LA ESPOSA RENACIDA: Ámame de Nuevo, Eva

LA ESPOSA RENACIDA: Ámame de Nuevo, EvaES

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Resumen
Índice

—Nunca me quisiste —dijo Eva con voz temblosa, sin embargo, su mirada permaneció firme al enfrentar a Maximiliano—. El amor por Sara te cegó tanto que no pudiste ver la verdad. Maximiliano apretó los puños, con la mandíbula tensa. —¿Crees que no me arrepiento? Lo hago cada momento, Eva. Cada momento que pasé haciéndote daño... —¿Haciéndome daño? —lo interrumpió ella, con los ojos llenos de ira—. Me destruiste, Max. Dejaste que mi hermana y mi madrastra me destrozaran, y cuando más te necesitaba, me diste la espalda, me hiciste vivir un infierno. Maximiliano sintió que se le oprimía el pecho. —Me equivoqué. Ahora lo sé, pero... —Es demasiado tarde —espetó ella—. Ya no soy la misma chica indefensa que dejaste. He vuelto a reclamar lo que me pertenece. La voz de Max se tornó suave, casi en súplica. —¿Y si yo también te pertenezco? Eva curvó sus labios en una sonrisa amarga. —Quizás. O tal vez te destruya como tú lo hiciste conmigo. *** Atrapada en un matrimonio sin amor con el fin de rescatar la empresa familiar, Eva sufrió la crueldad de Maximiliano, quien la acusó de manipular a su abuelo para convertirse en su esposa. Al estar obsesionado con la hermana de Eva, Maximiliano convirtió su vida en un tormento. Tras ser acusada injustamente de una tragedia y condenada a prisión, Eva encontró salvación en manos de un personaje poderoso e influyente cuya existencia desconocía. Seis años después, Eva emerge transformada; del cascarón de aquella mujer quebrantada surge ahora una fuerza implacable. Ha regresado con un solo propósito: cobrar venganza contra quienes convirtieron su vida en un infierno. Maximiliano, ahora consumido por el arrepentimiento, se niega a perderla nuevamente. ¿Cederá Eva ante el renacer del amor o la venganza será el único bálsamo para su corazón herido?

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Capítulo 1

Capítulo 1

Punto de vista de Eva

Mis manos temblaban frente al espejo al observar a una extraña en mi reflejo. Unos ojos atemorizados me devolvían la mirada, y el encaje del vestido de novia sofocaba mi piel como una prisión de tela. El peso de esa decisión impuesta caía sobre mis hombros como un yugo, hundiéndome en la miseria. Esa no era la vida con la que había soñado.

Fuera de mi habitación bullía la actividad: el sol bañaba los jardines, los invitados entraban al gran salón, todos estaban inmersos en los preparativos de mi boda. Pero aquí dentro, mi mundo yacía en ruinas.

“Harás esto por la familia, Eva.” La voz fría y cortante de mi padre se repetía en mi mente. Lo dijo con tanta facilidad, como si yo simplemente fuese un peón en su juego. Mi madrastra y Sara, mi hermanastra, nos observaban en silencio, sus ojos brillaban con satisfacción, como si ese fuera el momento que habían estado esperando.

—Sara es quien debería llevar puesto este vestido —murmuré, con una voz apenas audible. Aun cuando sabía bien por qué no era así. No fue mi elección ni la de Maximiliano. Fue el deseo de su abuelo, un hombre de fortuna y poder, quién me eligió por cualidades que, según él, había visto en mí.

Cuando la puerta crujió a mis espaldas, mi cuerpo se tensó. Devolviéndome al presente, sin necesidad de voltear, ya sabía quién era la dueña de esos pasos.

—¿Lista? —la voz de Sara, dulce pero venenosa, rompió el silencio. Su sonrisa, demasiado perfecta, engañaría a cualquiera que no la conociera tanto como yo. Al entrar en la habitación, el eco de sus tacones sobre el suelo, anunciaba con cada paso que ella era la verdadera dueña del corazón de Maximiliano.

Mi estómago se revolvió mientras contemplaba la amarga realidad de que Sara, la niña de oro, amada por todos, era la mujer que Maximiliano realmente amaba y deseaba, no yo. A pesar de esa dolorosa verdad, ahí me encontraba, al borde de un futuro encadenado a un hombre cuyo corazón rebosaba con desprecio hacia mí.

—No te preocupes, hermana —dijo Sara mostrando falsa preocupación, su mano descansó sobre mi hombro—. Max lo superará. Verá quién realmente debe estar con él —sus dedos se clavaron ligeramente en mi piel, como una advertencia silenciosa.

Permanecí en silencio, consciente de que cualquier palabra sería inútil y solo serviría para alimentar sus malvados planes contra mí. Con dignidad, levanté la barbilla y controlé mi respiración mientras salía de la habitación junto a ella.

***

Llegamos al salón de bodas, un espacio vibrante, lleno de murmullos y melodías. Al entrar, todas las miradas convergieron en mí, observándome avanzar por el pasillo, cada paso me acercaba a una prisión inevitable, por lo que mi corazón latía desbocado, no obstante, mantuve el semblante sereno, ocultando mi fragilidad y sufrimiento.

Maximiliano aguardaba en el altar, con una expresión tensa y la mandíbula rígida, viéndome fijamente. Sus ojos oscuros, que alguna vez miraron a Sara con dulzura y calidez, ahora me atravesaban con una furia gélida. Apretaba los puños como conteniendo el impulso de escapar.

Sentí el peso de su mirada cargada de odio, evidente en sus ojos y palpable en cada gesto de su cuerpo. A pesar de ello, tenía claro retroceder no era una opción para mí, por más que lo deseara.

Al llegar finalmente a su lado, rechazó tomar mi mano y procedió a recitar sus votos con voz áspera y hosca, como si cada palabra fuera arrancada de su garganta contra su voluntad.

—Maximiliano Graves, ¿aceptas a Eva Moreno como tu legítima esposa? —preguntó el oficiante.

Max dudó, el silencio que se extendió fue insoportable. Sus fosas nasales se dilataron y, por un instante fugaz, creí que rechazaría el compromiso. Sin embargo, pronunció las palabras con una voz que destilaba desprecio.

—Sí, acepto.

La frialdad en su tono me envió escalofríos por la espalda y un nudo se formó en mi garganta, aun así logré pronunciar las palabras.

—Sí, acepto.

La ceremonia finalizó entre aplausos entusiastas de los presentes. No obstante, Max partió sin esperarme ni dirigirme una mirada, su espalda se mantuvo erguida al abandonarme en el altar con una indiferencia que me atravesó como una daga. Aunque mi corazón se desmoronó, me mantuve firme.

Así comenzó el capítulo más oscuro de mi vida, y mi único anhelo era poder resistirlo.

***

Aquella noche, tras la boda, me senté en el inmenso espacio solitario que debía ser nuestro dormitorio. El vestido desplegado a mi alrededor era un cruel recordatorio de todo lo perdido. La luz lunar se colaba entre las cortinas dibujando trazos plateados por la habitación, pero su delicada luminosidad no lograba aliviar el dolor que quebraba mi corazón.

Un golpe en la puerta interrumpió el silencio que estaba disfrutando y mi cuerpo se estremeció mientras anticipaba quién podría ser.

Max entró con expresión impenetrable. Su mirada se cruzó fugazmente con la mía mientras se quitaba su chaqueta con movimientos bruscos y amenazantes. La tensión entre nosotros impregnó el ambiente como una densa niebla que me sofocaba.

—Max —susurré con voz trémula, ahogada por todas las preguntas sin formular—. ¿Por qué... por qué estás haciendo esto?

Se detuvo, luego clavó su mirada penetrante y cortante en mí. —No te hagas la inocente, Eva —gruñó, dando un paso hacia mí—. Sabías muy bien lo que hacías cuando manipulaste a mi abuelo para que te escogiera.

Su acusación me golpeó como un puñetazo en el estómago, pero me tragué el dolor, esforzándome por mantener la compostura. —Nunca quise esto —murmuré, agarrando mi vestido—. Nunca pedí nada de esto.

Dejó escapar una risa despectiva y amarga. —Ahórrate tus mentiras —su voz se tornó sombría—. Eres igual que tu difunta madre; mentirosa y manipuladora.

Sus palabras atravesaron mi corazón, pero oculté mi herida tras un semblante impasible. Con su presencia intimidante, se aproximó y sujetó mi brazo bruscamente en un agarre férreo.

—Has conseguido lo que siempre has querido, Eva —musitó con una voz apenas audible—. Pero ni creas que voy a ser amable contigo.

Me soltó con un empujón, como si el hecho de tocarme le disgustara. Sin pronunciar otra palabra, salió furioso de la habitación, azotando la puerta tras de sí. Por mi parte, permanecí inmóvil, temblorosa, viendo las marcas rojas en mi brazo.

Tracé el moretón que se formaba en mi brazo, sintiendo un dolor que trascendía la piel y se hundía en lo más profundo de mi ser. ¿En qué momento mi vida había tomado ese rumbo? ¿Cómo terminé casándome con Max?

Alguna vez fui una joven llena de ilusiones que soñaba con el amor verdadero, con encontrar a su príncipe azul y alcanzar su final feliz en un futuro lleno de luz y alegría. Sin embargo, ahora me hallaba atrapada en una vida impuesta, víctima de la codicia de mi padre y las maquinaciones de Sara.

Aunque las lágrimas querían brotar de mis ojos, las contuve con determinación, parpadeando. No cedería ante el llanto, ni ahora ni nunca, pues sabía que el desahogo no me ayudaría a sobrevivir en ese infierno.

Me volví hacia la ventana, contemplando el vacío de la noche que se extendía ante mí. Más allá de aquella oscuridad, existían personas disfrutando de vidas colmadas de risas y amor, mientras yo permanecía cautiva en la soledad de ese matrimonio infernal.

Eché un último vistazo a los moretones en mi brazo antes de acurrucarme en el borde de la cama, envuelta en un frío vacío que desgarraba mi alma.
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