Cada amanecer era una repetición de la misma soledad. Darius, el Tigre Blanco, se movía con una gracia depredadora entre los árboles, pero su alma se sentía como la de un errante. Tenía cinco marcas, un testimonio de su fuerza, de su dominio sobre la bestia interior y de las innumerables batallas que había superado. En cualquier otro hombre bestia, estas marcas serían un motivo de reverencia, un imán para las escasas hembras. Pero en él, la cicatriz ancha y profunda que cruzaba gran parte de su ojo derecho lo eclipsaba todo.Recordaba las miradas. No eran de miedo, no de respeto, sino de un desprecio velado, de asco apenas disimulado. Las mujeres de este mundo, esas criaturas arrogantes y descuidadas, lo veían como "feo". Una cicatriz en el rostro, para ellas, era una imperfección insuperable. "Puedo derribar a la bestia más grande, puedo proteger a un clan entero, pero una simple marca en mi cara me convierte en un monstruo para ellas", rumiaba, el resentimiento burbujeando en su int
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