El viento olía a cambio.
Y por primera vez en mucho tiempo… no le temía.
La alborada pintaba el cielo con pinceladas de fuego y oro, como si incluso el universo quisiera rendirle tributo al día que estábamos por vivir. Hoy no se trataba solo de mí, ni de Aiden. No se trataba siquiera de la manada que habíamos reconstruido desde la ceniza.
Se trataba de mostrarnos al mundo. Unidos. Firmes. Indomables.
Y yo… yo iba a liderarlos como lo que soy.
Como la Alfa. Como la reina.
—¿Estás lista para hacer temblar la tierra? —preguntó Aiden desde el umbral, apoyado con un aire que gritaba pecado y promesas no aptas para ser cumplidas antes del mediodía.
Giré ligeramente frente al espejo. El vestido rojo oscuro que me envolvía no ocultaba ni mi fuerza ni mis curvas; era una armadura hecha de tela y fuego. Las mangas largas, el escote medido, los detalles en oro y cuero. Todo hablaba sin palabras: soy poder, soy pasión, soy mujer, y soy lobo.
—¿Listo tú para quedarte mudo viéndome caminar? —repliqué sin mirarlo directamente, pero sabiendo que sus ojos estaban trazando cada centímetro de mi cuerpo.
Lo escuché acercarse. Sus pasos eran como un rugido contenido en la madera. Cuando sus manos se apoyaron en mi cintura, su aliento rozó mi cuello con la devoción de quien reza frente a su diosa favorita.
—Estoy listo para aullarle al mundo que te pertenezco —susurró, mordiéndome suavemente el lóbulo de la oreja.
Cerré los ojos. Respire hondo. El calor de su cuerpo detrás del mío era un ancla, pero también una tentación que amenazaba con hacerme llegar tarde al evento más importante de nuestra historia reciente.
—No me hagas entrar con el cabello alborotado y el vestido arrugado —advertí con tono juguetón.
—Solo me pides lo imposible, Luna —contestó con voz ronca, antes de dar un paso atrás con una resignación que rozaba lo teatral.
Me giré para enfrentarlo. Dioses… Aiden con traje era un evento celestial. Negro, con detalles en cuero en las mangas, la camisa abierta lo justo para recordarme que debajo de esa tela había músculos tallados con pecado. Sus ojos me recorrieron como si fuera arte. Como si fuera suya. Porque lo era.
—Nos esperan —dije, aunque la voz se me quebró un poco con el impacto de su presencia.
—Y se arrepentirán de habernos subestimado —murmuró con una sonrisa torcida.
La ceremonia se llevaría a cabo en el claro sagrado. El mismo donde antaño se derramó sangre. El mismo donde los traidores creyeron que nos quebrarían.
Ahora estaba decorado con estandartes, flores silvestres y símbolos ancestrales. Alianzas de otras manadas habían llegado, unas por respeto, otras por simple curiosidad… y algunas por puro interés. Pero lo importante era que estaban allí. Viendo. Observando. Y listos para juzgar.
Los tambores comenzaron a sonar. Grave, ancestral. Como si los ancestros mismos nos acompañaran.
Aiden me ofreció su brazo, y lo tomé. Nuestros pasos resonaron al unísono. No como líder y sombra, sino como iguales. Como el Alfa y su pareja. Como el corazón y la garra de la manada.
El aire vibraba con tensión. Las miradas se clavaban en nosotros. Algunas con respeto. Otras con odio. Muchas con temor. Pero lo que no había… era indiferencia.
Nos posicionamos frente a la piedra de proclamación. Desde allí, mi voz se escucharía en todos los rincones.
Respiré hondo. Mis dedos temblaban un poco, y no por miedo. Sino por el peso. El peso del amor. El peso de la historia. El peso de lo que estaba por decir.
Aiden me apretó la mano. Y con solo ese gesto, supe que no estaba sola.
Me adelanté un paso. Silencio.
—Cuando era niña, me dijeron que una hembra debía saber callar, obedecer y ser suave.
Hubo algunos murmullos. Algunos intentaron reír.
—Cuando crecí, me dijeron que no podría liderar. Que solo un macho podía alzar la voz y ser seguido.
Ahora, el silencio era absoluto.
—Y cuando finalmente me encontré con mi destino, intentaron doblegarme. Me golpearon. Me traicionaron. Me hirieron. Quisieron convertirme en una sombra.
Mi voz creció. Mi lobo interior aullaba con orgullo.
—Pero aquí estoy. De pie. Con cada cicatriz, cada lágrima y cada rugido como parte de mi corona.
Sentí los ojos de mi gente sobre mí. Sentí su fuerza, su amor, su fe. Y también sentí los ojos de Aiden. Ardientes. Orgullosos. Fieles.
—Hoy no solo hablo como su Alfa. Hablo como mujer. Como lobo. Como sobreviviente. Y como reina.
Los tambores se detuvieron.
—Esta manada no está hecha de sumisos ni de esclavos. Está hecha de guerreros, de protectores, de corazones salvajes que saben cuándo pelear y cuándo sanar.
—Y desde hoy, les juro que ningún enemigo nos volverá a dividir. Que ningún miedo nos arrancará el alma. Que mientras Aiden y yo respiremos, este territorio será sagrado. Será hogar.
Mis ojos buscaron los suyos. Me acerqué un paso más hacia él.
—Porque el poder que no se construye sobre el amor… es un castillo de arena.
Aiden tomó mi mano. Elevó nuestros brazos entrelazados, y su voz se alzó con la fuerza de un trueno:
—¡Larga vida a la Alfa! ¡Larga vida a nuestra reina!
El aullido que siguió hizo temblar el bosque.
Fue un grito ancestral. Un canto de unidad. Un rugido de libertad.
Y entre todos, yo lo sentí. El latido del nuevo comienzo. La certeza de que habíamos vencido, pero más que eso… de que estábamos listos para vivir.
Aiden se inclinó hacia mí. Me besó frente a todos, sin miedo ni censura. Fue un beso firme. Honesto. Un pacto sellado con piel y alma.
Cuando nuestras frentes se tocaron, susurré solo para él:
—Este es solo el comienzo.
—Entonces hagamos historia —murmuró.
Y mientras la celebración estallaba a nuestro alrededor, yo lo supe con absoluta claridad.
Soy Alfa, soy reina, y este es solo el comienzo de nuestra historia.
Querido lector: Aquí acaba nuestra historia, espero que te haya gustado tanto como a mí escribirla. Si quieres contenido exclusivo, capítulos inéditos, picantes o la historia extendida, visita mi nuevo canal en whatsapp: Autora HarperV. Te veo allá.