Eva nunca creyó en lo sobrenatural hasta que su vida se convirtió en una pesadilla. Desesperada por salvar a su familia de una ruina inminente, acepta la propuesta de un enigmático hombre que parece conocer cada uno de sus secretos. Sin saberlo, firma un contrato con un ser que no es humano. Damián es antiguo, peligroso y despiadado. Un demonio con siglos de historias marcadas por el sufrimiento ajeno. No suele hacer pactos sin una agenda oculta, y Eva es una pieza clave en su juego. Sin embargo, a medida que los límites entre el amo y su prisionera se desdibujan, también lo hace la línea que separa el odio del deseo. En un mundo donde lo sobrenatural acecha en las sombras, Eva descubrirá que su alma no es lo único en riesgo. Porque jugar con un demonio no solo tiene un precio, sino que también puede volverse una condena eterna.
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El sonido de la lluvia golpeando contra la ventana era el único ruido en la habitación. Me aferré a la taza de café frío entre mis manos, intentando calmar el temblor de mis dedos. No funcionó.
El mundo a mi alrededor se desmoronaba y yo no tenía manera de sostenerlo. La deuda nos ahogaba. El negocio de mi padre estaba a punto de ser embargado, la casa donde crecí ya no nos pertenecía, y el hospital nos negaba el tratamiento que mi madre necesitaba. ¿Cómo era posible que una vida pudiera derrumbarse tan rápido?
Apreté la mandíbula y tomé una bocanada de aire, pero el oxígeno no lograba aliviar el nudo en mi pecho. Quizá si hubiera aceptado aquella oferta degradante de mi jefe, seguiría teniendo trabajo. Quizá si no hubiera gastado tanto tiempo en sueños imposibles, habría encontrado una salida antes de que fuera demasiado tarde.
Pero ya no había "quizás" que valieran. Solo me quedaba una verdad aplastante: estaba desesperada.
Golpearon la puerta.
Me sobresalté. No esperaba a nadie.
Cuando abrí, el aire se espesó a mi alrededor.
El hombre en el umbral no parecía real. Alto, con un porte imposible de ignorar, envuelto en un abrigo negro impecable que contrastaba con su piel pálida. Su cabello oscuro caía levemente sobre su frente, enmarcando un rostro cincelado con una perfección inquietante. Pero fueron sus ojos los que me atraparon: demasiado oscuros, demasiado intensos, demasiado… peligrosos.
—Eva Donovan —dijo mi nombre con un tono aterciopelado, como si saboreara cada sílaba.
No preguntó si era yo. Lo sabía.
—¿Quién eres? —pregunté, tensando los dedos alrededor del picaporte.
—Alguien con una oferta que no puedes rechazar.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
—No estoy interesada.
Intenté cerrar la puerta, pero su mano se interpuso.
—Deberías escucharme antes de decidir.
No supe si fue su voz, su presencia o mi propia desesperación lo que me impidió echarlo de inmediato. Fuera lo que fuera, un instante después, él ya estaba dentro de mi apartamento.
Caminó con una seguridad exasperante hasta el pequeño sofá de mi sala y se sentó, como si ese espacio perteneciera a él.
—Sé lo que necesitas, Eva.
Su sonrisa me heló la sangre.
—Y sé exactamente cómo dártelo.
—¿Qué es esto? —pregunté, mirando el papel que deslizó sobre la mesa.
Damián Blackthorne. Ese era el nombre impreso en la parte superior del contrato. Pero algo me decía que no era su verdadero nombre.
—Es un acuerdo. Mi ayuda, a cambio de algo valioso.
Tragué en seco.
—¿Dinero?
Damián sonrió, pero no había diversión en sus ojos.
—No. Algo mucho más importante que eso.
Mi respiración se volvió superficial. Algo en su tono me dijo que estaba cruzando una línea invisible, un umbral del que no habría vuelta atrás.
—No entiendo —dije con voz ronca.
Se inclinó hacia mí, tan cerca que su aliento rozó mi mejilla. Olía a fuego y noche.
—Lo harás.
Sus dedos recorrieron el borde del contrato con lentitud.
—Si firmas esto, tu familia tendrá todo lo que necesita. Dinero, estabilidad, seguridad. Nada ni nadie volverá a dañarlos.
Mi corazón latía con violencia contra mis costillas.
—¿Y qué quieres a cambio?
Damián se recargó contra el respaldo del sofá, con la expresión de un depredador que disfruta jugando con su presa.
—A ti.
Una risa nerviosa escapó de mis labios.
—¿Quieres que me case contigo o algo así?
—No exactamente.
Sus ojos descendieron por mi cuerpo con un escrutinio que hizo que la piel se me erizara.
—Quiero tu alma.
El silencio que siguió fue denso como el humo.
—Eso no es gracioso —murmuré.
—No estoy bromeando.
Mi garganta se secó.
—Quieres… ¿mi alma?
—Así es.
El aire parecía haberse vuelto más pesado, más oscuro.
—Eso es una locura.
—Lo es —concedió—, pero también es la única opción que tienes.
Mis piernas temblaban bajo la mesa. Cada parte racional de mi mente me gritaba que corriera, que lo sacara de mi casa y llamara a la policía. Pero algo dentro de mí, algo primitivo y aterrador, me decía que todo lo que él decía era verdad.
Mi madre estaba muriendo. Mi padre se estaba desmoronando. Yo no podía más.
Apreté los puños.
—Si firmo, ¿qué pasa conmigo?
—Seguirás viva. Pero serás mía.
Su voz era una promesa y una sentencia.
—¿Para qué me quieres?
Damián sonrió, y ese gesto fue tan fascinante como aterrador.
—Lo descubrirás pronto.
La pluma temblaba entre mis dedos.
Podía sentir sus ojos fijos en mí, esperando.
Sabía que esto no era normal. Sabía que estaba vendiéndome a algo que no entendía. Pero también sabía que ya no tenía escapatoria.
Tomé aire y firmé.
El papel pareció absorber la tinta, como si lo hubiera estado esperando. Un escalofrío recorrió mi piel, y de repente, todo en la habitación se sintió más oscuro, más frío.
Damián tomó el contrato con una expresión de triunfo y lo deslizó dentro de su abrigo. Luego, con una lentitud exasperante, se acercó a mí.
Sus dedos rozaron mi barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos.
—Bienvenida a tu nueva vida, Eva.
La presión en mi pecho se intensificó.
Su otra mano se deslizó hasta mi muñeca, y cuando su piel tocó la mía, una corriente abrasadora me recorrió el cuerpo.
—Espero que estés lista —susurró contra mi oído—, porque ya no hay vuelta atrás.
Mis músculos se tensaron cuando su toque se prolongó un segundo más de lo necesario. Mi piel ardía bajo la presión de sus dedos, un calor extraño, abrasador, que no tenía explicación lógica. Algo dentro de mí me decía que esa reacción no era normal, que ningún simple contacto humano debería sentirse así… pero ya había dejado de intentar encontrar sentido a lo que ocurría.
Mi boca se abrió, dispuesta a exigir respuestas, pero Damián se apartó antes de que pudiera decir nada. Su mirada seguía fija en mí, con una intensidad oscura que me hacía sentir vulnerable de una forma que no entendía.
—Tienes preguntas —dijo, con esa calma inquebrantable que me estaba empezando a irritar.
—¡Por supuesto que tengo preguntas! —exploté, sintiendo cómo la tensión se convertía en rabia—. Acabo de firmar un maldito contrato con un hombre que dice querer mi alma. ¿Cómo demonios esperas que no tenga preguntas?
Su sonrisa se amplió, como si disfrutara mi indignación.
—Bien. Me alegra ver que no te has roto todavía.
Ignoré el escalofrío que recorrió mi espalda.
—¿Todavía?
—Oh, Eva —susurró, y su voz era puro veneno dulce—. Esto apenas comienza.
Mi pulso se disparó. Algo en su tono me advertía que lo peor aún estaba por venir.
—¿Qué significa exactamente que ‘soy tuya’?
Damián se llevó una mano al mentón, como si estuviera considerando su respuesta con detenimiento.
—Significa que, a partir de ahora, todo lo que eres, todo lo que sientes y todo lo que deseas me pertenece.
Mi estómago se contrajo.
—Eso no responde nada.
—Responde más de lo que crees —murmuró, inclinándose un poco hacia mí. Su proximidad hizo que mi respiración se volviera errática.
Me odié por eso.
—Si piensas que voy a… —Hice una pausa, demasiado furiosa como para terminar la frase—. Si crees que esto significa que puedes hacer conmigo lo que quieras, estás muy equivocado.
Damián dejó escapar una carcajada baja, un sonido que me provocó un escalofrío eléctrico en la piel.
—Eso depende de ti.
Sus palabras flotaron entre nosotros, pesadas y llenas de una promesa velada que no me atreví a descifrar.
Quería gritarle, exigirle explicaciones claras, pero algo en su postura, en su manera de mirarme como si supiera cada uno de mis secretos, me hizo tragarme mis palabras.
Este hombre no era humano.
Lo sabía. Lo sentía en cada célula de mi cuerpo.
—Tienes miedo —susurró, con una satisfacción inquietante.
No lo negué.
—Deberías.
Antes de que pudiera responder, la luz parpadeó violentamente. El aire en la habitación se volvió más denso, cargado con una energía desconocida que hizo que mi piel se erizara.
Damián se enderezó, y por primera vez, vi su expresión endurecerse.
—Parece que el contrato ya está haciendo efecto.
Mi corazón martilló contra mi pecho.
—¿Qué… qué quieres decir?
Sus ojos me recorrieron con un destello de interés genuino.
—Que tu alma ya no es enteramente tuya, Eva.
El frío me envolvió antes de que pudiera procesar lo que significaban sus palabras.
DamianLa eternidad es un concepto que los humanos no pueden comprender. Yo he visto imperios alzarse y caer, he contemplado cómo las estrellas cambian de posición en el firmamento y he presenciado cómo la humanidad se destruye y renace una y otra vez. He existido tanto tiempo que los siglos se confunden en mi memoria como gotas de lluvia en un océano infinito.Y sin embargo, nunca había sentido el tiempo tan intensamente como ahora, observando a Eva dormir junto a mí.Su respiración acompasada, el suave movimiento de su pecho, la forma en que sus pestañas proyectan sombras sobre sus mejillas... cada detalle es un recordatorio de su fragilidad mortal. O al menos, de lo que fue hasta ahora.Esta noche todo cambiará. Esta noche nuestro pacto se transformará en algo que ni siquiera yo, con toda mi existencia, había contemplado.Eva abre los ojos lentamente, como si pudiera sentir el peso de mi mirada sobre ella. Sus pupilas se dilatan al encontrarse con las mías, ese verde esmeralda que
EvaLa luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación, dibujando patrones dorados sobre las paredes. Permanecí inmóvil, observando cómo Damián dormía a mi lado. Su rostro, normalmente marcado por la tensión y la vigilancia constante, lucía sereno. Casi humano. Pasé mis dedos suavemente por su mejilla, temiendo despertarlo. Necesitaba estos momentos para pensar, para asimilar la verdad que había descubierto la noche anterior.El grimorio de Lilith había revelado lo que tanto temía: el vínculo que nos estaba destruyendo solo podía romperse con un sacrificio. Mi sacrificio.Me levanté con cuidado y me acerqué a la ventana. El mundo exterior parecía tan normal, tan ajeno a la guerra sobrenatural que se libraba en nuestras vidas. Respiré hondo, sintiendo el peso de la decisión que debía tomar.—¿Cuánto tiempo llevas despierta? —La voz de Damián rompió el silencio.—Lo suficiente para entender lo que debo hacer —respondí sin voltear a mirarlo.Sentí sus pasos acercándose, y
DamianEl aire se volvió denso, cargado con el olor a azufre y ceniza. Mis venas palpitaban con un fuego antiguo que no había permitido fluir en siglos. La rabia, ese viejo compañero que siempre había controlado con precisión quirúrgica, ahora se desbordaba como lava, consumiendo cada pensamiento racional.Eva. Su nombre resonaba en mi mente como un latido constante.Lilith había cruzado la línea. No era la primera vez que intentaba sabotear mis planes, pero jamás había tocado algo que me perteneciera de esta manera. Porque Eva era mía. No como una posesión cualquiera, no como las almas que había coleccionado a lo largo de milenios.Era mía como el aire es del fuego: para transformarla, para existir a través de ella.El portal que había abierto hacia el dominio de Lilith desprendía un fulgor carmesí que iluminaba las paredes de la mansión. Crucé el umbral sintiendo cómo mi forma humana se desgarraba con cada paso. No había necesidad de mantener apariencias ahora. No cuando iba a la gu
EvaEl silencio de la mansión me inquietaba. Había algo diferente en el aire, una densidad que hacía que cada respiración fuera más pesada que la anterior. Damián había salido hace horas, dejándome con la promesa de regresar antes del anochecer. Pero el sol ya se había ocultado, y las sombras se alargaban como dedos oscuros sobre las paredes.Me acerqué a la ventana, observando cómo la luna se elevaba, pálida y fría, sobre los jardines. Los árboles se mecían con una brisa que no podía sentir desde el interior. Algo no estaba bien.Fue entonces cuando lo percibí: un aroma dulzón, como flores marchitas y miel fermentada. Un olor que no pertenecía a esta casa.—Siempre me ha fascinado cómo los humanos pueden sentir el peligro antes de verlo —dijo una voz a mis espaldas, melodiosa y cortante como cristal roto.Me giré bruscamente. Allí estaba ella, reclinada contra el marco de la puerta como si la mansión le perteneciera. Lilith. Su cabello negro caía en ondas perfectas sobre sus hombros,
DamianLa sangre negra manaba de mi costado como petróleo de una tierra maldita. Cada paso que daba por el pasillo de mi mansión dejaba un rastro oscuro sobre el mármol blanco. Irónico. Durante siglos había sido yo quien extraía la sangre de otros, quien se alimentaba del dolor ajeno. Ahora era mi esencia la que se derramaba, debilitándome con cada gota perdida.El Consejo no había tomado bien mi desafío. Cinco demonios antiguos, cinco pares de ojos que me observaron con desprecio cuando declaré que Eva ya no estaba en negociación. Que ella era mía y que ningún pacto, ninguna tradición, ninguna amenaza me haría cambiar de opinión.—Has perdido la razón, Damián —había dicho Asmodeo, el más antiguo de todos nosotros—. ¿Por una humana? ¿Por un alma que ni siquiera has reclamado todavía?—No es asunto tuyo —respondí, manteniendo mi postura erguida a pesar del dolor que comenzaba a crecer en mi interior.—Lo es cuando rompes el equilibrio —intervino Lilith, sus ojos carmesí brillando con m
EvaLa oscuridad me rodeaba como un manto pesado, pero ya no me asustaba como antes. Había algo diferente en mí, algo que había cambiado desde que la marca de Damián se había asentado en mi piel. Podía sentirla palpitar en mi muñeca, como un segundo pulso que latía al compás de un corazón que no era el mío.Me encontraba sola en la habitación que Damián me había asignado en su mansión. Las cortinas ondeaban suavemente con la brisa nocturna, y la luna proyectaba sombras inquietantes sobre las paredes. Observé mi reflejo en el espejo antiguo que dominaba una esquina. Mis ojos parecían diferentes, con un brillo que no reconocía como propio.—¿Qué me está pasando? —susurré, tocando la marca en mi muñeca.Como respuesta, sentí un calor que ascendía por mi brazo, una sensación que ya no era dolorosa sino reconfortante, casi íntima. La conexión con Damián se había vuelto más fuerte desde nuestro último encuentro, cuando me había protegido de aquel demonio menor que intentó atacarme.Cerré lo
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