Inicio / Fantasía / Marcada por las Bestias / Capítulo 1: Renacimiento
Marcada por las Bestias
Marcada por las Bestias
Por: Liliam
Capítulo 1: Renacimiento

El frío del asfalto se aferraba a su mejilla, una última y cruda sensación que se mezclaba con el olor acre a metal retorcido y el inconfundible hedor a sangre. Elizabet yacía inmóvil, la sinfonía urbana de bocinas y frenazos se desvanecía en un eco distante, reemplazada por un pitido agudo que le perforaba los oídos. Sus ojos, apenas abiertos, captaron la luz cegadora de unos faros, la silueta distorsionada de un camión y la mancha oscura que se extendía bajo su cabeza. La vida, esa existencia monótona que había llevado durante veintidós años, se escurría de ella en una calle cualquiera.

Su vida había sido un lienzo en blanco, salpicado solo por los vibrantes colores de sus fantasías secretas. En la intimidad de su habitación, lejos de las miradas juzgonas, se sumergía en mundos de hombres-bestia, harenes y pasiones desatadas. Anhelaba la emoción, el deseo sin culpa, la libertad de ser ella misma. La ironía de su muerte, tan abrupta y carente de la aventura que tanto soñaba, fue un último y amargo trago. Su último pensamiento fue un lamento silencioso por las pasiones que nunca se atrevió a explorar. Luego, la oscuridad la abrazó por completo.

No hubo transición, ni túnel, ni luz al final. Solo el vacío, un abismo silencioso y absoluto.

Y de repente, un estallido. No fue un sonido, sino una vibración que resonó en lo más profundo de su ser, un despertar violento y, a la vez, extrañamente suave. Abrió los ojos, y el mundo se volcó sobre ella con una intensidad abrumadora.

La luz no era la cruda artificialidad de una ciudad, sino un resplandor dorado y cálido que se filtraba a través de un dosel de hojas gigantes, de un verde tan profundo que parecía vibrar. Una brisa tibia y húmeda, cargada con el aroma a tierra mojada, a vegetación exótica y a un dulzor primitivo, acariciaba su piel. No estaba en una camilla de hospital, ni en el frío de un mortuorio. Estaba tendida sobre un lecho de musgo increíblemente suave y, con una sacudida, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda.

"¿Qué...?", murmuró, pero la voz que salió no era la suya. Era más profunda, más rica, con una sensualidad que la hizo estremecerse.

La sorpresa fue una revelación gradual, una serie de descubrimientos que la dejaron sin aliento. Lo primero fue la sensación de su propio cuerpo. No era el suyo, el que conocía tan bien en su mediocridad. Sus manos, con dedos largos y finos, se deslizaron sobre una piel de seda que se extendía sobre músculos firmes y tonificados. "Esto no es... no puedo ser yo", pensó, la incredulidad luchando contra la innegable realidad de sus dedos trazando nuevas curvas. Al intentar incorporarse, sintió un poder latente en sus extremidades. Sus caderas, antes apenas marcadas, se sentían ahora amplias y poderosas; la curva de su cintura se estrechaba de forma dramática, y sus piernas, largas y esbeltas, se extendían con una gracia que nunca había poseído. Sus pechos... eran voluminosos, exuberantes, desbordándose con una plenitud que la hizo jadear.

Llevó las manos a su cabeza, y el roce de algo largo y sedoso la sorprendió. Su cabello. Ya no era el corto y oscuro que recordaba. Ahora, cascadas de melena larga, lacia y abundante, de un deslumbrante blanco plateado, caían sobre sus hombros, con las puntas teñidas de un violeta sutil que brillaba con la luz.

Pero no era lo único nuevo. Sus dedos exploraron más arriba y se toparon con algo que no debería estar ahí. Dos formas erguidas, cubiertas de un pelaje suave e inmaculado, se alzaban sobre su frente. Se movieron con un leve temblor, captando una sinfonía de sonidos que antes le eran ajenos: el susurro de las hojas al viento, el zumbido delicado de insectos distantes, y un gruñido grave, casi imperceptible, que resonaba desde lo profundo de la jungla. Eran orejas de zorro, increíblemente sensibles.

"Orejas... de zorro", repitió en voz alta, la voz sonando extraña, fascinante. "¿Estoy... soñando?".

Y entonces, sintió un peso familiar, pero a la vez totalmente ajeno, moviéndose suavemente detrás de ella. Giró la cabeza con una velocidad que la sorprendió, y allí estaba: su cola. Larga, esponjosa y de un blanco puro con puntas moradas, idéntica a la de un zorro ártico. Se movía con una elegancia innata, balanceándose con cada uno de sus pensamientos, una extensión de su propia emoción. Podía sentir cómo se erizaba ligeramente con la curiosidad, cómo se relajaba con la calma, cómo se agitaba con una incipiente excitación.

"Una cola... ¡Tengo una cola!", exclamó, una risa incrédula escapando de sus labios.

Con el corazón latiéndole con fuerza, se arrastró lentamente hasta un pequeño charco de agua cristalina que reflejaba el dosel de la jungla. Lo que vio en el reflejo no era la Elizabet que había muerto en el asfalto. Era una criatura exótica, con una belleza que trascendía lo humano. Sus ojos, antes simples y negros, ahora eran de un morado intenso, grandes y profundos. Alrededor de ellos, en los párpados y debajo, se extendía un tono dorado brillante con matices rojizos, como un maquillaje natural que le confería una mirada felina e hipnótica. Su rostro, de rasgos delicados pero afilado y sensual, desprendía un aura de elegancia salvaje.

Todo en ella, desde la punta de sus orejas hasta el final de su cola, gritaba "Salvaje", "Deseable", "Poderosa". La Elizabet que había muerto había renacido, no en un cielo o un infierno, sino en el universo de fantasía que tanto había anhelado. La aventura, la verdadera aventura, acababa de empezar.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP