Los ojos de Isabella eran feroces, destilando una rabia que ardía como el fuego en su interior.
—¡Kaen! ¿Cómo te atreves? —su voz resonó en la penumbra de la ceremonia, donde las sombras danzaban al ritmo de la celebración de su manada.
Él la miró con una intensidad que desafiaba su furia.
—Me atrevo porque así será —respondió con firmeza, su voz profunda y cargada de determinación.
La ceremonia llegó a su fin, y mientras los demás lobos continuaban festejando, Isabella se alejó, sintiendo cómo el dolor y la rabia se entrelazaban en su corazón.
No podía comprender cómo Kaen había tenido el valor de presentarse allí, de desafiarla en un momento tan crucial. Su loba estaba agitada, inquieta, como si presintiera la tormenta que se avecinaba.
Al entrar a la mansión, Isabella se dirigió rápidamente a ver a sus cachorros.
Al verlos dormir con ternura y paz, sintió un dolor punzante en su corazón. Era un recordatorio de lo que estaba en juego, de lo que podría perder.
—No sé si soy valiente c