Mundo ficciónIniciar sesiónEl silencio que se instaló entre ellos mientras se adentraban en la jungla era diferente al del claro. Ya no estaba cargado de la tensión del primer encuentro, sino de una conciencia mutua, casi íntima. Darius caminaba delante, su imponente espalda era un escudo entre Elizabet y el mundo. Se movía con una eficiencia silenciosa, apartando lianas gruesas como serpientes y ramas espinosas con una facilidad que desmentía su fuerza.
Elizabet lo seguía de cerca, tal como le había ordenado. La pesada capa de piel de oso olía a él: una mezcla de almizcle, ozono de la jungla y algo más, algo puramente Darius que la embriagaba. Se sentía segura, protegida, una sensación completamente nueva para ella. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre la hojarasca húmeda, y descubrió que podía seguirle el ritmo sin esfuerzo. Su nuevo cuerpo era una maravilla de agilidad y resistencia.
Sus sentidos de zorro estaban en alerta máxima. Oía el zumbido de insectos del tamaño de su pulgar, el canto de aves exóticas escondidas en el dosel y el susurro de pequeñas criaturas que se escabullían a su paso. El aire era un tapiz de olores: la dulzura empalagosa de flores en descomposición, el aroma picante de la savia de los árboles y el olor a tierra mojada. Era abrumador y fascinante a partes iguales.
"¿Falta mucho?", preguntó finalmente, su voz rompiendo la quietud. No estaba cansada, solo era insaciablemente curiosa.
Darius se detuvo y se giró. Sus ojos azules la recorrieron, comprobando su estado. "¿Estás cansada?".
"No", respondió ella con una sonrisa. "Solo quiero saber a dónde vamos".
Hubo una pausa. Darius parecía debatir internamente si debía responder. "A mi refugio", dijo finalmente. "Está a un par de horas de aquí. Es seguro. Nadie nos molestará allí". La última frase tenía un peso especial, una promesa de privacidad.
Continuaron caminando. El sol comenzó a descender, filtrando sus últimos rayos dorados y anaranjados a través de las hojas. Las sombras se alargaron, transformando la jungla en un lugar de contornos más oscuros y misteriosos. De repente, Darius se detuvo en seco, levantando una mano para que ella se detuviera. Se quedó completamente inmóvil, sus orejas de tigre girando, su nariz olfateando el aire.
Elizabet contuvo la respiración. Sus propias orejas captaron un sonido sibilante y bajo, muy cerca. Miró hacia el suelo y vio una serpiente, de un color verde vibrante que casi se camuflaba con el musgo, deslizándose hacia su pie descalzo. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, Darius se movió. Fue un borrón de movimiento blanco. En un instante, estaba entre ella y la serpiente, su mano se cerró sobre la criatura justo detrás de la cabeza con una velocidad cegadora. La serpiente se retorció, pero el agarre de Darius era de acero. Con un movimiento seco y preciso, le partió el cuello.
Lanzó el cuerpo inerte de la serpiente a los arbustos y se giró hacia ella. Su rostro estaba tenso, sus ojos azules ardían con una intensidad protectora. Agarró su brazo, su contacto era firme, casi posesivo, y la atrajo hacia él hasta que su cuerpo chocó contra el suyo.
"Te dije que te mantuvieras cerca", gruñó, su voz era un reproche bajo y vibrante. "Esta jungla te matará si no tienes cuidado".
Elizabet estaba demasiado aturdida para hablar. El corazón le latía con fuerza, no por el miedo a la serpiente, sino por la proximidad de Darius. Podía sentir el calor de su cuerpo a través de la capa, los duros músculos de su pecho contra su mejilla. Su aroma la envolvía por completo. Levantó la vista y se encontró con su mirada furiosa. Pero debajo de la ira, vio otra cosa: miedo. Miedo por ella.
"Lo siento", susurró, y lo decía en serio.
La tensión en el rostro de Darius se suavizó ligeramente al ver que no se burlaba de su preocupación. Su agarre en el brazo de ella se aflojó, pero no la soltó. Su pulgar comenzó a trazar círculos sobre su piel, un gesto inconsciente que envió un delicioso escalofrío por la espalda de Elizabet.
"No te separes de mí", repitió, su voz más suave esta vez. "No de nuevo".
Ella asintió, incapaz de apartar la mirada de sus ojos. En ese momento, bajo el dosel que se oscurecía, un nuevo tipo de vínculo se forjó entre ellos. No era solo el de un protector y una protegida. Era algo más profundo, más primario.
Cuando finalmente reanudaron la marcha, la distancia entre ellos había desaparecido. Ahora caminaba a su lado, su hombro rozando el brazo de él a cada paso, adentrándose en la creciente oscuridad de la noche.







