El rugido de un b**e de béisbol.
—Vamos a estar bien...
Scott seguía abrazando a Julieta, sintiendo el temblor de su cuerpo y la respiración agitada de Aura contra su pecho. El sol comenzaba a bajar detrás de los campos de agave, tiñendo todo de un naranja profundo y encendiendo chispas doradas en el polvo que flotaba en el aire.
Valentina se limpió las lágrimas, respirando con dificultad, y miró a Scott con sus grandes ojos marrones llenos de gratitud y temor.
—Pásenle… por favor… vengan a la casa… —dijo con voz temblorosa—. Ya estuvo bueno por hoy. Hice sangría.
Julieta asintió, aún llorando en silencio. Scott la ayudó a levantarse, sosteniéndola con un brazo mientras cargaba a Aura con el otro. Entraron al zaguán, subiendo los tres escalones de piedra que conducían a la terraza. El piso de cerámica fría le estremeció los pies descalzos a Julieta, haciéndola sentir un poco más viva. Aura apoyó su cabecita en el hombro de Scott, somnolienta y tranquila.
Pero antes de cruzar la puerta, un estruendo los detuvo.
—¡Juli