Hespéride Rhiainfell, Luna del imperio, al estar embarazada es cuando su esposo encuentra a su anhelada mate, aunque enferma. Obligada a curarla, luego es traicionada y herida mortalmente. Sin embargo, es hallada por Horus Khronos, un príncipe caído que la aborrece por acabar con su reino. Pero, unidos por su odio contra el tirano, forjan una alianza de venganza para acabar con el emperador, en la que surge una atracción inesperada entre ellos.
Leer másAtlas Grant se detuvo en el centro del salón principal, observando con deleite la alfombra de cuerpos que yacían a sus pies. Los Khronos, guardianes del tiempo, habían caído con una facilidad que para él resultaba insultante. Sus labios formaron una mueca de satisfacción mientras repasaba con la mirada los rostros inertes. La hoja de su espada, tan ancha como el torso de un hombre, goteaba aún con la sangre tibia de aquellos que habían jurado proteger ese reino.En su juicio, era la conquista más sencilla que había llevado a cabo en décadas. Aquellos guerreros, que durante generaciones habían mantenido el control de las corrientes temporales, no eran más que hombres y mujeres con armaduras relucientes y habilidades que, frente a su poder, resultaban inútiles.Sus súbditos, robustos y disciplinados, retiraron sin miramientos el pequeño trono de mármol que perteneciera a los monarcas Khronos. En su lugar, colocaron una estructura de proporciones colosales, hecha con una base de hierro n
Hespéride examinó el reloj con un escrutinio hipnótico. El objeto parecía atrapado en un delicado equilibrio entre fragilidad y poder. Su superficie de cristal irradiaba una luz sutil, como si guardara secretos invisibles a los ojos comunes. La forma en que los números se dibujaban en su contorno le transmitía un extraño magnetismo, con una precisión atemporal que le resultaba tan fascinante como artístico.Volvió la mirada hacia el grupo. Su atención se centró en el muchacho de iris plateados, cuyas facciones denotaban inteligencia y una astucia prematura. No era solo un príncipe; era alguien capaz de leer el peligro antes de que este se desatara. Había detenido la ejecución de su gente y, con ese tributo ofrecido en forma de reloj, buscaba inclinar su juicio hacia el perdón. Comprendía bien la naturaleza de las alianzas forzadas: su esposo, el titán Atlas, era quien anhelaba la muerte de los Krónidas, no ella. Por su parte, no estaba interesada en guerras, batallas o conquistas.Ser
Hespéride, oculta aún en la sombra de su propio porte, observó con atención al grupo empapado que acababa de llegar. Por primera vez hallaba a alguien con un par de ojos de iris plateados. El brillo de aquel niño era inusual, casi incómodo de contemplar, como si cada destello de luz en sus pupilas estuviera compuesto de algo más que reflejos. Lo examinó con calma, midiendo sus rasgos y gestos. El cabello blanco también era particularmente anormal en ese reino central del continente de Alesia. Tenía entendido que era un poco más común en las tierras gélidas del norte, entre los elfos escarchados.En su interior, un pensamiento surgió como un murmullo antiguo. Ese pequeño era diferente. Tenía la misma rareza que ella, la misma excentricidad que la había convertido en un ser imposible de clasificar. ¿Por qué todos lo protegían con tanto fervor? Su vestimenta y la forma en que el comandante lo sostenía lo delataban: sangre real. Y si era de la realeza de Krónica, entonces la respuesta era
Horus exhaló con temor. El coloso lo había descubierto. La sombra del gigante parecía expandirse hasta devorarlo, y su mirada, fría y absoluta, lo inmovilizó. El príncipe retrocedió sin pensar, tropezó con un fragmento de piedra y cayó sentado, el corazón golpeándole el pecho como un tambor desbocado.Sus manos buscaron apoyo, pero su diestra se extendió instintivamente hacia el frente. Entonces, el iris grisáceo que había heredado de su madre comenzó a transformarse. La tonalidad plateada se descompuso en doce destellos, desplegándose en una gama de colores vivos, como si el arcoíris hubiera encontrado refugio en su mirada. Dentro de ese círculo cromático aparecieron manecillas negras, perfectas, marcando un reloj invisible.La realidad se quebró. El sonido del viento, el crepitar del fuego, el olor a hierro y sangre, todo quedó suspendido en un silencio denso. El mundo entero se congeló. Ni el gigante, ni las antorchas, ni la sangre que aún caía al suelo se movían. Era como si el un
Capítulo 0 Prefacio: La ejecución—Hijo mío —dijo el monarca de Krónica, ofuscado. Había corrido desde sus aposentos hasta la habitación de su único heredero—. Debes escapar.Su voz traía la gravedad de una orden y la fragilidad de un ruego. Las manos del rey se aferraron a los hombros del muchacho, transmitiendo una fuerza que se quebraba en la mirada. Era un hombre maduro, de cabello rubio, ojos azules como el cielo despejado y una armadura con los colores de su linaje.—Horus —dijo la reina, entrando con paso firme—. Creo que tú serás el bendecido por los espíritus.Ella se acercó sin apartar la vista de su hijo. Su figura imponía respeto, alta y esbelta, con la piel tan pálida como la nieve bajo la luz de la luna. Sus orejas largas delataban su sangre élfica, su cabello blanco caía como un río helado sobre su espalda, y sus ojos plateados parecían contener la calma y la ferocidad de un invierno eterno. La magia de hielo le envolvía en un halo imperceptible pero tangible. El rey, a
Último capítulo