En el vertiginoso mundo del béisbol profesional, donde el talento se mide en carreras, hits y estadísticas, Julieta Vargas Amador es una joven animadora mexicana que vive para alentar a su equipo, pero sus sueños van más allá de la cancha. Desde el primer día en que sus ojos se cruzan con los de Scott Alonso Bianchi Caruso, un talentoso pelotero italiano de primer año en las ligas menores, el mundo de Julieta da un giro inesperado. Entre juegos, entrenamientos y la adrenalina del estadio, surge una conexión instantánea que los lleva a una relación amorosa que desafía todas las reglas del juego.Sin embargo, el mundo del béisbol está lleno de trampas y engaños, donde la fama, el dinero y el poder definen el destino de los jugadores. Pamela Simone Villa, la poderosa patrocinadora del equipo, está decidida a no dejar que Scott escape de sus garras, y hará todo lo posible para seducirlo y arrebatarle su corazón, sin importar a quién tenga que destruir en el proceso.Por otro lado, Michael Barrientos, un ambicioso accionista del equipo, se siente atraído por Julieta, pero sus sentimientos no son correspondidos. A pesar de su poder e influencia, Michael no es el hombre que Julieta desea, y su rechazo la coloca en una peligrosa encrucijada que podría poner en riesgo su relación con Scott.Mientras el amor entre Julieta y Scott crece, también lo hacen las tensiones, las intrigas y las manipulaciones dentro del mundo del béisbol. Las mentiras se entrelazan con la verdad, las traiciones se ocultan en cada esquina y, en este juego, solo el más fuerte sobrevive. ¿Podrá el amor de Julieta y Scott resistir la presión de un mundo que todo lo arrastra? ¿O caerán como tantas promesas rotas, fuera de base?"
Leer másLa habitación de descanso estaba silenciosa, el murmullo del estadio se desvanecía detrás de la puerta cerrada.
Los casilleros, con sus nombres grabados en placas metálicas, eran un refugio temporal, donde las estrellas del equipo se preparaban para el siguiente acto. Pero para Julieta Vargas Amador, ese rincón oscuro y apartado se convirtió en un refugio aún más íntimo, un lugar donde el tiempo se detenía y el mundo exterior quedaba fuera de foco desde que tenía 23 años. Scott Alonso Bianchi Caruso, el prometedor pelotero italiano, ya había notado a Julieta desde el primer día, hace un año. Su risa, su manera de moverse, su pasión al animar a su equipo... todo en ella lo había cautivado. Pero hoy, algo era diferente. Novios a escondidas de muchos para evitar las malas lenguas. Ambos eran felices manteniendo su relación discreta. No había complicaciones... hasta ahora. Los otros miembros del equipo de porristas y del equipo estaban fuera, preparándose para el juego, y la habitación de descanso estaba vacía. Era el momento perfecto para un desliz. Ella, ajena a lo que se avecinaba, guardaba su ropa con cuidado, sus movimientos tan delicados como siempre. Pero cuando él entró, con una sonrisa cómplice, algo en el aire cambió. Julieta levantó la mirada y lo vio acercarse, con sus ojos verdes brillando con un deseo que no necesitaba palabras para ser entendido. — ¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? Aún no termino de vestirme—le dice mientras sostiene la toalla a su alrededor. Scott no dijo nada al principio. Solo la observar, admirando la belleza que tenía frente a él, la mujer que le había robado el aliento desde que se conocieron. Sin previo aviso, la tomó en sus brazos con la fuerza de un hombre que sabía lo que quería, y con una sonrisa de complicidad la llevó al rincón más apartado de los casilleros. —Te esperaba… esperaba con hambre que estuvieras a solas —dice en un susurro, mientras sus dedos deshacen el nudo de la toalla con delicadeza. Julieta, con el corazón acelerado, no pudo evitar sentirse atraída por su proximidad. Su respiración se entrelazaba con la de él, y, sin pensarlo, sus labios se encontraron en un beso ardiente. Scott la presiona contra su cuerpo, sintiendo el calor de su piel mientras ella sostiene en su mano, el uniforme de animadora. Sus manos, cargadas de deseo, bajaron por su ropa interior de encaje lila, mientras sus dedos recorrían el contorno de sus piernas. —Espero que no le sonrías a tantos chicos… —le murmura, casi en un ronco susurro, mientras sus labios recorren su cuello—no quiero tener que mandar a matar a alguno. Julieta, completamente sumida en el momento, dejó que su cuerpo hablara por sí mismo. El roce de sus manos, la intensidad de su mirada, la química palpable entre ellos la hacía perder el control. Era como si el mundo entero se desvaneciera, dejando solo esa burbuja de pasión. "Ese hombre es solo mío" se dice mentalmente. —Solo a ti… —susurra Julieta, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Scott, tirando de él hacia un beso más profundo—¿puedo tomar los obsequios y peluches? —Solo los peluches, nada de flores. El ambiente se volvió más pesado, más sensual. El sonido del juego que retumbaba fuera parecía lejano, irrelevante. —Quiero hacerte el amor antes del juego. —Siempre dice lo mismo en cada juego. —Eres mi amuleto de la buena suerte desde hace un año. —Eres un tonto. Todo se resumía a sus cuerpos entrelazados, a la necesidad de estar el uno con el otro. Y así, sin palabras, sin más preámbulos, el deseo se desbordó entre ellos. —Adelante, pero que sea rápido, alguien puede entrar. Y sin más Scott puso su ropa interior de lado, bajó la cremallera de su pantalón y se introdujo en ella. —Ummm...m****a te siento tan caliente—lo pone todo al sentirla humeda. —Ahh…si…suave, amor. Más espacio. Julieta arqueó la espalda, atrapando su aliento en la garganta, mientras sentía cómo el cuerpo de Scott se fundía con el suyo en una sincronía que conocía demasiado bien. Cada movimiento, cada roce, era una coreografía escrita por la costumbre, la pasión y un amor que se negaba a morir, por más obstáculos que llevaran encima. Sus labios se encontraron de nuevos, hambrientos, desesperados, como si cada beso fuera el último. Scott enterró el rostro en su cuello, le agarraba sus pechos, aspirando su perfume, jadeando contra su piel mientras ella cerraba los ojos, perdida en la sensación. —No sabes lo que provoca en mí, Julieta —murmura él, aferrándola con fuerza con cada embestida. —Y tú en mí... —susurra ella, acariciando su espalda, sintiendo su corazón desbocado. Era un momento robado, una locura que no tenía lugar ni hora, pero que los arrastraba con la fuerza de una tormenta. Afuera, el bullicio del juego continuaba. Pero para ellos, el mundo se había reducido a un cuarto silencioso, a una respiración entrecortada, a dos cuerpos que todavía se buscaban. —¡Yo...me vengo!—le susurra ella al oído. —Vamos a hacerlo juntos amor—acelera más sus movimientos. —¡Sí...ummm! —¡Aghrrrr! ¡Carajo, que rico! —Nunca voy a dejar de desearte. Julieta lo mira, con los ojos brillantes por la mezcla de emociones. —Entonces... no lo hagas. Más tarde, cuando la habitación volvió a su quietud, Scott se apartó lentamente, su respiración aún agitada. Julieta, con el rostro sonrojado y la camisa ligeramente arrugada, comenzó a acomodarse la ropa mientras él, con una sonrisa satisfecha, le alisaba el cabello. No necesitaban decirse mucho; lo vivido hablaba por sí mismo. —Te veré al terminar el juego. —Scott le acaricia la mejilla con ternura, con sus ojos brillando de deseo—. Esta noche te llevaré a cenar. Quiero que sea solo nosotros dos, fuera de todo esto. Julieta, aunque aún temblorosa por el encuentro, le dedicó una sonrisa llena de complicidad. No necesito más. Ya sabía que su corazón estaba en sus manos, que nada ni nadie podría separarlos. En ese rincón apartado del estadio, donde solo existían ellos, el amor y la pasión, se había forjado algo que ni el propio mundo del béisbol podría romper. —De acuerdo. Se separaron lentamente, pero los ojos de Julieta seguían fijos en los de Scott. Ambos sabían que lo que tenían era algo más que un simple juego. Y aunque el mundo seguía girando, dentro de esa habitación, el juego de la vida y el amor solo comenzaba.Marcó rápidamente su aplicación de banco y transfirió una suma exorbitante. Cuando colgó, su mirada era vacía, pero sus labios esbozaban una sonrisa torcida.Al amanecer, Scott se dirige somnoliento hacia la clínica privada donde atiende al Doctor Morales. Pamela iba sentada a su lado, con gafas oscuras, un pañuelo cubriéndole la cabeza y un semblante de mártir digno de actriz de Broadway.Cuando llegan, una enfermera los guía hasta el consultorio decorado con cuadros minimalistas y orquídeas blancas. Pamela se sienta en la camilla, bajando la mirada con expresión frágil, mientras Scott permanece de pie, con los brazos cruzados, intentando permanecer despierto.El Doctor Morales entra, un hombre de cabello negro con cañas estratégicas y una sonrisa suave.—Buenos días, Pamela. Señor Bianchi —saluda, estrechándole la mano a Scott—. Cuéntame, Pamela, ¿qué tiene sentido?Ella comienza su show con lágrimas en los ojos, voz temblorosa y manos nerviosas.—Doctor… me he sentido muy mal… náus
Minutos después, la puerta de entrada se abrió con un suave clic, y Sofía entró cargando varias bolsas de supermercado. Llevaba puestos unos leggins deportivos y una camiseta corta que dejaba ver su vientre plano.—¡Buenas, buenas...! —canturreó con sarcasmo mientras cerraba con el pie—. ¿Me ayudas con estas bolsas antes de que se me rompan los dedos?Scott, que sostenía a Aura en brazos y le hacía suaves caricias en la cabeza, levantó la mirada y le dedicó una media sonrisa.—Dámelas a mí, morena —dijo, caminando hacia ella con la bebé dormida en su brazo izquierdo—. Pero si se me cae la niña por tu culpa, voy a demandarte.—¿Que diablos haces aquí? ¿Desde cuándo sabes dónde vivo, maldito perro?—¡Ay, cállate, reina del drama! —se burló de Sofía.Ella sonríe dudosa, entregándole dos bolsas pequeñas y cargando el resto a la cocina—. ¿Julieta te dejó entrar y cargar a la bebe?—Si...vine a aclarar algunas cosas. Deja de burlarte y cambia esa cara.—¿No eres tú quien empujó a una bebé p
Scott sintió que el corazón le explotaba contra el pecho. Se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro.—Si eso es cierto...¡Tengo que verla!—Hermano... espera. No puedes aparecerte así como así. Acabas de decir que te vas a casar. ¿Que cojones vas a decirle a tu prometida?— ¡Ella y solo ella sigue siendo la mujer que amo! ¿Además es la madre de mi hija?Moreno lo escuchó, cruzándose de brazos.—Wou wou, espera. Repiteme ese casete. ¿Me estás diciendo que la niña de Julieta es tu hija y no del cabrón ese?—Si...lo descubrí reciente. Caímos en el mismo hospital hace días y vi su récord médico. Tiene el tipo extraño de sangre que tengo. Es imposible que Michael tenga el mismo tipo de sangre que yo.—Entiendo. ¿Pero porque coños no te dijo nada?—No lo se. Es lo que quiero averiguar.—También no deja de ser el prometido de Pamela. Y la boda es en menos de un mes. ¡Piensa bien, cabrón lo que quieres hacer! Mierda me vas a volver loco, no se para que te lo dije. ¿Ahora quieres tener
La casa olía a engaño.Julieta no necesitaba más pruebas. Ver a Michael con su asistente, acorralado entre sus piernas y con las manos bajo su falda, fue más que suficiente. No hubo gritos, no hubo escándalo en el momento. Solo una madre que giró sobre sus talones y se fue con su bebé, sin mirar atrás.Esa tarde, mientras Aura Anaís dormía en sus brazos, Julieta supo que tenía que salir de allí. El recuerdo de Scott haciendo lo mismo tiempo atrás —metiéndola a ella en la sombra de Pamela mientras le juraba amor— volvió como una herida abierta.Solo que esta vez, no esperaría a que se le cerrara sola. Se comunicó con su amiga y le explicó la situación. No quería molestar a su familia.— ¿Estás segura que no quieres que te acompañe a empacar? —preguntó Sofía al teléfono.—No, no quiero hacer escándalo, solo quiero irme en silencio. Si Michael llega y me ve contigo, va a sospechar. Solo necesito que me esperes en tu casa. Esta noche.—Mi casa es tuya, Juli. Puedes quedarte el tiempo que
Michael regresa de su viaje de negocios con una sonrisa en el rostro y un par de maletas en la mano. Julieta lo recibe con un beso tibio, sin demasiado entusiasmo. No es que no lo quiera… es que algo se siente diferente.— ¿Cómo estuvo todo? —pregunta ella mientras lo ayuda a dejar el equipaje en la sala.—Agotador, pero bien. Cerramos un trato con los de Dallas y estamos por firmar con otro equipo de Boston.—Me alegre —responde Julieta, forzando una sonrisa.—Y ustedes? ¿El bebé ya está bien? Con tanto trabajo ya no pude mirar el móvil. Y ya en el avión...todo era turbulento.—Sí, ya está bien, hoy durmió bastante. Aunque yo… no me siento muy bien. Creo que voy a quedarme en casa mañana. No iré a la oficina.—Hazlo, descansa. No te preocupes por nada —dice él, dándole un beso rápido en la mejilla antes de subir al baño.A la mañana siguiente, Julieta permanece en casa. Se toma un té, deja a Aura Anaís dormida en su cuna, y mientras la observa respirar, una idea se forma en su mente.
Miguel.El nombre lo consume. El mismo que se llevó a Julieta. El mismo que ahora vive la vida que debe ser suya.¿Por qué ella se lo permitió? ¿Por venganza? ¿Por miedo? ¿Por protección?Scott necesita respuestas. Y no puedes seguir con esta farsa.Sienta de nuevo en su habitación y marca, esta vez, a Babel.—Hola? —responde la voz femenina, aguda, con cierta desconfianza.-Babel. Soy Scott, el ex de Julieta.—Oh… vaya. Qué sorpresa. ¿A qué se debe la llamada?—Necesito saber dónde vive Julieta, aquí en Boston.El silencio que sigue se puede cortar con un cuchillo.—¿Por qué? Ella está casada, Scott.—Porque tengo derecho a saber algo —responde él, con voz grave y honesta—. Solo quiero hablar con ella. No voy a hacerle daño.—Ella vive en San Lucas, zona privada. Te paso la ubicación. Pero ten cuidado, Scott. Julieta ya ha pasado por mucho.—Gracias, te debo una.Cuando cuelga, siente que el estómago se le revuelve. Tiene la dirección. Tiene el camino. Tiene la decisión en la palma d
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