Desperté con un peso cálido a mi lado y el alma enredada en caos.
Aiden seguía inconsciente. Su respiración era lenta, pausada, pero estaba ahí. Constante. No como anoche, cuando pensé que se me iba. Que el Alfa invencible, el mismo que me hacía desear y odiar en la misma respiración, se me moría entre los brazos.
Me senté a su lado y lo observé. Tenía el ceño levemente fruncido, incluso dormido. Como si estuviera peleando algo en sus sueños. ¿Conmigo? ¿Consigo mismo? ¿Con los fantasmas que cargaba tan apretados en el pecho?
Suspiré, pasándome los dedos por el cabello enredado. Afuera, el viento ululaba entre los árboles con una cadencia extraña, casi ritual. Algo en la atmósfera estaba cambiando. El aire tenía electricidad. Las sombras parecían más densas.
Y entonces la vi.
La luna.
Alta, inmensa, desvergonzada en su desnudez carmesí.
Una luna roja.
Mi corazón se detuvo. Porque había escuchado historias. Las leyendas que las ancianas susurraban en los rincones del bosque cuando pensa