Hay silencios que pesan más que mil rugidos. Y esta mañana, ese silencio se sentía como una soga apretada en mi garganta.
La explanada estaba repleta. Hombres y mujeres de mi manada —nuestros guerreros, sanadores, ancianos y hasta los más jóvenes— esperaban con rostros tensos, bocas cerradas, y ojos que pedían justicia… o sangre.
Magnus y los dos que lo acompañaron en su traición estaban de rodillas en el centro del círculo de piedra, atados con cadenas de plata. La luna llena aún palpitaba en mi piel tras su reciente ascenso. La noche había sido larga. Pero esta mañana, se trataba de mucho más que venganza. Se trataba de quién éramos. De quién iba a ser yo.
A mi derecha, Aiden permanecía firme, sus brazos cruzados, sus ojos fijos en Magnus como si pudiera atravesarlo. Yo sentía su apoyo, caliente y sólido como una pared a mi espalda. Pero también sabía que esta decisión debía salir de mí. Era mi juicio.
Y si me equivocaba… cargaría con ello por el resto de mi vida.
—Luna —dijo Elric,