La noche había caído por completo sobre la jungla, transformándola en un reino de sombras y sonidos desconocidos. La oscuridad era casi absoluta, rota solo por el brillo intermitente de insectos bioluminiscentes y el resplandor lejano de dos lunas que comenzaban a asomarse entre las copas de los árboles. Elizabet caminaba pegada a Darius, su hombro rozando el brazo de él. El miedo que debería haber sentido estaba ausente, reemplazado por una extraña sensación de pertenencia. Él era su única luz en esa inmensa oscuridad.
Finalmente, se detuvieron frente a una pared de roca cubierta de musgo y cortinas de enredaderas. El sonido de agua corriendo era más fuerte aquí. Darius apartó una pesada cortina de hojas y lianas, revelando una abertura oscura.
"Hemos llegado", anunció.
Elizabet lo siguió al interior. El aire era más fresco, con el olor limpio de la piedra húmeda. Estaba completamente oscuro, pero Darius se movió con una confianza absoluta. Escuchó el chasquido de pedernales, vio una