Capítulo: Humillada

Isabella se cubría apenas con la sábana, temblando mientras los ecos de la confrontación todavía resonaban en sus oídos.

Su corazón latía con fuerza. La habitación estaba silenciosa, salvo por la respiración agitada que escapaba de sus labios, y el aroma a vino y a incienso que todavía flotaba en el aire.

—¡Tío, esto no es lo que parece! —gritó, su voz temblando, cargada de desesperación—. ¡No sé qué pasó… me han drogado!

La respuesta fue inmediata y brutal:

—¡Zorra, voy a matarte!

Claire sonreía con una burla tan cruel que helaba la sangre.

Kaen, el silencioso sirviente que siempre se mantenía en un segundo plano, se levantó de un salto y se vistió con rapidez, su mirada fija en el hombre que amenazaba a Isabella.

Sin una palabra, se colocó entre ellos, firme, como un muro invisible que la protegía.

—¿Qué, maldito mudo? —exclamó el hombre, con un desprecio cargado de violencia—. ¿Quieres soportar los golpes por esta mujerzuela? Bien.

Kaen recibió un golpe directo en el rostro.

Isabella no pudo contener un grito de horror, sus lágrimas fluyendo mientras escuchaba los golpes.

—¡Eres una vergüenza, Isabella! —la voz de su tío retumbó, aplastante, acusadora.

En ese instante, la abuela Lottie intervino, su voz llena de autoridad y súplica:

—Hijo, perdónala, te lo ruego. Este mudo seguro se aprovechó de ella. Isabella es ingenua, no tiene culpa alguna.

La tensión en la habitación era casi tangible, y Claire, con su sonrisa sardónica, añadió una punzada de humillación que recorrió la piel de Isabella:

—Sí, padre, lo mejor es casarla con este sirviente —dijo, como si estuviera dictando un destino inevitable—. ¡Qué bella pareja, un mudo y una ciega!

El esposo de Claire, sin embargo, no compartía la alegría burlesca.

Su mirada estaba cargada de odio y desaprobación, y cada músculo de su rostro parecía tensarse con la escena que se desarrollaba ante él.

—Hijo, recuerda que, si el consejo de la manada Luna Nueva se entera de esto, tendremos problemas —advirtió la abuela, con un hilo de voz serio.

—¡Isabella, eres la hija del Alfa difunto! —gritó su tío, con la furia encendida—. Si los súbditos saben que eres una mujerzuela que se acuesta con criados, seremos humillados por todos. Te casarás con este sirviente mudo. No hay opción. Es la ley de la manada. Mañana, cuando haya Luna nueva, será tu maldita boda.

Dante salió furioso de la habitación, dejando un silencio pesado.

Claire se mantuvo sonriente, pero maniobró para que su abuela y su esposo salieran también, como si quisiera preparar el terreno para la humillación que se avecinaba.

—Dejemos a los prometidos solos —dijo Claire con voz cargada de burla—. Tienen mucho que decir, ¿verdad?

Cuando la puerta se cerró tras ellos, Isabella sintió un alivio efímero.

Tomó aire, como si por fin estuviera tranquila, su mirada estaba en la nada, pero Kaen se mantenía firme frente a ella, una figura silenciosa pero reconfortante en medio del caos.

—Este matrimonio es solo para escapar de mi compromiso —le dijo, su voz apenas un susurro cargado de autoridad y necesidad de control—. En un año te liberaré, pero hasta entonces deberás obedecerme. Te elegí porque eres mudo… aunque no sé qué hacías en mi habitación en la noche. Ambos tenemos secretos; espero que podamos convivir en paz.

Kaen la miró con una intensidad que le traspasaba el alma, intrigado y al mismo tiempo confundido.

Sin una palabra, se dio la vuelta y salió, dejando tras de sí una estela de misterio que llenó la habitación.

Isabella tocó sus labios con los dedos, recordando cada detalle de la noche anterior, los pequeños sonidos que había escuchado, la pasión contenida, los suspiros y el roce de la piel de Kaen.

Había ido a la cocina cuando nadie la vio y vertió un polvo de Luna roja, un potente afrodisiaco en el té que bebería Kaen.

Luego, dio la orden para que lo enviaran a su habitación, pero fingió que la orden venía de Claire, diciendo que ella lo pedía.

Y esperó. Debía hacerlo, ese sirviente mudo le había llamado la atención, no era tan despreciable, era  atractivo, fuerte e incluso tenía acciones loables, como ayudarla cuando iba a caer, y además, sabía defenderse, no parecía común y corriente.

Y si lo fuera, de todos los que habitaban la casa, él parecía ser alguien mejor.

«No se comportó como un mudo —pensó—. Hay algo en él, algo demasiado intrigante…».

Su corazón latía con fuerza, mezclando miedo, deseo y curiosidad.

Mientras tanto, Kaen se encontraba en su propia habitación, compartida con otro sirviente.

Se recostó en la cama y miró al techo, sin poder quitar de su mente cada recoveco de la piel de Isabella, cada movimiento que había despertado su instinto protector y algo más profundo.

«¿Quién es ella? —pensó—. No parece una simple e indefensa ciega… debo averiguarlo».

La noche siguiente, todo estaba listo para la boda.

Solo los más importantes líderes y el consejo que deseaba estar presente asistirían, y la mansión estaba cargada de anticipación y tensión.

Isabella esperaba el vestido de novia con un nudo en la garganta, sintiendo un presentimiento que la inquietaba profundamente.

—Señorita, su prima le envió este vestido de novia —anunció una sirvienta, entrando con el paquete cuidadosamente envuelto.

Isabella sintió un escalofrío recorrer su espalda, una mezcla de duda, conociendo a Claire.

—Salgan de mi habitación —ordenó, su voz firme, aunque su cuerpo temblaba de emoción y ansiedad.

Las sirvientas se miraron entre sí, confundidas, pero obedecieron y salieron en silencio.

Isabella abrió el paquete y su mirada se llenó de furia y dolor al reconocer lo que contenía.

Era el vestido de novia que había pertenecido a su madre… pero la falda tenía escrita la palabra “zorra”.

Una lágrima recorrió su mejilla mientras apretaba el vestido contra su pecho con rabia contenida.

Kaen llegó en ese momento y se detuvo en el umbral, dudando por un instante, sus ojos reflejando una mezcla de confusión y curiosidad.

«¿Acaso… ella puede ver?», pensó, intrigado por la fuerza y el coraje que emanaba de Isabella, incluso frente a la humillación más cruel.

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