Punto de vista de Max
Observé a Eva salir de la habitación con su cuerpo frágil temblando, pero mantenía la cabeza alta, intentando conservar la poca dignidad que le quedaba. Pude distinguir el dolor en sus ojos, pero no me importaba ni permitiría que me importara, pues se merecía todo eso después de lo que me había hecho.
Me recosté en el sofá dejando que la familiar insensibilidad se apoderase de mí; ni siquiera el ardiente sabor del whisky lograba aliviar la frustración que burbujeaba bajo mi piel. Con un gesto mecánico, me serví otro vaso que vacié de un solo trago, pero el alcohol apenas conseguía difuminar los dolorosos recuerdos que el pasado había grabado en mi memoria.
¿Por qué debía sentirme culpable? ¿Por qué debía importarme su dolor cuando a ella no le importó el mío hace tantos años?
Eva; ese nombre que antes llenaba mi corazón de calidez y felicidad, ahora solo despertaba en mí un profundo resentimiento y odio. Solía ser mi mejor amiga, aquella en quien depositaba toda mi confianza, en quien creía más que en nadie, pero me traicionó de la manera más cruel posible.
Cerré los ojos y dejé que los recuerdos de aquellos años inundaran mi mente, aunque apenas éramos adolescentes, en aquel entonces, creía que Eva y yo éramos inseparables. Compartimos tantas horas juntos entre risas, secretos y promesas sobre un futuro común, que solía pensar que estaba enamorado de ella y éramos perfectos juntos, pero mi juventud e ingenuidad me cegaron ante su engaño.
Todo cambió aquel fatídico día en el lago. Todavía podía sentir el agua fría rodeándome y el pánico invadiendo mi cuerpo al caer de ese maldito puente. A pesar de que siempre había sido un buen nadador, la corriente ese día era fuerte.
Recordé mis movimientos desesperados en el agua, buscando aire con dificultad, mientras mi visión se nublaba en aquella lucha por no hundirme. Pensé que iba a morir hasta que todo se sumió en la oscuridad.
Cuando desperté en el hospital, la primera persona que vi fue a Sara, sentada junto a mi cama con el rostro pálido y los ojos dilatados por la preocupación. Pensé que había sido Eva quien me había salvado, pues ella estaba conmigo cuando caí, además de que sabía nadar, lo cual parecía lógico.
Pero cuando Sara, enamorada de mí desde que nos conocimos, me confesó que fue ella quien me rescató del agua arriesgando su propia vida, mientras Eva permanecía inmóvil en la orilla, observándome ahogar sin mostrar compasión alguna, mi mundo entero se derrumbó.
Al principio me resistí a creerlo, pero las palabras de Sara se grabaron profundamente en mi mente y corazón: “Ni siquiera pidió ayuda, Max. Se quedó ahí sin hacer nada, así que tuve que hacer algo”.
En ese momento, algo se quebró dentro de mí. ¿Cómo fue posible que Eva, la persona en quien más confiaba, se quedara inmóvil viéndome luchar contra la muerte? ¿Por qué no intentó salvarme?
Entonces me di cuenta de que todo lo que creía saber sobre ella era mentira, me sentí como un idiota por haberme preocupado tanto, por pensar que era la mujer perfecta para mí. Sara, en cambio, había sido mi verdadera salvadora, arriesgando su vida mientras que Eva simplemente contemplaba cómo me hundía sin hacer nada.
Desde ese día, mis sentimientos por Eva se transformaron en algo sombrío y retorcido. No solo dejé de amarla, sino que llegué a odiarla intensamente. ¿Y cómo no hacerlo? Había probado ser indigna de mi confianza y cariño, revelándose como una cobarde y una traidora.
Y ahora nos encontrábamos atrapados en ese matrimonio falso por culpa de su codicioso padre y las manipulaciones de mi abuelo.
Antes solía imaginar una vida plena junto a ella, con hijos y una familia que formaríamos juntos, pero todo cambió el mismo día de su traición.
Agarré el borde de la mesa hasta que mis nudillos se tornaron blancos, recordando la noche anterior. Sabía que perder el control había estado mal, pero su presencia y su voz revivieron todo en mí: la traición, ira, y dolor. Allí estaba ella, fingiendo ser una víctima inocente, como si no hubiera destruido todo lo que teníamos. Ese odio que sentía era culpa suya y me negaba a permitir que su presencia me afectara de nuevo.
Tomé mi celular y busqué el nombre de Sara entre mis contactos, sintiendo la necesidad de disculparme por mi comportamiento anterior.
Tras dos tonos, Sara contestó con voz tensa y molesta. —Te dije que no volvieras a llamarme, Max.
—Lo sé —respondí con voz áspera—. Pero necesito hablar contigo. Perdón por lo que te dije, estaba de mal humor y me desquité contigo sin razón.
Sus palabras me hirieron profundamente, pero no podía contradecirla porque tenía razón; llevaba tanto tiempo dominado por la ira que había olvidado cómo controlarla. Sin embargo, en lugar de confesar, preferí decirle lo que ansiaba escuchar. —Te lo compensaré, Sara. Lo prometo.
—Las promesas no valen nada si no las cumples —respondió con frialdad—. Si quieres compensarme de verdad, nos vemos en el centro comercial Plaza Central en una hora.
Antes de que pudiera responder, colgó la llamada, dejándome sumido en un silencio absoluto. Dejé el celular sobre la mesa y me froté las sienes, sintiendo cómo la tensión tan conocida se instalaba nuevamente en mi pecho.
Sara había sido la única constante en mi vida desde aquel día en el lago, la que arriesgó todo para sacarme del agua, la única que verdaderamente merecía mi lealtad y mi amor, no Eva. Sin embargo, me preguntaba por qué me dolía pensar en ella y por qué la idea de lastimarla me afectaba de esa manera.
Aparté aquellos pensamientos de mi mente al incorporarme y tomar las llaves de la mesa. Eva ya no significaba nada para mí, solo representaba una carga temporal hasta encontrar la forma de librarme de esa situación. Lo único importante era Sara, quien lo había arriesgado todo por mí y con quien estaba en deuda, aunque eso implicara fingir sentimientos más profundos de los que realmente tenía, o hacer cosas contra mi voluntad.
En el trayecto hacia el Plaza Central, mis pensamientos regresaron a Eva. Evoqué su mirada jovial, aquellos ojos que brillaban con cada sonrisa y el sonido de su risa que me hacía creer que todo estaría bien. Pero todo aquello se había desvanecido ahora; ni ella era la misma chica que conocí, ni yo aquel muchacho que la amaba.
Sara tenía razón sobre Eva: no le importaba ni antes ni ahora, solo pensaba en sí misma. Por lo que me prometí a mí mismo que no dejaría que me engañara de nuevo.
Al llegar al centro comercial, ya había tomado una decisión firme: haría cualquier cosa para demostrarle mi lealtad a Sara y probarle que no era el hombre que Eva imaginaba, porque pasara lo que pasara, me negaba a sentir algo por la mujer que me traicionó.
Sara era mi salvadora, la única que merecía mi amor y lealtad. No Eva, jamás.