De inmediato, ella reaccionó en automático. Ajustó monitores, acomodó a la paciente y le secó la frente húmeda, mientras la calmaba. Pero la mujer solo pronunciaba un nombre con desesperación.
—Levi… ¿Dónde está mi esposo? ¿Dónde está Levi?
El corazón de Anya se detuvo, porque ese nombre la atravesó como un cuchillo, no obstante, le calmó.
—Ya viene… tranquila.
Mientras tanto, el doctor revisó sus signos vitales y habló con tono urgente.
—Está completamente dilatada. El bebé ya viene.
Anya le apretó la mano para darle apoyo.
—¡Puja, ahora!
El grito de la mujer llenó la sala de partos y Anya intentó mantenerse firme, pero el eco del nombre seguía retumbando en su cabeza.
Levi.
Y como si el destino quisiera aplastarla, un enfermero anunció.
—¡Llegó el padre!
La puerta se abrió y entonces lo vio.
Era Levi… Su esposo.
El aire se le cortó de golpe y los oídos comenzaron a zumbar. Lo observó avanzar con paso decidido hacia la camilla. Él no la vio, ni siquiera sospechaba que estaba allí, porque se suponía que estaba en casa. Y con total naturalidad, tomó la mano de la paciente y se inclinó hacia ella.
—Estoy aquí, mi amor. No te dejaré. —musitó besándole la frente con ternura.
Anya no podía procesarlo. ¿Esposo? ¿Cómo era posible?
—Levi… tengo miedo —murmuró la mujer.
Y el, la acarició con suavidad.
—Todo estará bien, no voy a dejarte.
Mientras tanto, Anya permanecía a menos de un metro, invisible, sosteniendo la otra mano de la mujer. La garganta le ardía por gritar, por decirle que estaba allí y exigirle una explicación.
Porque Levi también era su esposo y el padre de su hijo.
De pronto, el doctor volvió a interrumpir con otra orden.
—¡Necesito que pujes más fuerte!
La mujer gritó otra vez y Levi la animó sin soltarla.
—Vamos, cariño, hazlo por nuestro bebé.
El golpe emocional fue devastador. La razón es que cuando nació su hijo, Levi se había negado a entrar al quirófano, afirmando que se desmayaría y que confiaba en ella podría sola.
Anya lo había aceptado, convencida de que lo importante era traer al niño sano. Pero ahora lo veía allí, sosteniendo la mano de otra mujer, dándole todo lo que a ella le negó.
Finalmente, tras un último empuje, el llanto del recién nacido llenó la sala.
—Es un hermoso niño —anunció el doctor.
Y Levi lo recibió en brazos, con los ojos brillando de emoción.
—Lo lograste —susurró. Besó primero al bebé y después a la mujer—. Te amo.
En ese instante, el estómago de Anya se contrajo con fuerza, la mascarilla comenzó a sofocarla y las luces la cegaban. Retrocedió un paso y luego otro y salió tambaleando del quirófano.
El aire frío del pasillo le golpeó el rostro y, sin pensarlo, se echó a correr. No se detuvo hasta que las fuerzas la abandonaron y se apoyó contra la pared y vomitó.
El ácido le quemó la garganta, las piernas le temblaban, sintiendo que todo su mundo se desmoronaba.
En ese estado la encontró Clara, una compañera.
—Anya… ¿estás bien?
Negó con la cabeza.
No, no estaba bien, porque acababa de descubrir que había estado viviendo una mentira.
C76-UN SEGUNDO MATE.Aslan tardó unos segundos en procesar todo.—¿Su hijo? —repitió.Elmira no respondió enseguida. Giró el rostro hacia un cuadro antiguo colgado en la pared y respondió.—Uno de ellos heredó el don de Raven, como te dije —explicó con un tono lento, medido—. Y después de tanto tiempo, tu hermano los encontró, ya sabes que desde que se dio por muerta hace seis años, él... él... bueno... nunca lo aceptó. Sin embargo, no sé cómo carajos la encontró o cómo fue el asunto, lo único que sé... es que el niño lo curó sin siquiera saber que era su padre. Toda esta historia es un nudo, hijo... pero lo importante —Elmira volvió a mirarlo, sonriendo con algo parecido a esperanza— es que ahora existe una posibilidad.Aslan parpadeó, confuso.—¿Qué quieres decir, mamá?Ella avanzó un paso, como si aquella conversación llevara años esperando suceder.—Si el niño curó a Adrian... ¿por qué no podría curarte a ti? Tal vez...—¿Mamá? —la interrumpió, y la incredulidad en su tono fue un
C75-SU PROPIO HIJO LO CURO.La escalerilla del avión descendió y Aslan bajó envuelto en un abrigo largo de lana negra con cuello de piel, guantes y botas diseñadas para soportar el invierno ruso; nada en él tembló, aunque la temperatura mordía la piel, y el cielo de San Petersburgo estaba teñido de un azul nocturno casi metálico, como si el hielo mismo oxigenara la atmósfera. Abajo, tres Mercedes G-Class blindados esperaban con los motores encendidos, las luces blancas cortaban la oscuridad, y alrededor del convoy había hombres altos, musculosos, disciplinados, observando todo con la precisión fría, eran de soldados hechos para matar y morir por una sola familia: los Crowe.Ellos inclinaron la cabeza con respeto.—Bienvenido a casa, Aslan Crowe —murmuró Igor, un soldado antiguo con una cicatriz que le atravesaba el ojo.Aslan no respondió, solo subió al segundo vehículo y cerró la puerta sin ayuda, dejándose envolver por el cuero oscuro del asiento y el silencio interior, clavó la mi
C74- EL SE IBA Y ELLA SE QUEDABA.El auto se detuvo en la entrada principal de la mansión Blackwood y en cuanto Isabella abrió la puerta, el aire golpeó su piel como un recordatorio cruel de que el mundo seguía girando aunque ella ya no supiera cómo respirar. Bajó con torpeza, sujetándose del marco del coche para no caer y apenas sus pies tocaron el suelo, sus dedos arrancaron el velo de un tirón, como si esa prenda aún la mantuviera unida a un sueño que se había roto frente a todos. Las lágrimas comenzaron a caer sin ruido, largas, pesadas, desbordadas, resbalando por sus mejillas mientras ella avanzaba hacia la casa con pasos rápidos, casi furiosos.—¡Hija! ¡Mi amor! —Ailyn la llamaba desesperada desde atrás, pero Isabella no escuchaba nada más que su propio corazón astillándose con cada latido.Subió las escaleras levantando el vestido que ahora se sentía como una cadena y corrió por los corredores vacíos, abrió la puerta de su habitación y la cerró con fuerza, luego giró el seguro
C73- LA ÚNICA QUE TE HABRÍA AMADO SIN CONDICIONES.—Te dejo libre.El corazón de Isabella se rompió en silencio, sin gritos, sin drama... solo un vacío que le arrancó el aire mientras aún tenía la sonrisa puesta, como si su rostro no hubiese alcanzado a registrar el dolor.Su ramo tembló en sus manos, el mundo se desdibujó alrededor y ella siguió de pie, frente a él, sin saber si debía respirar o caer.Dentro su loba no aulló, no rugió, no se rompió en un lamento desgarrado como Isabella habría imaginado ante una traición así.Solo emitió un gemido ahogado, interno, un sonido chiquito, roto, confundido, acompañado de un ¿por qué?, más que de dolor.Supuso que ese era el instinto de ser rechazado. Su mate negándola frente al mundo, su lobo retirando su calor y esa conexión quedando suspendida, herida y sin respuesta.Pero entonces llegó el torbellino de pensamientos.«Él no me ama. Nunca lo hizo. Yo fui quien creyó, yo fui la que quiso más de lo que él estaba dispuesto a ofrecer y me i
C72-MILAGRO DE LA DIOSA.Aslan estaba solo frente al espejo, ajustándose la flor en el ojal del traje. Respiró hondo, intentando mantener sus manos firmes, porque ya era la hora. La iglesia esperaba, llena de velas y de miradas que lo verían decir sí ante la ley de Dios, y más tarde, ante la ley de los lobos.Por dentro, sin embargo, era un caos.Su pecho se levantaba con fuerza en cada respiración, a un ritmo que no lograba normalizar, porque la emoción lo impulsaba hacia adelante pero la vergüenza lo jalaba hacia atrás. Su maldición… ese peso que lo perseguía cada día, cada noche, como una sombra marcada en la piel, lo torturaba.¿Cómo podía entregarse a una mujer sabiendo que lo que llevaba dentro podía destruirlo? ¿Cómo podría condenarla a que sus hijos llevaran la misma cruz?Y aun así, cuando pensaba en Isabella, algo se calmaba. Su lobo respondía al suyo. Su espíritu se rendía ante esa calidez dulce y feroz que ella desprendía incluso cuando intentaba ocultarla. No había lugar
C71- HAZ QUE TE AME.El tiempo había pasado más rápido de lo que ninguno había imaginado y el día de la boda por fin había llegado. Y ahora Isabella estaba de pie frente al espejo, respirando hondo mientras se acomodaba el vestido con manos temblorosas. Su madre, Ailyn, sonreía con orgullo y la ayudaba a ajustar la caída de la tela, observando cada detalle como si aquello fuera lo más importante del mundo.Por dentro, la loba de Isabella estaba inquieta, feliz al punto de desbordar y al mismo tiempo nerviosa, porque la vida que la esperaba junto a Aslan era un misterio que la emocionaba y la asustaba a partes iguales. Cerró un segundo los ojos, intentando calmarse.—Solo un toque más —murmuró Ailyn, tomando el rubor y aplicándolo con suavidad en sus mejillas—. Es para resaltar lo que ya tienes... tu belleza.Isabella soltó una risa baja.—Mamá...—¿Acaso no es hermosa mi hija? —preguntó Ailyn al modista, sin apartar los ojos de ella.El hombre asintió de inmediato, con una sonrisa.—
Último capítulo