Luna ha vivido su vida alejada de cualquier tipo de conflicto sobrenatural, con la única excepción de las pesadillas recurrentes sobre un hombre lobo que parece perseguirla desde su infancia. Criada en un pequeño pueblo alejado de la civilización, la joven nunca imaginó que su vida cambiaría cuando su aldea es atacada por una manada de lobos salvajes. En medio del caos, un hombre misterioso la salva, un hombre con ojos dorados como el sol y una presencia que la hace temblar de miedo y deseo. Aiden es un Alfa solitario, marcado por un pasado oscuro y una guerra interna que lo consume. Tras la matanza de su familia, busca venganza y control, pero cuando conoce a Luna, una Omega que parece tener una conexión inexplicable con él, su mundo se desmorona. Entre ellos surge una atracción peligrosa, y Luna se ve atrapada en un conflicto que va más allá de su control. Aiden, a pesar de su deseo de alejarla, se ve irremediablemente atraído por ella. ¿Podrán ambos escapar de los secretos que los acechan o el destino los llevará a una lucha mortal?
Leer másEl viento aullaba esa noche como si la montaña tuviera alma. Una furiosa, dolida y muy vieja.
Estaba recostada sobre mi cama, con la ventana entreabierta, dejando que la brisa helada se colara entre mis sábanas. No debía, lo sabía. Mi abuela siempre decía que las corrientes nocturnas traían consigo cosas que no pertenecían a este mundo. Pero la verdad era que no podía dormir. Otra vez.
Pesadillas.
Siempre eran lobos. Sangre. Un bosque oscuro. Y unos ojos dorados que me observaban como si me conocieran mejor que yo misma. A veces me hablaban, otras solo me miraban desde las sombras, ardiendo como fuego. Pero esta vez… algo se sentía diferente.
Me incorporé, sintiendo la piel erizada en mis brazos. Todo estaba en silencio. Demasiado silencio para un pueblo donde los grillos eran los DJ oficiales de las madrugadas.
—¿Hola? —dije en voz baja, sintiéndome estúpida. Como si el silencio fuera a responder.
Me acerqué a la ventana, sin cerrar del todo las cortinas, y ahí lo vi.
Una figura. Alta. Oscura. Caminando al borde del bosque.
—No es real —me dije—. Estás soñando otra vez, Luna. Solo es otro maldito sueño.
Y entonces lo escuché.
Un grito. Agudo. Humano.
Después, un aullido.
Retrocedí tan rápido que tropecé con la alfombra y caí al suelo. Me arrastré hacia la puerta mientras el caos estallaba fuera. Gritos. Cristales rotos. Ruidos de garras rasgando madera. Todo el pueblo se convirtió en una pesadilla tangible.
Corrí escaleras abajo, gritando por mi abuela.
—¡Nonna! ¡Nonna, tenemos que salir!
La encontré junto a la estufa, temblando, con los ojos desorbitados.
—Los lobos… han vuelto —susurró—. Como aquella noche…
—¿Qué noche? ¿De qué hablas?
Pero no me respondió. Me sujetó del brazo con fuerza.
—Corre, Luna. No te detengas. Corre y no mires atrás.
No quería dejarla, no podía. Pero un estruendo nos sacudió: la puerta principal fue arrancada de un zarpazo brutal.
—¡Corre! —gritó mi abuela empujándome hacia la ventana trasera.
Salté. Ni siquiera pensé en lo alto que estaba. Solo sentí la caída, el golpe del frío en mi rostro y el ardor en mis rodillas raspadas.
Y corrí.
Corrí como si el infierno se hubiera abierto detrás de mí. Porque lo había hecho.
Los árboles me tragaron. Las ramas me arañaban, la tierra húmeda se hundía bajo mis pies descalzos. Mis pulmones ardían. Sentía a las criaturas cerca, respirándome en la nuca.
Iba a morir. Lo sabía. Iba a ser destrozada en medio del bosque como un animal asustado.
Y justo cuando estaba por caer, sentí una ráfaga de calor. No calor literal… sino una presencia.
Se movía entre los árboles con una velocidad inhumana. Y entonces, lo vi.
Él.
Salió de la oscuridad como si siempre hubiera estado allí.
Alto. Musculoso. Vestía de negro, con un abrigo largo que ondeaba como una sombra viviente. Pero lo que me paralizó fueron sus ojos.
Dios.
Dorado líquido. Ardiente. Antiguo.
—¿Estás bien? —preguntó con voz grave, casi ronca.
Lo miré, temblando. ¿Qué se suponía que debía decir? “Hola, me estás acosando en mis sueños desde hace años, ¿qué haces aquí en carne y hueso mientras me persiguen lobos asesinos?”
—¿Quién… quién eres?
—Después. —Se acercó, y sin darme opción, me levantó como si fuera de papel—. Tenemos que movernos.
—¿Qué eres tú?
Sus labios se curvaron en una sonrisa apenas visible.
—Te lo diré cuando estemos a salvo. Si llegamos.
No me gustaba cómo sonaba eso.
Corrimos juntos —bueno, él corrió, yo fui medio arrastrada— hasta que llegamos a una cabaña camuflada entre árboles gruesos. El interior estaba tibio, aunque no supe si por una chimenea invisible o por su sola presencia, porque él… él desprendía calor. Físico. Químico. Y algo más.
Me soltó en el sofá, y yo lo observé con el corazón aún desbocado.
—¿Qué eran esas cosas? ¿Qué demonios está pasando?
—No son cosas. Son parte de lo que eres, aunque aún no lo sepas.
—¿Parte de mí? ¿Te golpeaste la cabeza?
Él se arrodilló frente a mí, tan cerca que sentí su aliento.
—Luna, te he estado buscando por años. Esta noche no fue casualidad. Fue una señal.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Sus ojos brillaron de nuevo, más intensos.
—Porque está grabado en mi alma.
Ok. El tipo sexy de ojos dorados resultó ser un lunático poético.
—¿Qué carajos quieres de mí?
—Protegerte.
Esa palabra no debería haberme hecho estremecer. Pero lo hizo.
—¿De qué?
—De lo que eres. De lo que vendrá. Y de mí.
El silencio se volvió espeso. Podía oír su respiración. La mía. Y el latido enloquecido de mi pecho que no sabía si era por miedo… o por otra cosa.
—Esto es una locura —susurré.
—Sí —asintió—. Pero es tu locura. Y ahora también es la mía.
Se quedó mirándome, y por un segundo, creí que iba a besarme. No sé por qué lo pensé. Tal vez por la forma en que sus ojos bajaron a mis labios. O por cómo mis propias piernas temblaban.
Pero no lo hizo.
Se levantó de golpe, como si esa idea lo hubiera quemado.
—Debes descansar. Mañana sabrás más.
—¿Y si no quiero saber?
—Muy tarde para eso.
Se giró, caminando hacia la puerta. Antes de salir, murmuró:
—Esta noche fue solo el inicio, Luna. Tu mundo acaba de romperse. Y yo soy el único que puede ayudarte a reconstruirlo.
Y se fue, dejándome sola, temblando, y con una certeza en el pecho:
Nada volvería a ser igual.
El viento olía a cambio.Y por primera vez en mucho tiempo… no le temía.La alborada pintaba el cielo con pinceladas de fuego y oro, como si incluso el universo quisiera rendirle tributo al día que estábamos por vivir. Hoy no se trataba solo de mí, ni de Aiden. No se trataba siquiera de la manada que habíamos reconstruido desde la ceniza.Se trataba de mostrarnos al mundo. Unidos. Firmes. Indomables.Y yo… yo iba a liderarlos como lo que soy.Como la Alfa. Como la reina.—¿Estás lista para hacer temblar la tierra? —preguntó Aiden desde el umbral, apoyado con un aire que gritaba pecado y promesas no aptas para ser cumplidas antes del mediodía.Giré ligeramente frente al espejo. El vestido rojo oscuro que me envolvía no ocultaba ni mi fuerza ni mis curvas; era una armadura hecha de tela y fuego. Las mangas largas, el escote medido, los detalles en oro y cuero. Todo hablaba sin palabras: soy poder, soy pasión, soy mujer, y soy lobo.—¿Listo tú para quedarte mudo viéndome caminar? —repliqu
No sabía que el silencio también podía pesar.El aire en la cabaña era espeso, no por falta de palabras, sino por el exceso de pensamientos que no se decían. La hoguera crepitaba como un testigo molesto de nuestra distancia, una que no medía metros, sino emociones.Aiden estaba sentado al borde de la cama, la cabeza baja, los codos sobre las rodillas, como si estuviera esperando que algo explotara. Yo me apoyaba contra la ventana, mirando el bosque como si fuera a darme respuestas, o al menos, un poco de valor.La paz había llegado. O lo más parecido a ella que podíamos tener. No más traidores ocultos. No más gritos de guerra. No más sentencias que pesaban sobre mis labios como hierro fundido.Entonces, ¿por qué sentía que lo estaba perdiendo?—No has dormido bien en días —murmuró Aiden sin levantar la cabeza.—Tú tampoco.Él asintió, una de esas afirmaciones mudas que duelen más que cualquier discusión.Desde la unión oficial, nuestras rutinas se habían llenado de responsabilidades q
Amaneció con una quietud nueva. Una de esas que no se sienten vacías, sino necesarias. Como cuando el mar, después de una tormenta brutal, por fin se rinde a la calma y solo deja espuma suave en la orilla.Y eso era exactamente lo que éramos ahora: espuma en la orilla. Heridos, mojados, agotados… pero aún aquí. Aún juntos.La aldea estaba despertando con lentitud. Algunos techos seguían rotos, algunas heridas aún abiertas. Pero las manos se movían, las voces se alzaban con menos miedo, y por primera vez en semanas, vi una sonrisa verdadera en el rostro de un niño.Yo caminaba entre las casas, sintiendo el calor del sol en la piel como una caricia indulgente. Los saludos eran discretos, algunos reverenciales, otros simplemente humanos. Pero lo que todos compartían era un respeto silencioso. Uno que ya no nacía de mi apellido, sino de lo que había hecho. De lo que habíamos sobrevivido.Aiden me esperaba en el claro del sur, donde antes entrenábamos en secreto. Ahora, sin amenazas inmine
Hay silencios que pesan más que mil rugidos. Y esta mañana, ese silencio se sentía como una soga apretada en mi garganta.La explanada estaba repleta. Hombres y mujeres de mi manada —nuestros guerreros, sanadores, ancianos y hasta los más jóvenes— esperaban con rostros tensos, bocas cerradas, y ojos que pedían justicia… o sangre.Magnus y los dos que lo acompañaron en su traición estaban de rodillas en el centro del círculo de piedra, atados con cadenas de plata. La luna llena aún palpitaba en mi piel tras su reciente ascenso. La noche había sido larga. Pero esta mañana, se trataba de mucho más que venganza. Se trataba de quién éramos. De quién iba a ser yo.A mi derecha, Aiden permanecía firme, sus brazos cruzados, sus ojos fijos en Magnus como si pudiera atravesarlo. Yo sentía su apoyo, caliente y sólido como una pared a mi espalda. Pero también sabía que esta decisión debía salir de mí. Era mi juicio.Y si me equivocaba… cargaría con ello por el resto de mi vida.—Luna —dijo Elric,
No sé si fue el roce de su mano al ayudarme a levantarme después del entrenamiento, o la forma en que sus ojos me buscaron entre el caos de la reunión con los nuevos aliados. Pero algo dentro de mí se encendió, lento pero abrasador, como brasas ardiendo bajo una capa de cenizas.El mundo afuera podía estar cayéndose a pedazos, pero en la forma en que Aiden me miraba, aún existía algo que valía la pena proteger. Algo feroz, algo íntimo. Algo que ardía tanto como lo que venía.—No puedes estar en todas partes, Luna —me dijo, sin alzar la voz, mientras los demás discutían los próximos pasos como si fueran piezas de ajedrez que él debía proteger.Me crucé de brazos, mi instinto en guerra con mi agotamiento.—Y tú no puedes seguir tratando de controlarlo todo como si eso evitara que nos rompan —repliqué, con el veneno justo en mi tono. No porque quisiera herirlo, sino porque la tensión entre nosotros era tan densa que respirarla ya dolía.Aiden no respondió. No de inmediato.Simplemente me
El olor del humo aún flotaba en el aire. Era tenue, pero persistente, como un recordatorio de lo que habíamos enfrentado apenas horas antes. La emboscada había sido tan certera, tan brutal, que por un momento creí que no saldríamos con vida. Pero lo hicimos. Apenas.Ahora, con el cielo encapotado sobre nosotros y el bosque en un silencio casi sepulcral, caminaba entre las ruinas del antiguo puesto de guardia, arrastrando los dedos por los restos de madera carbonizada. El frío de la mañana no lograba congelar el ardor que sentía en el pecho. Rabia. Dolor. Traición.Y culpa.Una enorme, sofocante y asfixiante culpa.—Luna, tienes que descansar —dijo Aiden detrás de mí, su voz grave pero cargada de preocupación.Me giré solo lo justo para mirarlo por encima del hombro. Tenía el rostro ensombrecido, el mentón con una línea de sangre seca que no era suya. Sus ojos grises eran una tormenta contenida.—No puedo dormir mientras ellos... —Tragué saliva. Todavía me costaba decirlo en voz alta—.
Último capítulo