Azucena Reyes cree que lo tiene todo, o casi todo. Viene de una prestigiosa familia que le ha dado la oportunidad de entrar en el negocio familiar. Cuando se da cuenta que el mundo empresarial es una mina de tiranos, se ve en una situación apretada y sumamente ajena a lo que ella sabía. Sólo una unión podrá salvarla de ser la decepción de su familia. Cuando Él es el único que puede ayudarla a pagar sus deudas, la única salida para sus deudas es "Sí, acepto." Tendrá que dejar su orgullo de lado para unirse a Rafael Montesinos, el hombre qué más odia. Azucena no sabe por cuánto tiempo podrá aguantar estar a su lado hasta enamorarse. ¿Hasta cuándo podrán fingir que son desconocidos? ¿La pasión desenfrenada los quemará para siempre?
Ler maisEn medio de su locura, teñida de dolor, la mirada de Azucena a Marlene está cargada de ira y un desequilibrio que la llevará a una locura total.¿Ésta mujer la tiene presa a voluntad?Lo que había sido dolor se transforma en rabia, esa que carcome. Azucena no halla cómo levantarse y abalanzarse a Marlene. Ya no es un sueño del que tiene que escaparse. Tampoco es una pesadilla. Es real y ahora más que nunca el odio que la consume empieza a desatinarla. Se remueve, pese a sentir los huesos rotos, las piernas débiles, y el mayor dolor físico que ha podido sentir hasta ahora.Una risa viene desde Marlene.—¿Hasta cuando tendré que verla? —Marlene comienza mirando a Erick—. El tiempo pasa.—Ella firmará todo a su disposición. Me quedo con lo mío, tu finges que no sabes nada y te ganas el corazón de Rafael Montesinos. Simple como eso —Erick habla como si no estuviera ahí, como si fuese de trapo o fuese una vida sin importancia.Si Erick ha mencionado a Rafael quiere decir que sabe de él…ento
No hay tiempo para limpiarse la humedad del rostro por las lágrimas. Azucena acaba de despertarse en un cuarto oscuro con una simple cama y una ventana cerrada.Desde lo ocurrido en el accidente no sabe qué sucede, qué es lo que pasa. El aturdimiento fue tanto que lo que recuerda después es nada. Lo siguiente fue ella despertándose en el suelo.Y no ha pasado ni cinco minutos desde eso.Azucena sigue en el suelo, sollozando perdidamente por el horror qué vive. desorientada, nula en conocimiento, fallando en gritar porque el dolor de su rostro es demasiado. Azucena se arrastra hacia atrás. Sigue con la misma ropa con la que dejó su departamento, pero eso no es un alivio.La mirada con la que observa el alrededor es de miedo total. Visualiza sus manos, manchadas de carmesí: sangre ya seca. Sus dedos están entumecidos y sus muñecas duelen por el impacto del choque en el auto. Trata de recordar lo que sucedió después y es en vano. Plagada de dolor, Azucena intenta ponerse de pie aún en su
Arreglándose la manga de la chaqueta de su traje, Rafael visualiza temprano en la mañana la vista desde su mansión al norte de Nueva York. Tiene varias propiedades, pero es ésta a donde siempre acude. La cena de anoche con Fernando no pasó a mayores complicaciones luego de cerrar la conversación de Azucena.Sin embargo, desde anoche, desde que la dejó, la extrañeza dio paso a la alerta. No es suficiente ordenar que se profundice en ésta extraña coincidencia, sino descartar las posibilidades de un posible fraude. Rafael aprieta la mandíbula, su hueso sobresaliendo y que enfatiza su notable molestia de anoche. Hubiese preferido que Azucena viniera con él.No quería presionarla.No quiere presionarla a hacer cosas que no quiere.Es temprano en la mañana. Mira su teléfono. Es su esposo, pero ni siquiera tiene su número. Y no serviría ahora que Azucena ha perdido el celular. Vuelve a mirar hacia adelante, encontrando la fachada de la neblina nueva en éste día. Rafael se viste con una últim
—Lo juro, alguien llamó diciéndome que encontraría a Rafael herido y tirado en la calle —Azucena repite a la policía sentada frente a él y con Rafael, de hecho, detrás de ella—. No reconocí la voz. Era una voz distorsionada, algo extraña.—Me parece que quizás fue una simple coincidencia y usted se alteró por una broma —el policía deja de escribir. Han llegado a una estación cercana de la policía para anotar los acontecimientos, extraños y sin explicación alguna—. Ya vio que el señor Montesinos está bien y nada de lo que le dijeron era real.—De igual manera quiero que investiguen —Rafael interfiere. Sus ojos no dejan al policía, enfatizando ya su seriedad que lo carcome—. Dijeron mi nombre y apellido. No es coincidencia, y mi —Rafael se detiene. Por un momento se le olvidaba que Fernando sigue con ellos, detrás. Él no sabe nada de lo que sucede entre los dos, los que los une. Suspira—, Azucena no está loca.—Bien —el policía se coloca de pie—, localizaremos el teléfono de la señora A
Tanto el ingeniero y el arquitecto recién llegado tratan de llamarla. Azucena corre sin parar seguido de los llamados vívidos que se desvanecen con el trote acelerado por las escaleras.¿Rafael? ¿Herido? ¿Qué está sucediendo?No sabe de donde salen las fuerzas de sus piernas, la agitación que se contrae en los músculos de su cuerpo. El desasosiego que nace de repente para que corra y no se detenga. ¿Dónde dejo el carro? Azucena, aún en tacones, apresura el paso hacia su camioneta ya sin aliento.El teléfono. ¡El maldito teléfono lo dejó caer!—Oeste. Calle treinta y cuatro—se repite. Temblores asechan con movilizarla para que no conduzca. Sus dedos oscilan con la llave. Azucena aprieta el volante y acelera con una imagen cruda de Rafael en la cabeza. Pasado la avenida en la que está mira los avisos, las carreteras y con la ayuda de la memoria lleva su camioneta al viaje más largo de toda su vida—. ¡Por Dios, Rafael! ¿¡Qué sucede!? —jadea más agitada qué nunca. Como mucho puede respira
Ya no le basta caminar. Tomar un poco de aire lejos de esto la ayudará a pensar mejor las cosas. Azucena no quiere que su oficina pase a ser una cárcel ahora que lleva un anillo invisible en sus dedos. Es tan irónico ahora que acaba de entregarle a Rafael lo que él pretendía que aceptaría.Su mirada cae en el montón de papeles que David le ha entregado justo cuando llegó. El dolor de cabeza de las deudas se ha aplacado un poco. Con el tiempo de plazo que tiene para pagarle a Rafael como los términos en contrato nupcial, Azucena está a nada de volverse loca.Extraña México. Extraña a su familia, a sus sobrinos. No quería aceptar esto por no considerarse lo suficientemente buena, pero tampoco quería ser una decepción para su familia. Esa idea la sigue atormentando cada noche.Toma el teléfono de la oficina dispuesta a marcar a México, llamar a su hermana mayor.Con un pensamiento más crítico Azucena mueve la cabeza y deja el teléfono.Es momento de terminar con esto que tanto la agobia
Rafael hubiese preferido haber controlado sus impulsos, aquellos que últimamente ganan la batalla y toman el control. Y no decirle esas cosas mientras la mira como si fuese lo más hermoso del mundo. A los segundos de perderse en la mirada de Azucena, conmocionada por haberlo oído, Rafael se da cuenta que ha cometido un error.Enojado consigo mismo por no controlarse, se aleja de ella. Su mirada cae a la frialdad nuevamente, y la distancia que propone entre los dos ya es un muro que ahora será más difícil de traspasar y de derrumbar. Azucena respira lo que no ha respirado en los minutos anteriores, suprimiendo lo que Rafael acaba de decir, lo extraño que ha sido para ella.—Si no tienes más nada que decirme puedes retirarte de mi oficina. Estoy ocupado —Rafael no la mira a los ojos ya que está de espaldas—. Haz lo que desees con el anillo.Azucena quiere controlar también los impulsos de seguir con la discusión, pero es una mala idea ahora que las palabras de Rafael, estancadas en su m
La seriedad en el rostro de Marlene se contrae a gestos ácidos, como si acabase de mirar lo que le malogrará los días para siempre. No disimula la rabia por dentro, en como visualiza la puerta de la sala de juntas que ya se cierra por Agustín. Sus manos aprietan la carpeta que lleva. Su vestido escotado a propósito y corto no han funcionado hoy, tampoco funcionaron ayer. Duda que funcionen mañana. Todo…para nada.Todo el esfuerzo estos años para ser la mujer de Rafael Montesinos se ha ido al caño.La mandíbula la aprieta, y con un respiro valeroso se da la vuelta ignorando las ojeadas de los hombres a su alrededor. Todos mirando su cuerpo que llama la atención de casi todos ellos. Menos de uno solo. De Rafael. El hombre del que ha estado enamorada tanto tiempo.Estuvo a punto de tenerlo en sus manos. De…dejar de ser una simple asistente sin renombre que nadie respeta a ser una mujer rica con el hombre que ama.Sus puños se vuelven blancos mientras sonríe con disimulo, aparentando que
—¿Mi e-esposo? ¿De qué está hablando? —cualquier nombre hubiese sido perfecta para la persona anónima. No éste. No él. Azucena no le entrega la caja al mesero—. ¿Mi esposo?—Se acaba de ir. Yo mismo le traje su camioneta —el mesero ignora lo que le hizo sentir a Azucena con semejante nombre—. ¿Desea quedarse con el…?—No, olvídelo. Muchas gracias —Azucena se da medio la vuelta. Azorada por aquel nombre, vuelve a preguntar—. ¿Está seguro que fue el señor Montesinos?—Oh, sin duda. Conozco desde hace un tiempo a su marido, señora.Azucena se le quita las ganas de continuar hablando de él. Precisamente de él. ¿Anillo? ¿Un regalo? ¿De qué se trata esto? El mesero pregunta si necesita otra cosa, pero Azucena amablemente deniega de sus servicios antes de salir corriendo hacia la salida en busca de Sebastián. Se guarda la caja en su abrigo, aclarándose la garganta para aparentar que el nombre de Rafael y lo que hizo no la sorprende.La enoja un poco. ¿En qué está pensando regalándole algo as