¡Olivia odia a los hombres! Los odia hasta el punto de arriesgarse a echar por tierra el acuerdo que permitiría a su agencia inmobiliaria mantenerse a flote. A Steven, en cambio, le encantan las mujeres bellas, elegantes y refinadas y, cuando conoce a una duendecilla italiana llamada Olivia, no le da importancia, pues no la considera a su altura. Sin embargo, serán los ojos de Olivia los que conquisten a Steven y ¡que Dios le ayude!
Leer másOLIVIA
Beep, beep, beep...
El molesto timbre del despertador penetra en los meandros de mi seminconsciencia.
Aprieto los párpados y sigo aferrada a Antonio como un pulpo, no quiero dejarle, he visto las miradas que le echan las demás.
¡Pero es mío!
Apoyo mi cabeza en los esculpidos y bronceados pectorales.
Beep... beep... beep...
Abro primero un ojo y luego el otro y la pantalla luminosa parpadea rítmicamente 8:00.
—Oh, Dios... —Otro sueño erótico interrumpido en el momento más hermoso.
¿Sabes cuando estás a punto de conseguir un objetivo y alguien o algo te rompe los huevos de la cesta?
Inconscientemente ya estás segura de que será un día de m****a. Con un salto felino me deshago de las mantas y me precipito al baño, ajusto la temperatura del agua y me meto en la ducha bajo el cálido chorro. Me enjabono con mi jabón preferido olor a vainilla y luego me enjuago rápidamente, con cuidado de no estropear el peinado que con tanto cariño me hizo anoche Amalia, mi peluquera de confianza.
Tuvo la intuición de acortar mi mata de pelo rizado hasta debajo de la nuca, peinándolo con suaves ondas y con pinceladas de mechas para iluminar el apagado cabello castaño.
Hoy tengo una cita muy importante, y si el trato se lleva a cabo, daré un buen empujón a los ingresos de mi pequeña agencia inmobiliaria.
Desde hace una semana me da un vuelco el corazón cada vez que recuerdo aquella llamada telefónica desde el otro lado del globo terráqueo, en la que una voz de mujer, con claro acento americano, me informaba de que Parker Real Estate Brokerage estaba interesada en comprar la propiedad, cerca de Todi, para la que recibí un poder de venta hace un año.
La señorita Miller, como se identificó, también había anunciado la visita del propio señor Parker para ver la propiedad.
¡Hoy es el gran día y estoy muy nerviosa!
He hecho varias búsquedas en internet sobre el señor Parker y la idea que tengo de él es clara, límpida, descarada: guapo, muy rico, playboy impenitente, pero con facilidad para los negocios. Es decir, todo un león tras su presa.
En la red hay fotos suyas siempre flanqueado por actrices, modelos internacionales, guapas directivas... y, rebuscando como una acosadora entre las noticias de su vida privada, comprobé que mide 1,80 metros, tiene unos preciosos ojos azules, pelo rubio y una sonrisa para acelerar el corazón y mojar bragas.
Treinta y ocho años y todavía soltero. Pero, ¿para qué necesita una esposa con toda la materia prima que tiene a su disposición?
Aparto la pregunta en lo más recóndito de mi cerebro.
No me interesa saber la respuesta, solo me interesa el aspecto financiero de él y los cientos de miles de euros que podría desembolsar por la compra del inmueble, incluyendo la importante comisión para mi agencia.
Tengo treinta y un años, dos amores que acabaron mal, un enamoramiento estratosférico en curso de Antonio, que, por cierto, no me da ni la hora. Punto y aparte. No más hombres. No más decepciones. Fuera el diente, fuera el dolor.
Me miro en el espejo con ropa interior de encaje negro, mi metro sesenta de estatura siempre me ha hecho sentir enana y por eso Amalia me convenció de cortarme el pelo, dice que así parezco más delgada y alta.
De hecho... Nunca he sido delgada, pero tengo curvas en todos los lugares adecuados y una cuarta talla de sujetador, mi único alarde y mi única preocupación, ya que esos seres de poco cerebro creados por Dios solo para arruinar nuestra existencia, antes de mirarme a los ojos, apuntan su mirada mucho más abajo.
¡Pervertidos!
Si la leyenda de las Amazonas hubiera sido real, los habríamos borrado de la faz de la tierra.
Me aplico un ligero velo de maquillaje en la cara y noto unas pequeñas líneas de expresión alrededor de mis ojos color chocolate —porque decir marrón sería menos moderno— y decido cubrirlas con una fuerte dosis de corrector.
Llevo un traje pantalón negro con una camisa de seda blanca debajo y unos botines de tacón de diez centímetros.
Ahora que lo pienso, los tacones y la campaña no tienen nada que ver, pero la imagen es importante en el trabajo que hago. ¿Quién se toma en serio a una enana?
Con un suspiro de frustración, me pongo un abrigo negro —según mi madre, el negro es poco favorecedor— y, cuando estoy a punto de salir, el teléfono empieza a sonar y aparece en la pantalla el nombre de mi querida madre, que es tacaña a la hora de dispensar centímetros de altura, pero generosa en las críticas.
—Madre querida, buenos días, por favor, date prisa que se me hace tarde. —No es que tenga prejuicios contra ella, pero la conozco desde hace más de treinta años y sé lo logorreica que puede ser.
—Olivia, no seas la insolente de siempre... es tu padre quien me pidió que te llamara —me dice con un claro tono de regaño. Ya me la imagino con las manos en las caderas y el ceño fruncido.
Mi padre, Federico Castello, es el mejor padre del mundo aunque solo sea por aguantar a mi madre durante cuarenta años.
Hace tres años tuvo un medio infarto y el médico le aconsejó que redujera el consumo de cigarrillos y el estrés, así que la tarea de dirigir la agencia familiar recayó en mí, ya que mi hermano Claudio está en Estados Unidos haciendo un post grado de estrategias publicitarias.
Mi padre tiene la propiedad de la agencia, que ya era de mi abuelo, y que algún día será mía por voluntad de ambos. Mis estudios universitarios me prepararon para asumir esta responsabilidad, de hecho, elegí graduarme en economía y negocios con una especialización en el sector inmobiliario y, al vivir y trabajar en Umbría, destino por excelencia para los extranjeros, hablo inglés como si fuera mi lengua materna.
Perdida en mis pensamientos, oigo el eco de la voz de Lauretta mientras procede a soltar una retahíla de palabras de las que solo entiendo la última.
—Mamá, perdóname pero estoy perdida, no sé de lo que hablas.
—Oli, amor, siempre estás en las nubes. Repito, tu padre quiere saber a qué hora es la cita para la venta —continúa impaciente, me lo deja claro el resoplido que no se molestó en disimular.
—Inspección mamá, no venta —le recuerdo, porque no llamo venta hasta que el dinero esté seguro en nuestra cuenta bancaria.
—Oh... llámalo como quieras. Pero, ¿te has vestido adecuadamente o de forma descuidada como sueles hacerlo?
Si no me hacía esa advertencia no sería mi madre. Inflo las mejillas, pongo los ojos en blanco y luego me echo un vistazo.
—Me puse el traje negro que me regalaste por Navidad. —Espero aplacarla con esta respuesta porque sus compras siempre son acertadas.
—¡Perfecto! —la oigo chillar de evidente emoción—. Y Oli, asegúrate de que mientras hables con el señor Miller parpadees con esos bonitos ojos que te di, ya que el resto... es un poco miserable…
—Parker, mamá... ¡Es el señor Parker! —respondo a punto de grito como mecanismo de autodefensa por haberme hecho sentir mal en cuanto a mi figura—. Miller es su secretaria. De todos modos, no voy a tener una cita caliente y... muchas gracias por la inyección de confianza —comento con sarcasmo—. Ahora voy a terminar la llamada, no quiero llegar tarde... sin embargo dile a papá que la cita es a las once.
No le di la oportunidad de responder y terminé la comunicación.
Mi amiga María tiene razón cuando dice que mi madre es un cangrejo con un pedo bajo la nariz. Afortunadamente, me parezco a mi padre en el carácter; de Lauretta me hubiera gustado heredar no solo los ojos color chocolate, sino también el físico alto y delgado, pero la madre naturaleza decidió otra cosa, eligiendo los genes de mi abuela paterna Ida.
Bajo las escaleras de mi casa con cuidado de no matarme, ya que los tacones que llevo son un arma de destrucción masiva.
Cuando el día comienza con una llamada telefónica de Lauretta, el epílogo suele ser una conclusión previsible: la desgracia está a la vuelta de la esquina.
En la planta baja del edificio se encuentra la oficina, que tiene una gran ventana que da a la calle principal del pueblo.
Al entrar me asomo inmediatamente para ver si Antonio, mi vecino de enfrente por el que llevo dos años babeando, ha abierto las puertas de su tienda de deportes.
Es una acción que realizo todas las mañanas y que él, astuto y seguro de sí mismo, nota y me guiña el ojo a cambio, avergonzándome cada vez.
Pero, ¿por qué las mujeres somos tan estúpidas? Siempre nos enamoramos de hombres muy altos, muy musculosos, con los bíceps y pectorales de Hulk, y luego nos sentimos mal si nos son infieles.
Bueno... esta mañana Antonio se puede ir a la m****a. ¡No lo veré! Ya he tenido mi dosis de desgracia con mi madre.
Recupero el expediente de la finca de Todi sobre la marcha y cierro la puerta del despacho.
Atravieso la puerta del edificio y la cierro tras de mí.
Mi auto está aparcado en su lugar habitual y cuando estoy a punto de abrirlo oigo al Increíble Hulk llamándome.
—Hola Olivia, buenos días, ¿a dónde vas con tanta prisa?
«No te vuelvas, no mires, ignóralo...» Me repito como un mantra.
Al introducir la llave en la cerradura de la puerta del auto, tengo una excusa para darle la espalda.
—Tengo una cita... y ya se me hace tarde... nos vemos...
Me apresuro a entrar y a girar la llave, por suerte el auto se pone en marcha a la primera, lo que no siempre es un hecho.
Antonio se pone delante del coche impidiéndome salir y me veo obligada a bajar la ventanilla para hablar con él.
—¿Qué te pasa esta mañana? —pregunta y lo noto algo molesto y sorprendido al mismo tiempo.
«¿Qué pasa súper macho, he hundido tu ego?»
—Te he explicado que llego tarde, apártate de mi camino —le increpo enfadada más conmigo misma que con él, a fin de cuentas sigo molesta por el sueño que le tenía como protagonista, pero él no lo sabe.
Esta mañana está especialmente atractivo con su pelo negro disparado en todas las direcciones por la gomina, su camisa blanca ajustada y sus vaqueros azul oscuro, parece un modelo de I*******m.
Muevo la palanca de cambios y me pongo en marcha, sin tener en cuenta, le paso a la derecha para evitar atropellarlo, pero no lo suficiente como para no rozarlo con el espejo retrovisor.
Te lo mereces, idiota, la era del victimismo ha terminado.
A partir de ahora odio oficialmente a los hombres, especialmente a los que están llenos de sí mismos y coleccionan mujeres como si fueran barajitas de Panini.
Cuando me encuentre con el señor Parker, debo disimular el asco que siento por los de su género, si no, adiós negocio.
STEVEN —Sarah, ¿me traes los papeles que tengo que firmar? —vocifero en dirección al interfono, mientras reviso varios documentos a los que recién he autorizado con mi rubrica. —Ahora mismo voy, Steve —responde rápidamente. Ha sido una mañana de locos porque tenemos muchos pendientes. Me levanto del sillón y me pongo delante de la ventana, porque necesito relajarme un poco si deseo estar concentrado para todo el trabajo que tengo por delante. La vista de Central Park es impresionante, como siempre. Los bulevares cubiertos de nieve, las ramas de los árboles dobladas por el peso que les cae encima... ha nevado toda la noche y la ciudad es un caos. Las sirenas de los vehículos de emergencia se oyen pasar continuamente y estoy seriamente preocupado hasta el punto de no oír entrar a Sarah. —Steve, te dejo los papeles en tu mesa —dice, agitada por todo lo que ha estado haciendo en la mañana. Me doy la vuelta, con el ceño fruncido. —¿Ha llegado mi mujer? —preguntó avanzando al escri
STEVEN Sigo la mirada de María y al instante me doy cuenta de dónde se ha escondido Olivia, me acerco a la tienda de deportes intentando asomarme a través de las ventanas para ver lo que ocurre dentro y lo que veo me hiela la sangre en las venas. Olivia en el suelo y ese pervertido behemoth de rodillas frente a ella. Doy un empujón a la puerta de entrada, que cede inmediatamente ante mi peso, justo a tiempo para escuchar la propuesta de matrimonio que le están haciendo a mi mujer. Me abalanzo sobre Antonio, tirándolo al suelo, no puedo permitir que otro me quite lo que me pertenece. —Olvídalo novato. La señora ya está ocupada conmigo —digo apretando los puños con ganas de golpearle y partirle la cara. Se levanta con dificultad y se pone delante de mí, aún tambaleándose. Acaso cree que puede darme la pelea, pobre imbécil. —La señora es mayor de edad y está vacunada y, en consecuencia, es capaz de tomar sus propias decisiones —responde Antonio, acercándose con cara seria. Cree q
STEVEN Aterrizamos en Fiumicino hace una hora y, mientras esperamos para recoger nuestro equipaje, llamo al ingeniero y le digo que estaré en la obra hoy mismo para una inspección. Estoy en Italia por otro motivo, pero aprovecharé para ir a comprobar construcción del complejo que avanza según lo previsto. Tengo el estómago hecho un nudo desde ayer, no pude pegar ojo en el avión y el jet lag está empezando a aparecer. Por suerte Alan está conmigo, mi mejor amigo y mi lado racional, de lo contrario tomaría el primer taxi y correría a casa de Olivia como una furia. —Vamos hermano, he alquilado un coche, así que mientras yo conduzco, tú descansas. —Alan pone su brazo sobre mis hombros—. Llamé a María... Me giro para mirarle, pero él evita mi mirada. —Alan, no estoy de humor para adivinar —le insisto con brusquedad. Se gira para mirarme directamente a los ojos y las comisuras de sus labios se estiran en una ligera sonrisa. —Olivia se enteró de nuestra llegada y... no se lo tomó bie
STEVEN—María, razona... Steve tiene derecho a conocer el verdadero estado de salud de Olivia... —Alan no se da por vencido, lleva quince minutos intentando convencer a su mujer de que confiese, pero se topa con un muro... Lo sé, porque estoy en las mismas condiciones que él.Llevo desde esta mañana volviéndome loco intentando averiguar, a través de una búsqueda en internet, cuáles podrían ser las implicaciones del problema de Olivia, y los escenarios que aparecen ante mis ojos me aterrorizan, así que no he podido quedarme de brazos cuidado, porque mi hijo y la mujer que amo pueden estar en peligro.Me puse en contacto con el médico de mi madre y le remití el correo electrónico con los resultados de las pruebas de laboratorio, desgraciadamente me confirmó lo que sospechaba... la anemia es bastante grave y, si no se trata de forma preventiva, existe el riesgo de un parto prematuro o de una infección posparto en la madre.Maldita sea... las ganas de coger el primer avión a Italia y tira
Dos meses despuésSTEVENEstoy delante del portátil como todas las mañanas desde hace dos meses y me cuesta mantener los ojos abiertos debido a las innumerables noches de insomnio. Intento concentrarme en el trabajo, el único ocio que me queda fuera de algunas salidas con Alan.Tres veces a la semana visito a mi madre en la clínica, afortunadamente está respondiendo bien a los tratamientos y las sesiones con el psicólogo empiezan a dar sus frutos. Solo espero que esta mejoría sea definitiva.La incontenible rabia que expresó cuando vio las puertas de la clínica abiertas fue sustituida, según el médico, por una dolorosa conciencia del daño causado a la familia Castello y a su propio hijo.A menudo me pide que la perdone y le dé una oportunidad para compensar el mal que ha hecho, pero no sabe que la perdoné hace tiempo, es mi madre y la quiero demasiado para abandonarla a su suerte. Jamás podría odiarla por mucho que lo intente.Otra cosa es Olivia, estoy resentido con ella a muerte y,
STEVENEs de noche y, en la oscuridad total que envuelve mi vida, conduzco mi coche por carreteras tan desiertas y oscuras como mi estado de ánimo.Olivia destruyó hasta el último atisbo de esperanza que tenía para nuestra relación, si me hubiera disparado al corazón habría dolido menos, si me hubiera apuñalado en el nervio más sensible estaría menos aturdido.Anoche creí que había traspasado el muro y llegado a su corazón, pensé que había percibido lo enamorado que estoy de ella y de nuestro hijo, pero me equivoqué, una vez más me estrellé contra un puto bloque de concreto. Su juicio sobre mí fue único e incuestionable, me condenó sin apelación y eso no lo acepto, pero por el momento debo usar el sentido común y bajar los brazos. Rendirme sin siquiera pensar en luchar una vez más.Llego al hotel a las dos de la mañana y al entrar en la suite veo que Alan está durmiendo en el sofá del salón.Le sacudo para que se despierte.—Oye... —salta inmediatamente alerta, sin duda lo he asustado
Último capítulo