Mundo ficciónIniciar sesiónElizabet era una joven común, solitaria y reprimida, que encontraba refugio en las novelas eróticas de fantasía con hombres-bestia. Nunca imaginó que su obsesión se volvería real... tras una trágica muerte, despierta en un mundo salvaje, antiguo y sin piedad, donde los clanes de criaturas mitad hombres, mitad animales, gobiernan con fuerza y deseo. Pero Elizabet no es una simple humana. Ahora posee un cuerpo exótico, con rasgos animales, y un atractivo imposible de ignorar. En un mundo donde las mujeres son escasas y los hombres-bestia solo pueden tener una compañera para siempre, su existencia es una revolución. Ella no solo desea ser marcada por varios machos... puede sobrevivir a ello, y volverse más poderosa con cada unión. Entre guerras de clanes, criaturas salvajes, errantes sedientos de venganza y secretos antiguos, Elizabet jugará con el deseo, el poder y el peligro. ¿Logrará crear el harem de sus sueños... o se convertirá en el objeto de una lucha sin fin? Pasión. Bestias. Poder. Una mujer marcada por el deseo... y destinada a cambiarlo todo.
Leer másEl frío del asfalto se aferraba a su mejilla, una última y cruda sensación que se mezclaba con el olor acre a metal retorcido y el inconfundible hedor a sangre. Elizabet yacía inmóvil, la sinfonía urbana de bocinas y frenazos se desvanecía en un eco distante, reemplazada por un pitido agudo que le perforaba los oídos. Sus ojos, apenas abiertos, captaron la luz cegadora de unos faros, la silueta distorsionada de un camión y la mancha oscura que se extendía bajo su cabeza. La vida, esa existencia monótona que había llevado durante veintidós años, se escurría de ella en una calle cualquiera.
Su vida había sido un lienzo en blanco, salpicado solo por los vibrantes colores de sus fantasías secretas. En la intimidad de su habitación, lejos de las miradas juzgonas, se sumergía en mundos de hombres-bestia, harenes y pasiones desatadas. Anhelaba la emoción, el deseo sin culpa, la libertad de ser ella misma. La ironía de su muerte, tan abrupta y carente de la aventura que tanto soñaba, fue un último y amargo trago. Su último pensamiento fue un lamento silencioso por las pasiones que nunca se atrevió a explorar. Luego, la oscuridad la abrazó por completo.
No hubo transición, ni túnel, ni luz al final. Solo el vacío, un abismo silencioso y absoluto.
Y de repente, un estallido. No fue un sonido, sino una vibración que resonó en lo más profundo de su ser, un despertar violento y, a la vez, extrañamente suave. Abrió los ojos, y el mundo se volcó sobre ella con una intensidad abrumadora.
La luz no era la cruda artificialidad de una ciudad, sino un resplandor dorado y cálido que se filtraba a través de un dosel de hojas gigantes, de un verde tan profundo que parecía vibrar. Una brisa tibia y húmeda, cargada con el aroma a tierra mojada, a vegetación exótica y a un dulzor primitivo, acariciaba su piel. No estaba en una camilla de hospital, ni en el frío de un mortuorio. Estaba tendida sobre un lecho de musgo increíblemente suave y, con una sacudida, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda.
"¿Qué...?", murmuró, pero la voz que salió no era la suya. Era más profunda, más rica, con una sensualidad que la hizo estremecerse.
La sorpresa fue una revelación gradual, una serie de descubrimientos que la dejaron sin aliento. Lo primero fue la sensación de su propio cuerpo. No era el suyo, el que conocía tan bien en su mediocridad. Sus manos, con dedos largos y finos, se deslizaron sobre una piel de seda que se extendía sobre músculos firmes y tonificados. "Esto no es... no puedo ser yo", pensó, la incredulidad luchando contra la innegable realidad de sus dedos trazando nuevas curvas. Al intentar incorporarse, sintió un poder latente en sus extremidades. Sus caderas, antes apenas marcadas, se sentían ahora amplias y poderosas; la curva de su cintura se estrechaba de forma dramática, y sus piernas, largas y esbeltas, se extendían con una gracia que nunca había poseído. Sus pechos... eran voluminosos, exuberantes, desbordándose con una plenitud que la hizo jadear.
Llevó las manos a su cabeza, y el roce de algo largo y sedoso la sorprendió. Su cabello. Ya no era el corto y oscuro que recordaba. Ahora, cascadas de melena larga, lacia y abundante, de un deslumbrante blanco plateado, caían sobre sus hombros, con las puntas teñidas de un violeta sutil que brillaba con la luz.
Pero no era lo único nuevo. Sus dedos exploraron más arriba y se toparon con algo que no debería estar ahí. Dos formas erguidas, cubiertas de un pelaje suave e inmaculado, se alzaban sobre su frente. Se movieron con un leve temblor, captando una sinfonía de sonidos que antes le eran ajenos: el susurro de las hojas al viento, el zumbido delicado de insectos distantes, y un gruñido grave, casi imperceptible, que resonaba desde lo profundo de la jungla. Eran orejas de zorro, increíblemente sensibles.
"Orejas... de zorro", repitió en voz alta, la voz sonando extraña, fascinante. "¿Estoy... soñando?".
Y entonces, sintió un peso familiar, pero a la vez totalmente ajeno, moviéndose suavemente detrás de ella. Giró la cabeza con una velocidad que la sorprendió, y allí estaba: su cola. Larga, esponjosa y de un blanco puro con puntas moradas, idéntica a la de un zorro ártico. Se movía con una elegancia innata, balanceándose con cada uno de sus pensamientos, una extensión de su propia emoción. Podía sentir cómo se erizaba ligeramente con la curiosidad, cómo se relajaba con la calma, cómo se agitaba con una incipiente excitación.
"Una cola... ¡Tengo una cola!", exclamó, una risa incrédula escapando de sus labios.
Con el corazón latiéndole con fuerza, se arrastró lentamente hasta un pequeño charco de agua cristalina que reflejaba el dosel de la jungla. Lo que vio en el reflejo no era la Elizabet que había muerto en el asfalto. Era una criatura exótica, con una belleza que trascendía lo humano. Sus ojos, antes simples y negros, ahora eran de un morado intenso, grandes y profundos. Alrededor de ellos, en los párpados y debajo, se extendía un tono dorado brillante con matices rojizos, como un maquillaje natural que le confería una mirada felina e hipnótica. Su rostro, de rasgos delicados pero afilado y sensual, desprendía un aura de elegancia salvaje.
Todo en ella, desde la punta de sus orejas hasta el final de su cola, gritaba "Salvaje", "Deseable", "Poderosa". La Elizabet que había muerto había renacido, no en un cielo o un infierno, sino en el universo de fantasía que tanto había anhelado. La aventura, la verdadera aventura, acababa de empezar.
La espera fue corta, pero cada segundo se estiró bajo la intensa mirada del guardia llamado Kael. No era una mirada hostil, sino algo mucho más complicado: una mezcla de asombro reverencial, envidia y un anhelo tan profundo que resultaba casi doloroso de presenciar. Darius permaneció inmóvil, su cuerpo era una barrera protectora entre Elizabet y el guardia, su mano nunca soltó la de ella.Pronto, el sonido de pasos apresurados resonó en el sendero. El primer guardia regresó, pero no venía solo. Lo seguían otros cuatro guerreros, todos imponentes y con la misma marca de estupefacción en sus rostros. No dijeron nada. Simplemente se posicionaron a su alrededor, una escolta no solicitada, y les hicieron un gesto para que avanzaran.Comenzó la caminata hacia el corazón del asentamiento.Fue como caminar a través de un incendio.La noticia de su llegada se h
El amanecer llegó frío y silencioso. Darius despertó a Elizabet no con una caricia, sino con un toque firme en el hombro. Sus ojos azules ya no contenían la suavidad de la noche anterior; eran los ojos gélidos y alerta de un guerrero preparándose para la batalla. La intimidad de la cueva se había disipado, reemplazada por la cruda realidad de la misión que tenían por delante.Comieron en silencio, un último desayuno de carne seca en el refugio que se había convertido en su santuario. Elizabet se vistió con el conjunto de piel de ciervo, el cuchillo que él le había dado atado a su muslo. Se sentía como una guerrera, una compañera digna del hombre que se preparaba a su lado. Darius recogió sus pocas posesiones: el cristal de energía rojo, la garra tallada, un odre de agua y un hacha de piedra que ató a su espalda.Cuando salieron de la cueva, el aire de la mañana era fresco y olía a rocío. Darius no miró hacia atrás. Se adentraron en la jungla, pero esta vez el viaje era
El día transcurrió en una bruma de nueva intimidad y preparativos silenciosos. El pacto sellado con su último beso había cambiado la atmósfera de la cueva. La tensión nerviosa había sido reemplazada por una corriente subterránea de propósito compartido, una conexión que era a la vez emocionante y profundamente reconfortante.Después de otra comida sencilla de carne seca y raíces dulces, Darius se puso a trabajar. Sacó varias pieles curadas de un rincón de la cueva. Eran suaves y flexibles, testimonio de su habilidad no solo como cazador, sino también como artesano. Eligió una piel de ciervo de un color marrón claro y la extendió en el suelo."Necesito tomarte medidas", dijo, su voz era un murmullo práctico que no lograba ocultar la intensidad de su mirada.Elizabet se levantó, dejando que la pesada capa de oso cayera al suelo, quedando de nuevo completamente desnuda ante él. Esta vez, no había juego ni desafío en su desnudez, solo una confianza tranquila. Se que
La promesa de Darius —"estoy dispuesto a pagarlo"— quedó suspendida en el aire cargado de la cueva, tan tangible como el calor que aún emanaba de sus cuerpos. Sus brazos todavía la rodeaban, un círculo de fuerza y posesividad que a Elizabet no le interesaba en absoluto romper. Apoyó las manos en sus hombros, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la piel."Explícame", pidió ella, su voz apenas un susurro. "¿Qué precio? ¿Qué rituales?".Darius respiró hondo, el aire silbando entre sus dientes. La soltó, pero solo para tomar su mano y guiarla para que se sentaran juntos frente al fuego, uno al lado del otro. Necesitaba que ella entendiera la gravedad de su decisión, pero también necesitaba saber cuánto entendía ella."Elizabet", comenzó, su voz grave y seria, "¿de dónde vienes? Tus costumbres... no son como las de las hembras de estas tierras".Elizabet sintió un pinchazo de pánico, pero lo ocultó tras una expresión serena. Era el momento de crear su his
Elizabet despertó lentamente, envuelta en un capullo de calor y suavidad. Lo primero que notó fue el aroma: almizcle, cuero y el olor masculino y terroso de Darius, impregnado en las pieles que la rodeaban. Era un olor que la hacía sentir segura, reclamada. Abrió los ojos y la suave luz del amanecer se filtraba en la cueva, tiñendo la piedra de tonos grises y rosados. El fuego del centro era ahora un lecho de brasas incandescentes que desprendían un calor agradable.Su mirada buscó a Darius. Lo encontró sentado donde lo había dejado, junto a la entrada, pero ya no estaba vigilando. Estaba trabajando. Con una concentración absoluta, usaba un cuchillo de obsidiana para tallar la garra de la bestia que había recogido. La luz del alba se reflejaba en la superficie pulida de la garra y en la línea plateada de su cicatriz. Parecía completamente absorto, un depredador en reposo, pero nunca ind
La noche había caído por completo sobre la jungla, transformándola en un reino de sombras y sonidos desconocidos. La oscuridad era casi absoluta, rota solo por el brillo intermitente de insectos bioluminiscentes y el resplandor lejano de dos lunas que comenzaban a asomarse entre las copas de los árboles. Elizabet caminaba pegada a Darius, su hombro rozando el brazo de él. El miedo que debería haber sentido estaba ausente, reemplazado por una extraña sensación de pertenencia. Él era su única luz en esa inmensa oscuridad.Finalmente, se detuvieron frente a una pared de roca cubierta de musgo y cortinas de enredaderas. El sonido de agua corriendo era más fuerte aquí. Darius apartó una pesada cortina de hojas y lianas, revelando una abertura oscura."Hemos llegado", anunció.Elizabet lo siguió al interior. El aire era más fresco, con el olor limpio de la piedra húmeda. Estaba completamente oscuro, pero Darius se movió con una confianza absoluta. Escuchó el chasquido de pedernales, vio una
Último capítulo