La habitación de descanso estaba silenciosa, el murmullo del estadio se desvanecía detrás de la puerta cerrada.
Los casilleros, con sus nombres grabados en placas metálicas, eran un refugio temporal, donde las estrellas del equipo se preparaban para el siguiente acto. Pero para Julieta Vargas Amador, ese rincón oscuro y apartado se convirtió en un refugio aún más íntimo, un lugar donde el tiempo se detenía y el mundo exterior quedaba fuera de foco desde que tenía 23 años. Scott Alonso Bianchi Caruso, el prometedor pelotero italiano, ya había notado a Julieta desde el primer día, hace un año. Su risa, su manera de moverse, su pasión al animar a su equipo... todo en ella lo había cautivado. Pero hoy, algo era diferente. Novios a escondidas de muchos para evitar las malas lenguas. Ambos eran felices manteniendo su relación discreta. No había complicaciones... hasta ahora. Los otros miembros del equipo de porristas y del equipo estaban fuera, preparándose para el juego, y la habitación de descanso estaba vacía. Era el momento perfecto para un desliz. Ella, ajena a lo que se avecinaba, guardaba su ropa con cuidado, sus movimientos tan delicados como siempre. Pero cuando él entró, con una sonrisa cómplice, algo en el aire cambió. Julieta levantó la mirada y lo vio acercarse, con sus ojos verdes brillando con un deseo que no necesitaba palabras para ser entendido. — ¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? Aún no termino de vestirme—le dice mientras sostiene la toalla a su alrededor. Scott no dijo nada al principio. Solo la observar, admirando la belleza que tenía frente a él, la mujer que le había robado el aliento desde que se conocieron. Sin previo aviso, la tomó en sus brazos con la fuerza de un hombre que sabía lo que quería, y con una sonrisa de complicidad la llevó al rincón más apartado de los casilleros. —Te esperaba… esperaba con hambre que estuvieras a solas —dice en un susurro, mientras sus dedos deshacen el nudo de la toalla con delicadeza. Julieta, con el corazón acelerado, no pudo evitar sentirse atraída por su proximidad. Su respiración se entrelazaba con la de él, y, sin pensarlo, sus labios se encontraron en un beso ardiente. Scott la presiona contra su cuerpo, sintiendo el calor de su piel mientras ella sostiene en su mano, el uniforme de animadora. Sus manos, cargadas de deseo, bajaron por su ropa interior de encaje lila, mientras sus dedos recorrían el contorno de sus piernas. —Espero que no le sonrías a tantos chicos… —le murmura, casi en un ronco susurro, mientras sus labios recorren su cuello—no quiero tener que mandar a matar a alguno. Julieta, completamente sumida en el momento, dejó que su cuerpo hablara por sí mismo. El roce de sus manos, la intensidad de su mirada, la química palpable entre ellos la hacía perder el control. Era como si el mundo entero se desvaneciera, dejando solo esa burbuja de pasión. "Ese hombre es solo mío" se dice mentalmente. —Solo a ti… —susurra Julieta, mientras sus dedos se enredaban en el cabello de Scott, tirando de él hacia un beso más profundo—¿puedo tomar los obsequios y peluches? —Solo los peluches, nada de flores. El ambiente se volvió más pesado, más sensual. El sonido del juego que retumbaba fuera parecía lejano, irrelevante. —Quiero hacerte el amor antes del juego. —Siempre dice lo mismo en cada juego. —Eres mi amuleto de la buena suerte desde hace un año. —Eres un tonto. Todo se resumía a sus cuerpos entrelazados, a la necesidad de estar el uno con el otro. Y así, sin palabras, sin más preámbulos, el deseo se desbordó entre ellos. —Adelante, pero que sea rápido, alguien puede entrar. Y sin más Scott puso su ropa interior de lado, bajó la cremallera de su pantalón y se introdujo en ella. —Ummm...m****a te siento tan caliente—lo pone todo al sentirla humeda. —Ahh…si…suave, amor. Más espacio. Julieta arqueó la espalda, atrapando su aliento en la garganta, mientras sentía cómo el cuerpo de Scott se fundía con el suyo en una sincronía que conocía demasiado bien. Cada movimiento, cada roce, era una coreografía escrita por la costumbre, la pasión y un amor que se negaba a morir, por más obstáculos que llevaran encima. Sus labios se encontraron de nuevos, hambrientos, desesperados, como si cada beso fuera el último. Scott enterró el rostro en su cuello, le agarraba sus pechos, aspirando su perfume, jadeando contra su piel mientras ella cerraba los ojos, perdida en la sensación. —No sabes lo que provoca en mí, Julieta —murmura él, aferrándola con fuerza con cada embestida. —Y tú en mí... —susurra ella, acariciando su espalda, sintiendo su corazón desbocado. Era un momento robado, una locura que no tenía lugar ni hora, pero que los arrastraba con la fuerza de una tormenta. Afuera, el bullicio del juego continuaba. Pero para ellos, el mundo se había reducido a un cuarto silencioso, a una respiración entrecortada, a dos cuerpos que todavía se buscaban. —¡Yo...me vengo!—le susurra ella al oído. —Vamos a hacerlo juntos amor—acelera más sus movimientos. —¡Sí...ummm! —¡Aghrrrr! ¡Carajo, que rico! —Nunca voy a dejar de desearte. Julieta lo mira, con los ojos brillantes por la mezcla de emociones. —Entonces... no lo hagas. Más tarde, cuando la habitación volvió a su quietud, Scott se apartó lentamente, su respiración aún agitada. Julieta, con el rostro sonrojado y la camisa ligeramente arrugada, comenzó a acomodarse la ropa mientras él, con una sonrisa satisfecha, le alisaba el cabello. No necesitaban decirse mucho; lo vivido hablaba por sí mismo. —Te veré al terminar el juego. —Scott le acaricia la mejilla con ternura, con sus ojos brillando de deseo—. Esta noche te llevaré a cenar. Quiero que sea solo nosotros dos, fuera de todo esto. Julieta, aunque aún temblorosa por el encuentro, le dedicó una sonrisa llena de complicidad. No necesito más. Ya sabía que su corazón estaba en sus manos, que nada ni nadie podría separarlos. En ese rincón apartado del estadio, donde solo existían ellos, el amor y la pasión, se había forjado algo que ni el propio mundo del béisbol podría romper. —De acuerdo. Se separaron lentamente, pero los ojos de Julieta seguían fijos en los de Scott. Ambos sabían que lo que tenían era algo más que un simple juego. Y aunque el mundo seguía girando, dentro de esa habitación, el juego de la vida y el amor solo comenzaba.