Punto de vista de Eva
Sentí como si las paredes estuvieran cerrándose a mi alrededor y cada respiración se convirtió en una lucha. Mi corazón estaba hecho pedazos. Los titulares, murmullos y comentarios que encontraba por todas partes eran como cuchillos que reabrían heridas que creía sanadas. Pero el dolor nunca se había ido realmente, solo permanecía escondido, esperando para regresar con más fuerza. Ese sufrimiento, esa agonía, solo se ocultaban hasta que algo los desgarraba nuevamente, y quedaban expuestos ante el mundo entero.
Todo comenzó con susurros, miradas sospechosas del personal y silencios incómodos cuando entraba a una habitación. Luego vinieron los titulares, esparcidos por todos los tabloides y sitios de noticias, convirtiendo mi dolor privado en un espectáculo público, con los medios regodeándose ante mi miseria, esparciéndola como fuego.
Los titulares no dejaban de destellar en mi mente:
“Max Graves deja a su esposa por su hermana”.
“Eva Moreno: Abandonada y traicionada”.
“Eva destrozada: Rechazada y sola”.
“Todos aman la historia de amor de Max y Sara - Pobre Eva”.
“La esposa que nadie quiere: La triste vida de Eva a la sombra de Max”.
“Eva olvidada: Max se acurruca con Sara”.
Releía obsesivamente aquellos titulares con la vana esperanza de que el dolor se mitigara, pero cada lectura solo intensificaba mi sufrimiento, hasta dejarme sin aliento. Para el mundo era solo una burla: la mujer desechada por otra más atractiva y deseable. Patética, humillada, insignificante... así me veían todos y, peor aún, así había comenzado a verme yo misma.
Oculté mi rostro entre mis manos. Las lágrimas, traidoras constantes, brotaban sin permiso ni esfuerzo, como si ya no me pertenecieran. En realidad, ya no reconocía quién era ni cómo había permitido que todo llegara a ese punto.
Con manos temblorosas sostenía el celular. Cada artículo y cada comentario repetían el mismo patrón doloroso:
“Era obvio que Max nunca iba a amarla”.
“Mírenla, no es de extrañar que la dejara”.
“Sara y Max son perfectos juntos. Eva solo se interponía entre ellos”.
Aunque cada palabra era como una puñalada, no podía dejar de leer. Continuaba torturándome y hundiéndome más en la tristeza, mientras mi corazón se quebraba una y otra vez con cada comentario cruel, preguntándome cuánto más podría aguantar antes de desmoronarme por completo.
Solté el celular con las manos temblando sin control. Al intentar respirar, sentí que el aire no llenaba mis pulmones, fue como si mi propio cuerpo me traicionara tanto como mi mente. Me pregunté cómo había llegado a ese punto, cómo me había convertido en alguien tan rota y vencida.
Al levantarme del sofá, mis piernas cedieron y la habitación comenzó a girar. Tuve que apoyarme contra la pared para no caer mientras cerraba los ojos intentando mantenerme entera, pero todo el peso de la situación me abrumó.
Max nunca se preocupó por mí, por mis sentimientos ni por cuánto me lastimaba verlo con ella. Me abandonó en esa casa a merced de las burlas, confirmando lo que siempre temí: que yo no significaba nada para él.
Me acerqué a la ventana observando la ciudad, donde todos seguían con sus vidas como si nada ocurriera, aun cuando la mía se desmoronaba por completo. Me pregunté qué pensarían si pudieran verme en ese momento: perdida, destrozada, aferrándome a los últimos vestigios de dignidad que me quedaban. Pero la dignidad, algo tan frágil como el amor y la esperanza, se quebranta y se arrebata con facilidad.
Al apoyar mi frente contra el cristal, su frescura alivió el ardor de mi piel, cerré los ojos intentando bloquear el mundo exterior, los crueles titulares, junto con las imágenes de Max y Sara juntos, pero resultó ser imposible; el dolor persistía bajo la superficie, esperando el momento para devorarme por completo.
Un sollozo escapó de mi garganta, sobresaltándome al romper el silencio de la habitación. No reconocí aquel sonido roto y desesperado que ni siquiera sabía que podía emitir. Presioné mi mano contra mi boca intentando contener el torrente de lágrimas, pero ya era tarde; la represa emocional se había quebrado y las lágrimas fluían incontrolablemente, como un río contenido durante demasiado tiempo.
Me desplomé en el suelo mientras los sollozos me atravesaban como puñaladas y me ahogaba en un dolor tan profundo que ni siquiera podía contener. Sentí una opresión en el pecho y mi corazón latía tan fuerte que parecía querer salirse de mi cuerpo.
¿Por qué me dolía tanto? Aunque ya sabía que no me amaba y que estaba enamorado de Sara, ver mi vida íntima expuesta como un espectáculo, mientras todos celebraban su amor y a mí solo me lanzaban miradas de lástima o se burlaban a mis espaldas... eso me destrozó por dentro.
Me limpié las lágrimas incesantes, que velaban mi mundo y me robaban el aliento. Jamás me había sentido tan sola y abandonada; el silencio de la casa resultaba ensordecedor, como un eco del vacío que sentía en mi pecho.
Le había entregado todo a ese matrimonio y a Max, sacrificando mi propia felicidad y dignidad para ser la esposa que él nunca quiso. Ahora me encontraba sin nada: ni orgullo, ni esperanza, ni amor.
Volví al día de nuestra boda, a mi ingenua esperanza de que el tiempo le enseñaría a amarme. Qué ilusa fui al pensar que amándolo lo suficiente conseguiría romper el muro que había construido a su alrededor, me equivoqué profundamente.
Max nunca me perteneció; había sido de Sara desde siempre. Yo apenas fui un peón para complacer a su abuelo, una realidad que me dolió más de lo que jamás imaginé.
Las lágrimas caían entre mis dedos mientras la tristeza me consumía. El frío de la habitación era reflejo de mi vacío interior. Pensé en huir y dejar todo atrás, pero las preguntas me atormentaban: ¿A dónde iría? ¿Cómo? Ya ni siquiera reconocía mi identidad; aquella mujer fuerte y soñadora había desaparecido, enterrada bajo un matrimonio sin amor y el peso del rechazo constante.
Perdí la noción del tiempo llorando hasta quedarme sin lágrimas. El dolor persistía, agudo y crudo, pero me sentía demasiado agotada para seguir llorando; solo quedaba un vacío interior, como una cicatriz en el alma.
Miré mi celular por última vez, fijándome en aquellos titulares crueles que parecían reírse de mi desgracia, pero ya no podía soportar ver mi vida y mi sufrimiento convertidos en entretenimiento público. Apagué la pantalla dejando que la oscuridad me envolviera mientras imaginaba por un instante, cómo sería escapar de esa pesadilla, pero las cadenas invisibles de mi realidad me aprisionaban en un mundo de rechazo y abandono del que no había retorno.
Y lo que más me desgarraba por dentro era que estaba completamente sola.