No sé si fue el roce de su mano al ayudarme a levantarme después del entrenamiento, o la forma en que sus ojos me buscaron entre el caos de la reunión con los nuevos aliados. Pero algo dentro de mí se encendió, lento pero abrasador, como brasas ardiendo bajo una capa de cenizas.
El mundo afuera podía estar cayéndose a pedazos, pero en la forma en que Aiden me miraba, aún existía algo que valía la pena proteger. Algo feroz, algo íntimo. Algo que ardía tanto como lo que venía.
—No puedes estar en todas partes, Luna —me dijo, sin alzar la voz, mientras los demás discutían los próximos pasos como si fueran piezas de ajedrez que él debía proteger.
Me crucé de brazos, mi instinto en guerra con mi agotamiento.
—Y tú no puedes seguir tratando de controlarlo todo como si eso evitara que nos rompan —repliqué, con el veneno justo en mi tono. No porque quisiera herirlo, sino porque la tensión entre nosotros era tan densa que respirarla ya dolía.
Aiden no respondió. No de inmediato.
Simplemente me