Capítulo 7
Punto de vista de Eva

La casa estaba sumida en un silencio que me estaba volviendo loca. Había estado sentada en esa cama durante horas, solo esperando, cada segundo parecía eterno. El reloj seguía marcando el tiempo con un sonido ensordecedor, como si estuviera contando regresivamente hacia algo terrible.

Entonces escuché que la puerta se abría abajo y mi corazón comenzó a latir de forma acelerada. Max estaba en casa, pero lejos de sentirme emocionada, estaba completamente aterrada. Podía oírlo caminar por la casa y cada uno de sus pasos aumentó mi nerviosismo. Se acercaba con lentitud, sin prisa, sin llamar mi nombre ni dar señal alguna, como si mi presencia le fuera indiferente.

Cuando abrió la puerta del dormitorio, me puse de pie con piernas tan temblorosas que creí que podría caerme. Max entró como si nada hubiera pasado, como si no lo hubiera visto con mi hermana en todas las noticias, ni siquiera se dignó a verme.

—Max. —murmuré apenas, pero bastó para quebrar aquel silencio.

Se detuvo y al fin me miró con unos ojos tan fríos que me helaron la sangre, sin el menor rastro de arrepentimiento. —¿Qué? —sonó molesto.

Intenté tragar, pero con la garganta apretada por la rabia y el dolor, me resultaba difícil contener todo lo que sentía. —¿Por qué hiciste eso? —pregunté con la voz temblorosa.

Él solo parpadeó, luciendo aún más irritado. —¿Qué hice?

Me acerqué con los puños apretados, conteniendo a duras penas el impulso de perder el control. —No te hagas el tonto —le solté, levantando la voz—. Las fotos tuyas con Sara están por toda la red. Me dejaste como una estúpida frente a todos, Max. ¿Por qué? ¿Por qué tenías que hacerlo donde cualquiera pudiera verlos?

Max me contempló durante un largo rato con su rostro inexpresivo, como si fuera incapaz de sentir algo. —Estás armando un drama por nada. —dijo finalmente, despreciando mis sentimientos.

—¿Nada? —Mi voz se quebró mientras luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con brotar—. ¡Estabas con ella, con mi hermana! Todos te vieron. ¿Sabes cuánto me duele eso?

Me miró como si fuera un insecto que quisiera aplastar. —No me importa si te duele.

Sus palabras me golpearon con tal fuerza que me quedé sin aliento por un segundo. —¿No te importa?

Se acercó un paso más, observándome con ojos gélidos y despiadados. —No, no me importa, Eva. ¿Qué pensabas? —hizo un gesto con la mano entre nosotros—. Este matrimonio nunca fue por amor, no olvides tu lugar.

Parpadeé ante él mientras sus palabras me herían como una bofetada. —¿Mi lugar? —susurré.

Max suspiró, como si estuviera cansado de hablar conmigo. —Sí. Eres mi esposa solo porque mi abuelo me forzó a casarme contigo, nada más. Así que no te hagas ilusiones, porque no significas nada para mí, Eva. Jamás has significado algo.

Mis piernas se sintieron como gelatina, por lo que volví a sentarme en la cama, devastada por sus palabras. Aunque siempre había sabido que no me amaba y que solo le importaba Sara, escucharlo de sus propios labios fue simplemente insoportable.

Él solo me observaba con esa mirada fría, sin mostrar arrepentimiento ni remordimiento alguno. Entre nosotros se alzaba un muro invisible que jamás caería. Quería gritarle, preguntarle por qué estaba siendo tan cruel, pero las palabras quedaron atrapadas en mi garganta al luchar por contener las lágrimas.

—¿Cómo puedes decir eso? —conseguí pronunciar al fin—. Llevamos una semana casados. ¿Y no significo nada para ti?

Max se rio con una frialdad cruel que nada tenía de agradable. —Una semana soportándote. Una semana queriendo estar con otra persona. ¿Quieres que te diga la verdad, Eva? Cada vez que te veo, solo veo un error, uno grande y fastidioso.

Sus palabras me atravesaron como cuchillos, al instante, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. —Pero... pero me esforcé tanto. Hice todo lo que querías, he sido una buena esposa.

—¿Una buena esposa? —Max se burló—. Una buena esposa no estaría detrás de mí todo el tiempo, una buena esposa no es tan dependiente. Eres patética, Eva. Y ya me cansé de fingir que no lo eres.

Me levanté con la ira se entrelazándose con mi dolor. —¿Yo soy patética? ¡No soy yo quien engaña a su esposa con su hermana! ¿Qué clase de persona hace eso, Max?

Por un segundo, vi un destello en sus ojos, quizás fue enojo, pero rápidamente se desvaneció y regresó aquella mirada fría. —La clase de persona que va por lo que quiere y punto. Sara tiene todo lo que a ti te falta, Eva. Es lista, guapa, tiene chispa. ¿Y tú? Tú apenas... existes.

Sentí como si me hubiera dado un puñetazo en el estómago. —¿Cómo puedes ser tan cruel? ¡Soy tu esposa!

—Solo porque un papel lo dice —respondió bruscamente—. Este matrimonio es un acuerdo de negocios, nada más. Y créeme, si pudiera terminarlo ahora mismo, lo haría.

Entonces escuché el repiqueteo de tacones altos en el pasillo y mi corazón se hundió, pues sabía perfectamente quién era antes incluso de verla: Sara.

Entró como si fuera dueña del lugar, recorriendo la habitación con la mirada hasta encontrarme. Su sonrisa, lejos de ser agradable, revelaba maldad y odio mientras se acercaba con un provocativo contoneo de caderas.

—Vaya, qué escena tan íntima —dijo con falsa amabilidad—. Max, cariño, pensé que estabas abajo, pero parece que estás ocupado.

Max no respondió ni me dirigió la mirada. Solo tenía ojos para Sara desde que entró, y pude notar que su mirada se iluminó al verla. Jamás me había visto de esa manera.

Me puse de pie con las piernas temblorosas e intenté reunir el valor para enfrentarla, pero cuando nuestras miradas se cruzaron, toda mi determinación se desvaneció. No tenía la fuerza para soportar ese momento.

—Ah, Eva —dijo Sara, burlándose de mí mientras miraba entre Max y yo—. Espero que no le estés dando un mal rato. Sabes que se irrita contigo fácilmente.

Quería gritarle, borrar esa mirada presumida de su cara con alguna palabra, pero me resultó imposible. Me faltaba el aire y las paredes parecían cerrarse a mi alrededor, dejándome completamente paralizada.

Sara se acercó aún más, con una sonrisa que se ensanchó al verme como a un pequeño animal indefenso. —Deberías estar agradecida, ¿sabes? —murmuró con voz baja y cruel—. Max podría haber elegido a cualquiera, pero te escogió a ti, aunque solo será por un tiempo.

Cada una de sus palabras me golpeó como una bofetada, hiriéndome profundamente. —Él es mi esposo —dije con voz débil, aunque ni siquiera yo misma lo creía ya.

Sara soltó una risa cruel y burlona. —Ay, por favor. ¿De verdad sigues creyendo eso? Vamos, Eva. Ambas sabemos que nunca te quiso y nunca te va a querer.

Se acercó aún más, susurrándome al oído. —No eres más que la chica que su abuelo le impuso. Solo te tiene aquí para pasar el rato mientras consigue lo que de verdad quiere. Y créeme, cariño, lo que de verdad quiere, es a mí.

Me alejé de ella tambaleándome, incapaz de contener las lágrimas. El dolor y la vergüenza me abrumaron por completo. Sara siempre había sido cruel conmigo, pero esta vez había superado todos los límites.

—Estás mintiendo —dije con voz temblorosa—. Max, dime que es mentira.

Max permaneció en silencio, observándonos de forma impasible, como si contemplara un espectáculo.

Sara se rio de nuevo. —¿Ves? Ni siquiera finge defenderte. Acéptalo, Eva. No eres nada, siempre has sido nada, y siempre lo serás.

Mis ojos suplicantes buscaron los de Max, rogándole en silencio que me defendiera, pero él simplemente se encogió de hombros con indiferencia.

—Ella tiene razón, Eva —dijo con voz helada—. No te quiero y nunca te he querido. A quien quiero es a Sara, siempre ha sido así.

Esas palabras rompieron algo dentro de mí. Sin poder respirar y con la habitación girando a mi alrededor, tropecé hacia atrás hasta golpear la pared.

—¿Cómo... cómo pudieron? —logré preguntar entre jadeos—. ¿Ustedes dos? Tú eres mi esposo, y tú eres mi hermana. ¿Cómo pudieron hacerme esto?

Sara caminó hacia Max, envolviendo su brazo alrededor de él. —Ay, Eva. ¿De verdad creíste que lo ibas a retener? Por favor, mírate... eres tan sosa y aburrida. Max necesita a alguien con chispa, alguien a su nivel. Acéptalo de una vez, hermana. Nunca diste la talla, solo eres un calentador de cama temporal.

Max atrajo a Sara hacia él y la besó justo frente a mí; cuando se separaron, me lanzó una mirada gélida mientras ella reía suavemente, retrocediendo con una sonrisa triunfante.

—¿Ves? —preguntó con tono juguetón, como quien disfruta de un juego—. No eres nada, Eva. Y nunca lo serás.

Sara giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta con un balanceo casual, seguida por en silencio Max, quien rozó ligeramente su espalda al salir juntos de la habitación, como si yo fuera invisible.

Me deslicé por la pared hasta quedar sentada en el suelo, incapaz de contener el llanto mientras un dolor punzante desgarraba mi corazón.

Me quedé allí en el suelo durante horas, llorando hasta agotar mis lágrimas, el silencio de la casa volvía a envolverme, esta vez aplastándome con una soledad absoluta que me hizo sentir no deseada, insignificante... como si fuera nada.

Fui tan estúpida al pensar que las cosas podrían cambiar, al creer que pudiera importarle a Max aunque fuera un poco; ahora comprendía que nunca hubo esperanza alguna.

Sara tenía razón: “No era nada, ni para él, ni para nadie en el mundo”.

Me acurruqué sobre mí misma mientras la verdad me aplastaba hasta quitarme el aliento. Esa era mi realidad ahora: soledad, vergüenza y un sufrimiento constante.

Mientras yacía en el suelo, me pregunté cómo había llegado a ese punto y cómo se había transformado mi vida en semejante pesadilla.

Recordé mi primer encuentro con Max, su apariencia apuesta y encantadora me hizo sentir tan afortunada. Ahora comprendía que todo había sido una cruel mentira.

Pensé en Sara, mi propia hermana, con quien solía ser tan cercana cuando éramos niñas. ¿Qué había sucedido para que ahora me odiara tanto y buscara lastimarme de esa manera?

Las lágrimas seguían fluyendo sin que pudiera contenerlas. Me sentí completamente sola y perdida, sin saber qué hacer ni adónde ir, atrapada en ese matrimonio y en esa casa, con personas a las que mi vida les resultaba indiferente.

Deseé simplemente poder desaparecer. Quizás así el dolor cesaría y ya no tendría que soportar la forma en que Max miraba a Sara, ni escuchar sus crueles palabras. Pero desaparecer era imposible, seguía prisionera en una vida que jamás elegí, rodeada de personas que me trataban como si no fuera nada.
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