La noche se sentía espesa, como si los árboles susurraran advertencias que yo, en mi infinita terquedad, decidí ignorar.
—No vayas sola, Luna —me habían dicho.
Pero claro, cuando has sido una loba solitaria durante tanto tiempo, lo último que haces es aceptar órdenes de otros, incluso si ese “otro” es el Alfa que te acelera el pulso con solo respirar cerca. Así que salí. A “patrullar”, según mis palabras. A pensar, en realidad.
A pensar en él. En la loba blanca del diario. En todo lo que parecía crecer entre Aiden y yo como raíces bajo tierra, silenciosas pero firmes.
Y ahora estaba perdida.
Perfecto.
La brisa helada me azotaba el rostro mientras trataba de ubicar algún punto de referencia entre los árboles. Nada. Solo ramas, sombras, y un silencio que no me gustaba. No era el silencio apacible del bosque. Era el tipo de silencio que precede a algo que quiere verte sangrar.
—Muy bien, Luna —murmuré, tensando los dedos—. ¿Qué parte de “no eres invencible en forma humana” se te olvidó e