Durante un accidente automovilístico, Marella ve como su prometido elige salvar a su primer amor y abandonarla a su suerte. Al despertar, descubre que ha perdido al bebé que esperaba, y su prometido la traicionó, reemplazándola en su compromiso por otra mujer. Un día, Marella tiene la oportunidad de salvar a un poderoso hombre llamado Dylan, que termina siendo el hermano de su exprometido. Cegada por el despecho, Marella decide casarse con Dylan, para vengarse de su ex, mientras Dylan planea vengarse de su familia. Pero, cuando el amor y la pasión comiencen a surgir en el corazón de Marella y Dylan, ¿Qué elegirán? ¿Podrá el amor sobrevivir a una boda por venganza?
Leer más—Dime, Marella, si un accidente ocurre ahora, ¿A quién piensas que salvaría tu prometido, a ti o a mí?
Glinda conducía ese auto, Marella iba en el asiento de copiloto.
La mujer tenía una sonrisa maliciosa en sus labios rojos.
Marella sintió miedo, un escalofrío la recorrió hasta la columna vertebral.
—¿Por qué dices cosas así, Glinda? Basta, conduce con cuidado.
Glinda sonrió. Miró al frente.
—¿Quieres apostar? Él dijo que te quiere, que se casará contigo, pero solo fue por mi pequeño error, porque en realidad, Eduardo lo dejaría todo por mí, incluso a ti.
Marella quería gritar, ¡cuánto quería maldecirla! Odiaba a Glinda como nunca odió a nadie, pero no podía hacer nada, Glinda era la viuda del mejor amigo de su prometido Eduardo y, además, su primer amor imposible, le tenía mucho cariño.
Glinda siempre fue la fuente de problemas, un problema con ella sería uno con su prometido, estaban a días de casarse, iban camino a su fiesta de compromiso, no quería arruinarlo.
Marella se quedó callada, sin saber que eso solo avivaba el desprecio de Glinda.
—¿Sabes quién es el padre de mi bebé, Marella?
Marella le miró, sintió miedo. Glinda estaba embarazada de tres meses actualmente.
—De tu difunto esposo, ¿de quién más?
Glinda volvió a sonreír.
—Y si te digo que no, y si te digo que mi bebé es de quien estás pensando.
Marella le miró con ojos enormes.
—¿Y en qué estoy pensando?
Glinda rio con burla, escucharon un claxon resonar, era el auto de Eduardo Aragón que les había alcanzado.
El hombre rebasó al auto en el que iban.
—¡¿De quién es tu hijo, Glinda?! —exclamó Marella, había una sospecha latiendo en su ser, ella llevaba dos años al lado de Eduardo Aragón, la idea de ser solo una mujer engañada comenzaba a destrozarle el corazón.
De pronto, Glinda aceleró, zigzagueó, perdió el control del auto. Marella tuvo mucho miedo.
Sintió el fuerte latigazo en el cuello, lanzó un quejido, el auto dio varias vueltas, hasta detenerse.
Marella se había golpeado con el tablero, no se dio cuenta hasta que un líquido caliente caía por su rostro y supo que era sangre.
—¡Glinda! —escuchó un grito a lo lejos.
Pudo divisar a Eduardo, que corría hacia el auto desesperado y luego desapareció de su vista.
Eduardo las observó, Marella susurraba su nombre, pero los ojos ansiosos del hombre se posaron en la mujer embarazada, ignorando simplemente a su prometida.
Marella vio que ayudaba a liberar a Glinda, ella se quejaba, aunque no parecía herida.
Marella sintió dolor al ver a su prometido, el hombre que amaba, salvando primero a Glinda.
—¡Ay, me duele! —gritaba Glinda.
Eduardo la cargó en sus brazos.
Marella agarró el abrigo de su prometido antes de que estuvieran a punto de marcharse.
Aún no quería creer lo que decía la mujer.
—¡Eduardo…! —gritó Marella con ojos suplicantes—. No me dejes…
—Ya vengo, Marella, dejaré a Glinda en el auto y vendré por ti. Solo espera un rato.
—¡No, Eduardo! Déjala, la ambulancia ya viene en camino, ¡llévame al hospital! ¡Me duele el vientre! —dijo Glinda.
—Eduardo… —Marella susurraba su nombre de nuevo, mirándolos de reojo, adolorida.
—Eduardo, ¡sálvame! ¡Salva a tu hijo! —dijo Glinda
El corazón de Marella latía con fuerza e inconscientemente apretó los puños.
Eduardo se quedó perplejo ante las palabras de Glinda.
—¿Qué has dicho? —exclamó sorprendido.
—Este bebé que espero es tuyo, ¡debes salvarlo!
Marella se quedó mirando la cara del hombre, mientras intentaba captar su expresión de rechazo, pero nada.
«¡¿De verdad es su hijo?!», pensó.
Lo soltó de repente, las comisuras del abrigo de Eduardo se habían arrugado, como su corazón, y no podían alisarse.
Eduardo no pudo pensarlo más, llevó a la mujer en brazos y se alejó a toda prisa sin mirar siquiera a su prometida.
Marella aún pudo sentir su mirada, pero luego, el auto avanzó, dejándola ahí abandonada.
Marella contuvo las lágrimas y esperó a que el rugido del coche se alejara para soltar un grito.
—¿Qué soy yo para ti?... ¡Te odio, Eduardo Aragón! ¡¡¡Te odio!!!
El repentino dolor punzante en su vientre la puso en trance por un momento hasta que vio el vestido blanco manchado de rojo por la sangre.
¡No podría ser!
El dolor incrementó, y perdió el conocimiento.
Darrel y Mora les informaron que debía ir de viaje todos juntos.Dylan estaba sorprendido, casi se negaba, pero cuando escuchó a sus hijos, aceptó.—¡Es su regalo de aniversario!Dylan y Marella se miraron, aceptaron felices, todos fueron hasta ahí, condujeron hacia el lugar que Darrel y Mora indicaron.***El aire en la casa de campo estaba lleno de una suave calma, como si el mundo entero hubiera dado un paso atrás para dejar que la felicidad se instalara sin prisa.Dylan y Marella se miraron con una mezcla de asombro y gratitud mientras se acercaban al lugar que sus hijos, Darrel y Mora, les habían preparado como regalo de aniversario.Nunca imaginaron que una vida llena de tormentas, de luchas y victorias personales, podría culminar en algo tan sereno, tan perfecto.Dylan estaba casi incrédulo, pero cuando escuchó las risas de sus hijos y vio la felicidad reflejada en los rostros de los pequeños nietos, decidió rendirse ante la magia del momento.La idea de tener un refugio, un lug
Cinco años despuésEl salón de eventos estaba lleno de luces deslumbrantes y un ambiente de celebración.Dylan, de pie en el centro del escenario, sostenía el micrófono con firmeza, pero había una chispa de emoción en su mirada que era imposible ocultar.Frente a él, los invitados aplaudían con entusiasmo, sus rostros reflejando admiración y respeto.—Hoy es un día especial —comenzó Dylan, su voz resonando con orgullo—. Estoy inmensamente feliz de anunciar que mi hijo, Darrel, tomará el mando como el nuevo presidente de la empresa Aragón. Sé que guiará esta compañía hacia un futuro brillante. ¡Un aplauso para él!El estruendoso aplauso llenó la sala, pero los ojos de Dylan no se apartaban de su hijo.Darrel, con porte seguro y una sonrisa agradecida, subió al escenario y abrazó a su padre.Marella, observando desde la primera fila, no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos.—Hijo —susurró Dylan al abrazarlo—, estoy tan orgulloso de ti. Recuerda que lo más importante siempre
Un año despuésLa fiesta de aniversario de la empresa Aragón brillaba con luces doradas y una atmósfera de celebración.Todos los invitados lucían radiantes, como si aquel evento marcara el fin de un ciclo turbulento y el comienzo de algo nuevo. La música suave llenaba el salón, mientras las copas de champán tintineaban entre risas.En el centro de la pista de baile, Mora y Darrel se movían al ritmo de una melodía romántica, completamente ajenos al bullicio a su alrededor.Darrel sostenía a su esposa con ternura, sus ojos no se apartaban de los de ella.—Te amo, ¿te lo he dicho hoy? —preguntó, su voz llena de calidez.Mora sonrió, fingiendo pensar mientras deslizaba los dedos por la nuca de su esposo.—Mm… Creo que no lo he escuchado en media hora. Ya lo necesitaba.Darrel soltó una carcajada antes de besarla, un gesto lleno de dulzura que los hacía parecer la pareja perfecta.No muy lejos, Salvador y Alma también bailaban. Salvador susurraba algo al oído de Alma, lo que provocó una ri
Emma y Bernardo rompieron el beso, y por un instante se miraron a los ojos, como si en ese silencio se hubieran dicho todas las palabras que nunca habían podido pronunciar.—No sé si sea correcto… —murmuró Bernardo, su voz quebrada por un temor que no sabía cómo callar—. No sé si soy bueno para ti, Emma.Ella no apartó la mirada, y en su rostro no había más que una mezcla de ternura y determinación.—Eso lo decido yo, Bernardo. Y te aseguro que eres bueno para mí.El corazón de Bernardo, tan acostumbrado al peso del arrepentimiento y el dolor, pareció latir con una ligereza que no reconocía. Por primera vez en años, se sintió digno de algo más que sus errores.—Entonces… quiero ser bueno para ti —dijo al fin, con una sonrisa que hablaba de esperanza.Emma se inclinó hacia él, sus labios tocando los suyos con una ternura que desarmaba cualquier resistencia que pudiera quedarle. El beso era breve, pero en él latía una promesa, un inicio que ninguno de los dos se atrevía aún a nombrar.**
El doctor ingresó a la habitación con una carpeta en mano y una sonrisa tranquila en su rostro, lo que de inmediato llenó el ambiente de un leve alivio. Bernardo, recostado en la cama, apenas podía contener su ansiedad. Cecilia, sentada junto a él, sostuvo su mano con fuerza, rezando en silencio.—Bueno, Bernardo, tengo buenas noticias —anunció el doctor con tono sereno, mientras revisaba las notas—. La operación fue todo un éxito.Los ojos de Bernardo se iluminaron.—¿De verdad? ¿Ya estoy bien? —preguntó, aferrándose a cada palabra.—Ha sido un gran avance. Tienes sensibilidad en tus extremidades, y lo más importante, has comenzado a recuperar la movilidad. Ahora dependerá de ti y de tu disciplina en las terapias para que tus músculos y tu columna vertebral se fortalezcan.—¡Haré todo lo que sea necesario! —exclamó Bernardo con un brillo de determinación en los ojos, mientras sus labios temblaban por la emoción.El doctor sonrió.—Esa es la actitud. En unos días comenzarás la rehabili
—¡¿Cómo está mi hijo?! —exclamó Cecilia, desesperada, sintiendo que su pecho iba a estallar por la incertidumbre.El médico, un hombre sereno, pero cansado, dejó que pasaran unos segundos antes de responder, como si quisiera asegurarse de transmitir la noticia de la manera más clara posible.—¡La operación fue exitosa!Por un momento, Cecilia se quedó inmóvil, incapaz de procesar las palabras. Luego, una sonrisa se dibujó en su rostro, amplia y radiante, como si el sol hubiera regresado después de días de tormenta.—¡Dios mío! —gritó entre sollozos, llevándose las manos al rostro—. ¡Gracias, Dios! ¡Gracias!El médico levantó la mano con calma para detenerla antes de que la emoción la desbordara por completo.—Entiendo su alegría, señora, pero aún debemos ser pacientes. Aunque todo indica que fue un éxito, necesitamos esperar a que despierte. Será crucial verificar cómo responde y asegurarnos de que no haya complicaciones.Cecilia asintió, luchando por calmar su respiración.—¿Puedo ver
Último capítulo