Ayla Moon nunca encajó en ninguna parte. Desde pequeña, ha sentido que algo dentro de ella no pertenece al mundo ordinario. Cuando su madre la obliga a mudarse al pueblo remoto de Greystone Hollow, un lugar atrapado entre niebla, leyendas antiguas y secretos en cada esquina, Ayla descubre que su llegada no fue una coincidencia. Allí conoce a Ronan Blackthorn, un joven reservado, intenso y enigmático, que parece luchar contra sus propios demonios… y a Kael Rivers, el carismático y rebelde líder de una misteriosa manada que merodea los límites del bosque. Ambos esconden un secreto que cambiará la vida de Ayla para siempre: ella está destinada a formar parte del mundo de los licántropos, no como una simple humana… sino como la pieza clave de una profecía ancestral. Mientras el deseo, la lealtad y la verdad se entrelazan, Ayla deberá tomar decisiones que podrían destruir su corazón y condenar a toda una especie. ¿Puede el amor sobrevivir cuando dos almas salvajes la reclaman como suya?
Leer másNo quería estar aquí.
Pero aquí estaba.
Yo solo era el daño colateral.
—Llegamos —dijo mi madre desde el asiento del conductor, con los dedos temblorosos sobre el volante.
Su voz era suave, como si hablara desde otro lugar, otro tiempo. Desde que habíamos salido de la ciudad, no había dicho más que dos o tres frases. Sus ojos, sin embargo, no dejaban de observar el paisaje, reconociendo las curvas del camino como quien reencuentra una cicatriz antigua.
Miré por la ventanilla.
—¿Aquí creciste? —pregunté, sin esperar una respuesta real.
Ella asintió apenas. Ni siquiera me miró.
La casa era una cabaña antigua en las afueras del pueblo, al pie de una colina. Nada moderna, ni acogedora. Todo crujía, desde los escalones de madera hasta las bisagras oxidadas de la puerta. Pero lo que más me perturbaba era el bosque que la rodeaba. Denso. Silencioso. Y demasiado oscuro para ser apenas las cuatro de la tarde.
En cuanto entramos, un olor a humedad y leña vieja me golpeó la cara.
—Vas a acostumbrarte —murmuró mamá, mientras caminaba hacia el interior como si lo conociera aún de memoria.
Yo no estaba tan segura.
Las horas pasaron lentas.
Me senté frente a la ventana. Las ramas se mecían lentamente. El viento no era fuerte, pero había algo en su movimiento que me daba escalofríos. Como si algo más, algo que no era el viento, las moviera desde dentro.
—Estás exagerando —me dije en voz baja.
Pero ni yo me creía.
A la mañana siguiente, mi madre me llevó al instituto local.
Cuando entré a mi primera clase, todas las miradas se giraron hacia mí. No me sorprendió, pero sí me incomodó. Busqué una silla vacía en la parte de atrás y bajé la cabeza, deseando que el día acabara rápido.
—Eres la hija de la loca, ¿no?
Me giré.
—Todo el mundo lo sabe. Tu madre se fue hace años y ahora vuelve como si nada. Como si Greystone olvidara.
No respondí. ¿Qué podía decir?
Fue entonces cuando lo sentí.
Levanté la vista… y ahí estaba él.
Sentado en la esquina opuesta del aula, con la capucha puesta, los ojos oscuros clavados en mí. No había duda de que me observaba. No disimulaba. No parpadeaba. Solo me miraba como si me conociera. Como si supiera algo que yo no.
Tragué saliva. Algo se movió dentro de mí. Algo que no sabía nombrar.
El profesor entró y todos fingieron normalidad. Menos él.
—¿Ese es Ronan? —pregunté más tarde en el pasillo.
Una chica de primer año me miró con los ojos abiertos como platos.
—No hables con él —susurró—. Es peligroso.
—¿Por qué?
—Nadie lo sabe. Pero no es como los demás. Vive en el límite del bosque, solo. Y… pasan cosas raras cuando él está cerca.
No tuve tiempo de preguntar más.
—No deberías estar aquí —dijo en voz baja, sin mirarme directamente.
—¿Perdón?
—Este lugar no te quiere.
Dicho eso, se alejó con paso firme, perdiéndose entre los alumnos como si nunca hubiera estado allí.
Me quedé helada.
Esa noche no podía dormir.
La luna brillaba a medias entre las ramas.
Y entonces lo vi.
Una figura.
No podía distinguir su rostro. Solo su silueta alta y quieta. Pero sabía que no era parte del bosque. No era un árbol. No era un animal. Era alguien. Alguien que estaba allí para mí.
Retrocedí. Cerré las cortinas con manos temblorosas.
Mi corazón latía como loco. No quería mirar otra vez, pero mis piernas se movieron solas. Cuando abrí una rendija, ya no había nada. Vacío. Solo la bruma y los árboles.
—Estoy perdiendo la cabeza —susurré.
Y en ese instante, un aullido largo y desgarrador rompió el silencio de la noche.
Me giré lentamente hacia la puerta cerrada de mi habitación.
Y esta vez, no vino solo.
La cima de la colina era el lugar perfecto. No porque estuviera alejada de todo, sino porque era el sitio donde todo había comenzado. Desde aquí, todo había cobrado sentido. Y ahora, al amanecer de este día, era donde todo terminaría para dar paso a algo nuevo.El viento del amanecer acariciaba mi rostro con suavidad, como si el universo entero me estuviera susurrando que todo había valido la pena. El cielo, teñido de una mezcla de rosado y dorado, pintaba un cuadro perfecto sobre las tierras que había ayudado a sanar, sobre los pueblos que ahora, en su mayoría, estaban reconstruyendo sus vidas. No había guerras, ni ruinas, ni la sombra de la oscuridad que me había perseguido durante tanto tiempo. Todo era paz, finalmente.Yo, sin embargo, no era la misma. No p
El amanecer siempre trae consigo un aire de promesa. De comienzos. Pero aquella mañana tenía un sabor distinto.Era un amanecer de despedidas.El campamento temporal, en las afueras del bosque de Haldrin, bullía con la energía de la partida. Las tropas, los mensajeros, los aprendices de magia... todos se preparaban para volver a sus tierras, a sus vidas, a reconstruir lo que había sido dañado.Yo también debía partir.Pero no antes de soltar el último nudo que me ataba al pasado.Mis pasos me llevaron, casi sin pensarlo, a la colina donde Ronan y yo solíamos entrenar en los primeros días de la guerra. Aquel
Volver siempre fue la parte más difícil.Había cruzado tierras devastadas, negociado con sombras antiguas, enfrentado a mi reflejo más oscuro y perdido más de lo que jamás imaginé. Pero caminar por el sendero de piedra que conducía a la aldea donde nací... eso era otra cosa.Cada paso removía una capa de tierra en mi memoria.El molino derruido que solía girar con el viento. La fuente que mis amigos y yo decorábamos en cada festividad de la luna. Las casas, ahora restauradas, aunque aún conservaban esa fragancia de leña y esperanza.La aldea había cambiado… y, sin embargo, seguía siendo la misma.
Creí que, al liberar la magia, todo habría terminado. Que mi sacrificio bastaría. Que finalmente podría dormir sin sentir los susurros en la oscuridad de mi mente, esos que nunca dejaban de murmurar. Pero me equivoqué.No quedaba magia dentro de mí, no como antes. Ya no podía alzar una mano y controlar el fuego o calmar los cielos con una oración. Y, sin embargo, algo seguía vivo. Una chispa oscura. Silenciosa. Persistente. Algo que no me abandonó cuando el resto se fue.La oscuridad.No era magia externa. Era una grieta interior. No tenía forma ni nombre, pero era la herencia de los errores, de los secretos sellados demasiado tarde, de la carga de ser la Elegida. Una p
El amanecer no trajo consuelo.Me quedé de pie en lo alto del risco, donde el viento cortaba como navajas y el cielo parecía pesar más que la tierra. Desde allí podía ver los valles, los bosques dormidos, las torres de las ciudades aún cubiertas por la neblina. La calma antes del despertar del mundo. La calma antes del final.Había elegido la verdad. Había destapado las viejas heridas. Ahora venía la consecuencia.La paz se mantenía colgando de un hilo. Y yo era ese hilo.Mis dedos se cerraron alrededor del colgante que llevaba al cuello, un pequeño cristal que contenía la última chispa de la magia sellada. No era un arma. Era una promesa. Y una
Caminar sola era una forma de meditación. Cada paso me alejaba un poco más de lo que conocía y me acercaba a la verdad que había buscado sin saber cómo nombrarla. El viento hablaba en lenguas antiguas entre los árboles. El mundo parecía agazapado, esperando.Después de días de viaje por senderos olvidados, llegué a los salones subterráneos de la Cumbre de Mithrael, donde los líderes de las razas mágicas celebraban sus reuniones secretas. Un santuario escondido entre las raíces del mundo, sellado por barreras que solo aquellos con magia antigua podían atravesar.La guardia me reconoció. No hubo necesidad de anunciarme. Me dejaron pasar sin palabras, como si hubieran estado esperando mi llegada desde siempre.
Último capítulo