Amaneció con una quietud nueva. Una de esas que no se sienten vacías, sino necesarias. Como cuando el mar, después de una tormenta brutal, por fin se rinde a la calma y solo deja espuma suave en la orilla.
Y eso era exactamente lo que éramos ahora: espuma en la orilla. Heridos, mojados, agotados… pero aún aquí. Aún juntos.
La aldea estaba despertando con lentitud. Algunos techos seguían rotos, algunas heridas aún abiertas. Pero las manos se movían, las voces se alzaban con menos miedo, y por primera vez en semanas, vi una sonrisa verdadera en el rostro de un niño.
Yo caminaba entre las casas, sintiendo el calor del sol en la piel como una caricia indulgente. Los saludos eran discretos, algunos reverenciales, otros simplemente humanos. Pero lo que todos compartían era un respeto silencioso. Uno que ya no nacía de mi apellido, sino de lo que había hecho. De lo que habíamos sobrevivido.
Aiden me esperaba en el claro del sur, donde antes entrenábamos en secreto. Ahora, sin amenazas inminentes, ese espacio se había convertido en algo más íntimo, más nuestro. Lo vi desde lejos, con su torso desnudo y las manos apoyadas en las rodillas mientras terminaba una serie de ejercicios. Cada músculo de su cuerpo brillaba con sudor y poder. Y aún después de todo, de sangre, de traiciones, de sentencias… seguía sintiendo un escalofrío eléctrico cuando lo veía así. Como si el deseo me recordara que estaba viva.
—¿Vienes a mirar o a entrenar? —preguntó sin mirarme, con esa sonrisa socarrona que solo él podía hacerme disfrutar en medio del caos.
—A mirar, por supuesto. Mi cardio emocional ya lo hice lidiando con ancianos gruñones esta mañana.
Se enderezó, giró hacia mí y en tres zancadas ya me tenía atrapada contra su pecho. Su aliento olía a menta y a guerra superada. Sus manos, firmes en mi cintura.
—¿Y cómo sobrevivió la gran Alfa a sus admiradores de canas? —bromeó.
—Con diplomacia… y fantasías secretas de exiliarlos también —murmuré, deslizando mis dedos por su nuca húmeda—. Pero algo me dice que eso no sería bien visto.
—No. Aunque tentador.
Nos reímos juntos. Por fin. Y por un momento, ese sonido fue el único que importó.
La reconstrucción avanzaba más rápido de lo esperado. Los guerreros volvían a patrullar, los niños retomaban clases bajo el cuidado de las sabias, y las cocinas volvían a oler a pan recién hecho. Incluso vi a Eryk, el hermano de mi padre, trabajando con algunos de los jóvenes, enseñándoles antiguas técnicas de rastreo.
Y aunque los restos del dolor aún flotaban como humo en las esquinas, la esperanza era más fuerte. Como si, al perder tanto, hubiéramos aprendido a valorar cada pedazo recuperado.
Yo me refugiaba en los momentos breves. En ayudar a una niña a cargar agua, en compartir una comida con los más viejos, en acariciar la espalda de Aiden por la noche mientras él dormía sin pesadillas.
Pero también sentía que algo en mí estaba cambiando. Una semilla había germinado entre las ruinas. Algo que ya no era solo liderazgo o deber.
Era deseo. No solo por él, sino por vivir. Por tomar decisiones que no respondieran al pasado, sino al futuro.
—¿Qué estás tramando? —preguntó Aiden una noche, cuando me encontró sola, en la cima de la torre, mirando las estrellas como si fueran respuestas escondidas.
—Nada —mentí.
—Luna…
Suspiré. Me volví hacia él, sentada sobre la piedra fría, con la luna acariciando mi piel desnuda bajo la capa. Aiden se agachó frente a mí, su presencia tan cálida que parecía empujar el frío fuera de mi cuerpo.
—Estoy pensando en lo que sigue —confesé—. En lo que esta manada necesita. En lo que yo necesito.
—¿Y qué necesitas?
—Cambiar el rumbo.
Aiden entrecerró los ojos, como si analizara cada palabra en busca de doble filo.
—¿Quieres irte?
Negué.
—Quiero quedarme. Pero no como antes.
Mi voz tembló un poco. Él me tomó las manos.
—Dímelo —susurró—. Dímelo claro, sin vueltas. Porque lo que sea que decidas… estoy contigo.
Mis labios buscaron los suyos antes de que pudiera pensarlo demasiado. Un beso lento, sin prisa, cargado de una promesa que no se decía en voz alta. Cuando nos separamos, apoyé mi frente en la suya.
—Quiero que seas mi compañero.
Sus ojos se abrieron, primero con sorpresa, luego con un brillo feroz que me hizo sentir elegida.
—¿Quieres que reclame el vínculo? —preguntó.
—Sí. Quiero hacerlo yo también. Por voluntad. No por deber. No porque la manada lo espera. Sino porque contigo… quiero construir lo que destruimos.
Él me besó entonces, como si hubiera estado esperando esas palabras desde el primer momento que me vio. Como si el fuego que habíamos contenido durante tanto tiempo finalmente se volviera hogar.
La ceremonia fue sencilla. Íntima. Solo los ancianos del círculo, mi tío Eryk como testigo, y algunos miembros cercanos de la manada. No se necesitaban fastos. Solo verdad.
Aiden y yo nos marcamos mutuamente con las runas del lazo, sangre sobre sangre, promesa sobre promesa. La magia ancestral brilló en nuestros brazos, sellando lo que ya estaba escrito en nuestras almas.
Cuando terminó, y las runas ardieron una última vez antes de fundirse en la piel, Aiden me miró con ese fuego indomable en los ojos.
—Ya no puedes huir, Alfa —murmuró contra mi oído—. Ahora soy tuyo. Para lo que venga.
—Entonces prepárate —respondí con una sonrisa lenta, poderosa—. Porque lo que viene es un nuevo mundo.
Horas después, cuando el bosque estaba en silencio y las estrellas eran lo único vivo en el cielo, salimos juntos al claro donde todo había comenzado.
Nos desnudamos sin prisa, dejando que el aire nocturno acariciara cada rincón de nuestra piel marcada. No por lujuria. No por necesidad.
Sino por renacimiento.
Nuestros cuerpos se encontraron como si nunca hubieran estado separados. Y en cada suspiro, en cada roce, en cada mirada… no había promesas de eternidad, sino realidades de ahora. Y eso era más que suficiente.
Él me sostuvo como si fuera fuego y yo lo besé como si fuera agua.
Y en ese cruce, entre brasas y corriente, entendimos que no necesitábamos reconstruir lo que éramos antes.
Íbamos a crear algo nuevo.
Algo más fuerte.
Algo que brillara, no a pesar de las cenizas…
“De las cenizas, no solo renacemos, sino que brillamos con más fuerza.”