El viento olía a cambio.
Y por primera vez en mucho tiempo… no le temía.
La alborada pintaba el cielo con pinceladas de fuego y oro, como si incluso el universo quisiera rendirle tributo al día que estábamos por vivir. Hoy no se trataba solo de mí, ni de Aiden. No se trataba siquiera de la manada que habíamos reconstruido desde la ceniza.
Se trataba de mostrarnos al mundo. Unidos. Firmes. Indomables.
Y yo… yo iba a liderarlos como lo que soy.
Como la Alfa. Como la reina.
—¿Estás lista para hacer temblar la tierra? —preguntó Aiden desde el umbral, apoyado con un aire que gritaba pecado y promesas no aptas para ser cumplidas antes del mediodía.
Giré ligeramente frente al espejo. El vestido rojo oscuro que me envolvía no ocultaba ni mi fuerza ni mis curvas; era una armadura hecha de tela y fuego. Las mangas largas, el escote medido, los detalles en oro y cuero. Todo hablaba sin palabras: soy poder, soy pasión, soy mujer, y soy lobo.
—¿Listo tú para quedarte mudo viéndome caminar? —repliqu